viernes, 2 de agosto de 2013

LAS CARTAS PARA MIS ALUMNOS DE PRIMERO "A"

LAS CARTAS DE CARLOS MANZANO
Capítulo I: Carlos Manzano
Yo tenía una vida más que tranquila y acomodada, común y corriente, se diría. Incluso –pensaba- tenía una vida feliz, hasta ese 10 de agosto en que recibí la extraña carta de un tal Carlos Manzano que decía así:


Estimada Inés :
                     Le agradezco que se haya molestado en escribirme.  Ud. ha sido la única que, por fortuna, parece haber leído el aviso que hice colocar.
                      En segundo lugar, lo que quiero hacer después de agradecerle, es contarle algunos detalles más pormenorizados acerca de mi persona.  Yo tengo treinta y tres años, algo que no mencioné en el aviso; soy soltero, sin compromiso y me fascina conversar con mujeres inteligentes, como debe de serlo Ud. por lo que me dice en su carta.
                        Por otra parte, le digo de mí que soy casi un adicto a la lectura.  ¿Mis autores favoritos? Los clásicos y de los actuales Tolkien.  La literatura mítica y fantástica es mi preferida. 
                      Si le parezco rebuscado, dígamelo… Yo no tengo a nadie que me haga ver estas cosas…
                      Sinceramente, no he leído nada de poesía, puede decirse que soy un neófito en la materia, pero prometo desasnarme en breve para tener otras conversaciones con Ud. a través de las cartas.  ¿Qué puedo leer para comenzar?  ¿Ud. puede recomendarme a algún autor en especial?
                      Quiero que sepa, Inés, que su correspondencia ha colmado mi semana y mi vida con una gran alegría: le reitero mi placer por haber conocido a alguien como Ud.
                         Hasta la próxima.
Carlos Manzano

Escondí el sobre con su contenido cuando mi hermana Margarita entró a la cocina. 
-¿Qué tenés ahí? –preguntó la curiosa - ¡A ver!
-Nada… nada…
-¡Ya sé! – exclamó detectivesca – Es esa carta que llegó por la mañana…
-No…
-¡Sí!  Y es de un hombre. Si le digo a Ariel, te mata.
-Por favor… ni una palabra a Ariel… Que ni se te ocurra… Me comprometería seriamente.
-¿Y quién es ese hombre?
-Un tal… Carlos Manzano…
-¡Ajá! Y ¿quién es Carlos Manzano? ¿Dónde lo conociste?
-Eso es lo que me intriga, Magui… No conozco a ese hombre.
-¡Callate! Y… ¿Cómo te escribió a vos entonces?
-La verdad… parece que él ha recibido una carta de Inés Córdoba.
-¿Cuándo le escribiste? ¿Hace siete años… cuando no eras la esclava de Ariel?
-Me temo que se trata de una broma… porque le han escrito en mi nombre.
-¿No estarás sospechando de mí? ¿No?
-Eso quería que me aclararas…
-Por favor, Inés… Siempre te gasto bromas, pero esto es…  demasiado. ¿No te parece?...  ¿Me dejarías leer la carta para ver si hay alguna pista?
Luego de leer concienzudamente la extraña carta, Margarita exclamó:
-Se nota que es un hombre culto… y sincero.
-No me interesa el hombre… quiero que tratés de dar con una pista que nos lleve a encontrar a la persona que le escribió, fingiendo que era yo.
-No es tan fácil… Los datos concuerdan con vos… El domicilio… no puede haber un error en todo eso…
-Tené cuidado… que no se vaya a enterar Ariel…
Me escondí el escrito en el bolsillo cuando sonó el timbre.
-Hablando de Roma… -comentó Margarita con tedio.
Le tuve que hacer unas señas disimuladas a mi hermana mientras saludaba a Ariel Oliva, mi prometido.  Estaba un tanto nerviosa.
-¿Qué pasó?- le pregunté.
-Nada… Vine para repasar los muebles: hoy toca…
Detuve la mirada por un momento en el oscuro ajuar que ocupaba buena parte en la sala de mi casa.  Eran los trastos que Ariel había adquirido en previsión del día en el que fundáramos un hogar.  Él, con pulcritud y con unción se encargaba cada semana de encerarlos y pulirlos.  Desde hacía tres años.
Después de saludar, tomó mecánicamente una gamuza y comenzó a quitar el escaso polvillo acumulado con el avance de los días.  Yo lo miraba en silencio.  De improviso, detuvo su labor.
-¿No me vas a cebar mates hoy?- me preguntó sorprendido.
-Sí… sí… Ya mismo.
Me senté junto a la ventana, deposité en la mesita auxiliar los utensilios para cebar e intenté hablar con Ariel:
-Amor…
-¿Ah? –curioseó sin abandonar su ocupación.
-¿Vos siempre me vas a querer?
-Claro, pues…
-¿Me amás?
-¡Qué pregunta!  Estás rara hoy. ¿Qué te pasa, Inés?
-Nada.
-¿Algo te preocupa?
-¡Casémonos pronto, por favor!
-Pero, mujer… -aclaró sin soltar la gamuza- Ya hemos fijado fecha para el doce de noviembre del próximo año… Cuando queramos acordar, vamos a tener las bodas en la puerta.
-Es que… tengo un presentimiento, Ariel… Pienso que si no nos casamos ahora, nunca nos vamos a casar.
-¡Qué tontita!  Todo llega, Inés… Vos sos muy impaciente…
Ariel restó importancia a lo que yo decía pero a mí me quedó como una espina clavada en el corazón.  Jamás había sentido lo que padecí aquella tarde.  Me percataba de que los seis años de noviazgo con Ariel habían resultado estériles.  Toda la situación formaba parte del mismo acostumbramiento, de la misma rutina en la que estaba inmersa mi vida. Así comenzó la crisis.

Capítulo II: Más cartas
Ese estado de zozobra se prolongó durante algún tiempo y así fue como agitada y pensativa me halló la segunda carta de Carlos Manzano.  Estaba fechada   el 30 de agosto. Con el contenido amable y misterioso se acrecentó mi drama.  Combatían en mi interior dos fuerzas encontradas: por una parte deseaba leer la carta del extraño y por otro lado quería cortar con el curso que estaban tomando las circunstancias… no tenía sentido ojearla, esta vez…
Sin embargo, vencieron la curiosidad y la vanidad por conocer qué diría ese hombre acerca de mí… aunque no era yo su verdadera destinataria… ¡cuán equivocada estaba!

Inés :
               Su carta me emocionó profundamente: se lo confieso, Inés.  Jamás imaginé hallar en el mundo a alguien como usted… Y por eso he llegado a la conclusión de que no necesito una fotografía suya. En realidad, me basta con el retrato que he compuesto con mi imaginación de su interioridad.
              Veo que sus sentimientos son tan nobles que me admiro por ello a cada instante.  Y doy gracias a Dios por estas cartas que han sido el instrumento que ha permitido este bienaventurado encuentro. Desde su primera misiva todas las cosas que hago y vivo han cobrado verdadero sentido para mí.
              Lamento no poder explayarme como Ud. lo merece pues carezco del talento literario que resplandece en mi destinataria.  Además, simplemente me apresuré en responderle para no cortar esta exquisita comunicación entre nosotros.
              Espero ansioso su respuesta, de veras.
Carlos Manzano
     P.D.: También cumplo mis años en octubre, pero a principios… el cuatro.
Como a usted, tampoco me gusta el brócoli ni la música en inglés. Pero me enloquecen las frutas exóticas…


-¡Esto se está pasando de la raya!- exclamé para mí misma sin demasiado convencimiento.
Dispuse una lista mental en la que anotaba a todos los sospechosos, evidentemente un insolente que me estaba gastando una broma pero con algún oculto propósito.  Alguien quería hacerme daño. Quizá Carlos Manzano ni siquiera existía.
Quemé con furor aquella carta, pensando en lo mucho que me conocía la persona que se estaba burlando así de mí
-Inés…- me recriminó mi prometido una de aquellas eternas tardes- No es que quiera volver a lo mismo del otro día, pero de un tiempo a esta parte te noto extraña… como muy pensativa ¿qué te anda pasando?
- Es que… estoy un poco cansada…
-¿Cansada? ¿De qué?
-Cansada de no tener a esta altura de mi vida mi propio hogar… cansada de cebarle mates a un novio y no a “mi esposo”… Tengo ya veintisiete años, Ariel, cuando nos casemos voy a estar transitando los treinta… Yo me estoy cansado de esperar…
- No podemos casarnos todavía y lo sabés. Todavía nos faltan muchas cosas… No quiero que después digan que pasás necesidades por mi culpa…
-Pero… ¿Qué nos falta? Lo esencial está…
-No hemos terminado la casa, por ejemplo.
-Podemos hacerla entre los dos cuando vivamos juntos… Hasta va a ser más significativo… más motivador.
           -¡Después vienen los hijos y todo se complica!...
          Se hizo el silencio y luego le pregunté:
-¿Por qué hace mucho que no me escribís un poema?
- Es que estamos en otra etapa de amor, Inesita. Me parece que está un poco susceptible. Tenés que tener paciencia.
- ¿Sabés qué? Yo quiero que nos casemos y no me importaría vivir con vos debajo de un puente… con tal de ser tu esposa…
 - No te desesperés… Después te vas a dar cuenta de que valió la pena darle tiempo al noviazgo – dogmatizó Ariel besando mi frente arrugada.
Pero la angustia siguió creciendo en mi alma.
La tercera carta de Carlos Manzano fue la más larga hasta el momento.
Inés:
            Después de que leí su carta quedé admirado por todas las coincidencias que hay entre nosotros.
            Usted es sensible, yo lo soy. Usted es detallista, a mí los detalles, a veces me matan. Me dice que se siente a menudo asfixiada por la rutina, yo adoro los cambios y la novedad…
            Ya que Usted se ha sincerado conmigo, no me queda otra alternativa que abrirle mi corazón. Yo tuve una novia a los veinte pero nuestra relación no perduró porque no éramos el uno para el otro. De todos modos fue un noviazgo breve. Hace tres años  conocí a Juliana y me enamoré perdidamente de ella. No fue un amor correspondido y dejé de verla ya que su sola presencia me hacía sufrir.
           Lo que  me cuenta acerca de su novio Ariel es muy frecuente en las relaciones que llevan mucho tiempo de trato y convivencia, sin una meta bien definida; aparece el fantasma de la rutina.
          Creo que ambos, Usted y su novio, deben realizar un gran esfuerzo y luchar por la persistencia y el crecimiento del amor.
        Yo estoy seguro de que Ariel la ama entrañablemente, ¡no puede ser de otra manera! Por su forma de ser, Inés y por la bondad de su corazón.
        No la distraigo más, pero, por favor no deje de escribirme.
                                                     Carlos Manzano


          Aquella vez lloró porque la “Inés” que le escribía a Carlos Manzano no ero yo, pero él me hablaba a mí.
          Comprendí que lo que me decía no era broma por su parte: se trataba de un plan de hábilmente urdido por alguien que pretendía separarme de Ariel, una persona, hombre o mujer, que nos conocía bien y que conocía muy bien los pormenores de nuestro noviazgo.
          Alguien que conocía mi forma de ser y que había intimidado conmigo. Una persona que buscaba destruirme y conmigo todo lo que había creado en seis años junto con Ariel… Pero ¿quién sería? No me cansaba de preguntármelo.
  Una carta del dos de octubre de mi desconocido amigo me dejó estupefacta: en ella Carlos Manzano me agradecía la fotografía que yo supuestamente la había enviado.
Además me confiaba otras necesidades de su solitaria existencia y me enviaba un breve acróstico sobre mi nombre  que decía así:
Inés, el hada de los ojos grises,
Negros cabellos, labios de rubí,
Eres más dulce que una melodía,
Siempre estarás en mí.
Al día siguiente cumpliría años y pensaría todo el día mí.
Me conmovió y me entristeció a la vez, no le había escrito jamás pero ese extraño me conocía bien.
Venía con la carta una fotografía de Carlos Manzano. No era llamativo, de ojos grandes y oscuros, cejas algo espesas, con mirada melancólica.
Me aclaraba que la foto tenía más de dos años y que ahora usaba anteojos.
Con un desusado impulso guardé aquel retrato en una caja donde ponía mis recuerdos. Todavía no sé por qué lo hice.


Capítulo III. El desengaño
  No volví a mencionar a Ariel cuáles eran mis más hondas preocupaciones: me dispuse a continuar mi vida como si nada hubiera acontecido, mientras él me otorgaba sólo sus aburridas visitas carentes ya de toda ilusión para mí.
Margarita intentaba en –vano- averiguar la causa de mi estado, pero yo evitaba conversar con ella, por eso mismo y para que no llegara al fondo de la cuestión.
El día en que faltaba un año para mi boda con Ariel, recibí una misiva de Carlos Manzano, que decía así:
                   
3 de noviembre
Querida Inés:
                         Tenés razón en tu carta. Después de todas las confidencias que hemos tenido, creo que ya es hora de que nos tratemos de “vos”.
                         El 20 de diciembre comienzo mi licencia por vacaciones y ¿a qué no sabés una cosa?
                         He decidido ir hasta Punta del Rey con el objeto de conocer aquella hermosa ciudad y por supuesto para que nos veamos, si es posible y sin compromisos.
                       Me gustaría que, más cerca de la fecha, acordemos en cuanto al día y lugar de nuestro encuentro personal, para hablar cara a cara lo que nos hemos comunicado por medio de las cartas.
¿Cómo marchan tus cosas con Ariel? Contamelo en tu respuesta: voy a esperar tu carta con ansiedad. Como siempre.
                                             Cariños.
                                               Carlos Manzano

Lo que me anunciaba en sus líneas me alarmó sobremanera. Ese hombre vendría y me buscaría: Punta del Rey no era precisamente una gran ciudad. Y aquello sería una verdadera catástrofe para mi vida acomodada y pacífica.
Me imaginé la escena: Ariel abría la puerta y Carlos Manzano preguntaba por Inés, el hada de los ojos grises. Ariel lo sacaría a las trompadas y ¡adiós noviazgo! ¡Adiós todo!...
Ariel era sumamente celoso y yo no podía esperar a que llegáramos a tal extremo. Decidí escribir al extraño para desengañarlo enterándolo de toda la verdad y evitando males mayores. Esto fue lo que le escribí:

                                                                             10 de noviembre
Sr. Carlos Manzano:
                Después de haber recibido por error ciertas cartas escritas por Usted, me veo en la obligación de informarle que, tanto Usted como yo, hemos sido objeto de una broma- si se le puede llamar así- de muy mal gusto. Yo jamás le he escrito y nunca he respondido sus cartas, excepto hoy.
Las mismas me hacen suponer que la persona que ha maquinado este engaño me conoce bien y desea ocasionar la ruptura de mi compromiso con Ariel por la aparición de un tercero, que en este caso sería usted.
Ariel es muy celoso, me entiende ¿verdad?
Disculpe que no lo haya desengañado antes, pero (Entonces no sabía qué argumentar, porque ciertamente ¿por qué yo no había advertido antes a aquel hombre acerca de la mentira? Traté de poner un tono de frialdad en mis palabras.) pero por no molestarme en escribirle, no me gasté en responder sus cartas.
Hoy las cosas llegaron a mayores y, ante la contrariedad que me podría ocasionar su presencia en Punta del Rey, le suplico que no viaje a esta ciudad y que por ningún motivo vuelva Usted a escribirme.
Espero me sepa comprender. Gracias.
                                                          Inés Córdoba

El 1º de diciembre recibí lo que esperé fuera la última carta del desconocido.
Sta. Córdoba:
                Perdóneme por esta carta, pero un dolor muy grande me ha significado el enterarme de la verdad. En realidad, todo me pareció demasiado perfecto para ser real.
Quédese tranquila pues no voy a viajar a Punta del Rey para no importunarla, ni voy a escribirle otra vez.
Fue un gusto, de todos modos el haberla conocido, aunque más no sea brevemente, a través de la sinceridad de su última carta.
Espero sinceramente que lo que ha sucedido no le ocasione ningún problema.
                                                                     Atte.
Carlos Manzano
Aquello me dio la tranquilidad que necesitaba. Ya no tenía que tener ningún peligro.

Capítulo IV. La ruptura.
El 15 de diciembre Ariel irrumpió en mi casa, hecho una fiera.
-     ¡No puedo aceptar lo que me has hecho, Inés, y te juro que todavía no lo puedo creer!
-     Pero… ¿qué hice?- pregunté con cierto temor.
-    ¡Mirá!- me gritó esgrimiendo un papel blanco- ¡La carta de un tipo con el que vos te escribís, Inés!
-    ¿En dónde estaba?- atiné a preguntar.
-    ¡Por Dios, Inés! Estaba entre los borradores que habíamos hecho con la lista de invitados a nuestra fiesta de bodas… ¿Te das cuenta de lo que has hecho?
Ariel temblaba de furor y sus labios estaban blancos.
-    Ariel… yo pienso que todo esto es parte de una trampa que…
-    De una trampa ¡estoy segura de que así es!
-    ¡Una trampa tuya!
-    Pero… no, Ariel… yo no tengo nada que ver… ¡Te lo juro!
-    ¡No jurés! ¡No jurés! No puedo creerte más. Aquí el tipo hablaba de unas cartas anteriores, conoce tu nombre, y… ¡hasta tiene una fotografía tuya!.... Me siento defraudado y… ¡estúpido!
-    Ariel, Ariel… por favor, escuchame…. Esto lo ha fraguado alguien que quería perjudicarnos.
-    ¡Callate, por favor! ¿Acaso vos, nunca le escribiste? ¡Contestame!
-    En honor de la verdad, tengo que decirte que le escribí una vez desengañándolo…
-    ¡Basta, Inés! ¡Basta! No voy a escucharte más… Sólo quiero saber desde cuándo me estás engañando…
-    Jamás te engañé, Ariel… respondí llorando...
-    ¡No lo digás más! Porque…no puedo creerte…
-    Parsimonioso en su furia contenida se quitó el ancho anillo de plata y lo depositó sobre la mesa. Un momento después parece que recordó que él lo había comprado y se lo guardó en un bolsillo.
-    No… no… por favor, Ariel… No rompás nuestro compromiso de matrimonio. Tenés que confiar en mí…
-    No puedo confiar porque no te creo. Después, cuando se me pase esta bronca que tengo, voy a mandar a buscar los muebles ¡para eso los pagué con mi dinero! ¡Adiós!
Después del portazo quedé tirada en el sillón de la sala llorando a mares. Ariel no me había permitido defenderme y se había marchado enojadísimo conmigo.
Nuestros amigos comunes, alborotados por el enojo de Ariel, me aislaron y me rechazaron. Liliana, mi mejor amiga, me dijo mil cosas por teléfono, con lo cual nuestra amistad se terminó.
Mis padres, que apreciaban a Ariel como el novio perfecto, reprocharon por mucho tiempo mi “desaire”. Ellos no podían aceptar mi ruptura y, por supuesto me culpaban de todo.
Mi hermana Margarita fue la única que creyó en mi inocencia.
En un instante me quedé sin novio, sin amigos y con el disgusto injusto de mis padres.
Me sentía impotente, furiosa por todo lo que había pasado y hasta tuve intenciones de enviar otra carta al estúpido que me había arruinado la vida… para hacerle ver el mal que con sus misivas me había ocasionado.
Pero, luego comprendí que era un desatino, pues el infeliz no tenía la culpa en verdad.
Así transcurrió el tiempo que me ayudó para que me acostumbrara a la verdad. Lo que más me costó fue verme aislada de todo el mundo que habíamos compartido con Ariel y del que ya nada me quedaba.
Me dediqué a leer y  a llevar adelante una actividad que había postergado por más de seis años: la escritura de cuentos de misterio.
Empecé a frecuentar un prestigioso taller literario en el que hice un maravilloso nuevo grupo de amigos.
Por intermedio de la profesora a cargo del taller fui invitada a publicar algunos cuentos en la revista “Entremeses” de tirada regional. Después de un tiempo de participar extenuante con mis colaboraciones, me ofrecieron ser parte del staff de la revista en forma permanente…
Aquella actividad me brindó un moderado ingreso que me sirvió para afrontar mis gastos y despegarme de la tutela paterna.
El cinco de julio del año siguiente volvía a ver a mi ex-novio. Me tropecé casi con el en la vereda de las oficinas en las oficinas en las que funcionaba “Entremeses”. Estaba algo cambiado y su mirada me resultaba ajena.
-    Hola – me saludó con frialdad.
-    Hola Ariel. ¿Cómo estás? – pregunté con alguna luz de esperanza.
-    Bien… ¿Y vos?
-    Bien ¡bah! ¡Es un decir!
-    ¿Tenés un minuto?
-    No… Ya tengo que entrar a trabajar.
-    ¿Y dónde trabajás?
-    Aquí mismo… en la revista “Entremeses”.
-    ¡Ah!... y ¿qué hacés?
-    Escribo cuentos en la sección literaria… respondí con cierto aire de superioridad.
Pero él me asestó una puñalada sarcástica.
-    ¡Ja! ¿Cuentos? El trabajo justo para vos. Tu especialidad…
Sin tomar el guante que me arrojaba, me despedí de él y entré a las oficinas ofuscada y triste con Ariel, más segura que nunca de haberlo perdido todo al perderlo a él.
El martes siguiente nos volvimos a cruzar: Ariel había ido ex profeso hasta la revista y me esperaba.
Un estremecimiento doloroso me señaló que Ariel y yo éramos dos extraños, por culpa de una burda mentira. ¿Por qué no había luchado por su amor?
Allí estaba con su mirada azul clavada en mí con mil reproches que yo adivinaba.
-    Hola – me saludó lacónico - ¿Ahora sí tenés un minuto?
-    Siempre vengo con lo justo pero… ¿Qué pasa querés que hablemos?
-    Sí… quería pedirte, si no es mucha molestia, que me devolvás las cartas que yo te escribí, los poemas, todo eso…
-    ¿Por qué? ¿Por qué, Ariel?
-    Porque vos no tenés nada que hacer con eso…
-    Son recuerdos… y son míos….
-    Pero yo te los di y ahora quiero que me los devolvás.
-    ¿Por el anillo lo decís?
-    Por el anillo también…
-    Ariel… esas cosas… son parte de mi historia, de cuando todo estaba bien y yo era feliz…
-    No quiero recordarte quién tuvo la culpa de nuestra ruptura…
-    Nunca me quisiste escuchar, Ariel…Te llamé por teléfono, te fui a buscar a tu casa más de veinte veces… ¡hasta en tu trabajo pregunté por vos! Y vos te negaste siempre… No me diste una oportunidad…
-    Quiero que el martes que viene me traigás todas las cosas.
-    Bueno… ¿Y qué vas a hacer con esas cosas?
-    Las voy a quemar… o las voy a tirar. ¡No sé!...
-    Para eso, me las dejo yo.
No me escuchó.
-    Yo te voy a traer lo que vos me regalaste a mí.
-    No quiero nada… Tiralo, todo… Y ya me tengo que ir. ¡Adiós!
Me resultó tan absurdo aquel diálogo que tuve rabia, no dolor.
De todos modos, el lunes por la noche abrí la caja de los recuerdos, extraje las cartas de amor atadas todas con una cinta rosa, los poemas de Ariel que había pegado en un cuaderno con pétalos de las flores con las que Ariel me había obsequiado. Incluso estaban hasta unas canciones de mi ex -novio había compuesto para mí.
Una vez embolsados aquellos objetos los dejé a mano para llevárselos a mi nuevo enemigo. Desde el fondo de la caja vacía de los recuerdos, me miraban estáticos los ojos oscuros de Carlos Manzano. Parecía compadecerse de mí desde la quietud de su retrato.
Tomé la fotografía, con furia la rompí en mil pedazos y la arrojé al piso llorando.
Más tarde, arrepentida, junté los trocitos y los volví a colocar en la caja con un cierto impulso nostálgico.
Al otro día entregué la bolsa al que había sido casi mi esposo.
-    Ahí tenés todo…- le dije con amargura.
-    Él me dio la caja que traía y me preguntó con sorna:
-    Y… ¿qué tal te va con el tipo de la capital? El de las cartas…
-    Deposité la caja en una pared baja, junto al cesto de la basura y no le respondí nada.
-    ¿Qué estás haciendo?
-    Voy a tirar todo esto: no me interesa conservarlo.
-    ¡Hacé como querás! Chau….
Ese momento desagradable fue nuestra despedida definitiva, eso creía yo.
Fue momento muy llorado porque Ariel había sido cruel conmigo y porque se apagó hasta a última esperanza respecto de nuestra reconciliación.
Sin embargo, un día, mi hermana Margarita me trajo una noticia increíble.
-    ¡Ja! Tu ex –novio se ha comprometido… ¿A que no te imaginás con quién?
-    No sé… no me interesa…
-    Yo creo que te va a interesar… Se ha comprometido con Liliana, tu gran y fiel amiga…
-    ¡¿Qué?!
-    Como lo escuchaste…
-            ¡Entonces ella fue la de las cartas!- la revelación de Margarita había despertado mis sospechas respecto de Liliana.
  Ella había embaucado a Ariel, después de quitarme a mí  de en medio y Liliana me conocía muy bien. De todas maneras desistí de intentar hacer algo, pues no tenía caso: Ariel no me creería. ¡Otra injusticia sumada a las anteriores!

Capítulo V. El encuentro.
La revista “Entremeses” tenía antes su casa central en San Lorenzo. Rara vez teníamos noticias de lo que sucedía en la Capital.
Mi jefa, Doña Selva Heras me inscribió en un certamen interno y gané la posibilidad de publicar un volumen de cuentos si alguien consideraba meritorio el conjunto.
Así que tuve que viajar hacia San Lorenzo para gestionar la publicación de mis obras. Estaba algo nerviosa porque no sabía que podría pasar y porque hacía muchos años que no visitaba la gran ciudad. Sin embargo, tenía mi corazón colmado de ilusiones por las posibilidades que se abrían para mi porvenir.
Una secretaria pulcra y elegante me acompañó hasta la oficina del gerente general. Era un hombre de edad madura, sumamente ocupado, que hablaba todo el tiempo por teléfono.
Me recibió con indiferencia y superficialidad: me despachó en cuanto supo a qué venía sin darme ninguna esperanza.
Con mi carpeta de cuentos copiados a máquina bajo el brazo volví con la secretaria. Cuando ella advirtió me desazón se acercó a mí y me dijo, compadecida:
-    Si hay alguien que puede atenderla ese es el Jefe de Redacción. Él se va a tomar el tiempo en resolver el caso, si es que puede hacerlo…
-    Gracias…
-    Está allí en la puerta verde.
-    Llamé tímida a la puerta señalada y el Jefe de Redacción me hizo pasar afablemente. Él, en persona, acudió al llamado.
-    Buenos días - me saludó - un hombre bastante alto, de anteojos y sonrisa franca - ¿En qué puedo ayudarla?
-    Le tendí la mano y él la estrechó firme.
-    Siéntese, por favor.
-    Gracias… Yo trabajo para la sección literaria de la revista en Punta del Rey… Y vine para gestionar la posibilidad de publicar mis cuentos… Gané el certamen interno.
-    ¿Su nombre?
-    Ana del Rey… ¡bah! ese es mi pseudónimo… Mi nombre es Inés Córdoba.
-    ¡¡Inés!! – exclamó gratamente sorprendido poniéndose de pie mientras se quitaba los anteojos - ¡Soy yo! ¡¡Yo!! ¿Me recuerda?
-    A decir verdad su rostro me resulta familiar, pero… creo que no nos conocemos…
-    ¡Yo soy Carlos Manzano! – exclamó- ¡Qué alegría!
-    ¡Ah! Nunca pensé que iba a encontrarlo aquí…
-    ¡Aquí trabajo!... Es decir… hasta el año pasado viví en San José… pero me trasladaron a la capital… Pero… ¡qué gusto conocerla personalmente! ¡Esto es un milagro! ¿En qué puedo ayudarla?
-    Yo me sentía conmocionada y no sabía por dónde comenzar.
-    Yo… necesitaba saber si puedo pretender que me publiquen unos cuentos… Una edición económica sin ilustraciones…
-    Si de mi depende, ya está aprobada la edición. ¿Gusta un café?
-    Se lo agradezco.
Se puso de pie y sirvió de una máquina dos tazas de humeante café. Como yo no había desayunado, aquella infusión me sentó muy bien.
Después, ante su solicitud le alcancé la carpeta con los cuentos seleccionados para la publicación, junto con la recomendación de la revista en Pta. del Rey.
-    ¿Y qué ha sido de su vida, Inés?
-    Bien… bien… ¿Le dejo todo?- me puse de pie.
-    Pero… ¿qué apuro tiene?
-    Tengo que ir a la casa de una tía que me está esperando para almorzar. Ella vive en las afueras y no quiero llegar tarde. ¿Piensa que demorará mucho la respuesta?
-    Dos o tres días, por lo menos… Hasta el lunes – agregó hojeando el material – El tiempo que me llevará leer esto a conciencia. Pero… ¿no le parece verdaderamente increíble este encuentro?
-    Sí… Bueno… - expresé con gran confusión.
-    ¿Y dónde vive su tía? – se interesó.
-    En el Bº de los Nogales.
-    ¡Ah! No queda lejos de mi casa. Si usted me aguarda un par de minutos, ordeno todo y la acompaño.
-    No se moleste…
-    No es molestia… Por el contrario…
-    ¡Ya sabré llegar sola! – me apresuré cortante.
-    Bien… no quiero importunarla.
Se estaba poniendo un saco pero se lo quitó y lo dejó en el perchero. Se advertía que estaba contrariado por mi rotunda negativa. Con mi imaginación recorría en tanto las dolorosas circunstancias de mi ruptura con Ariel, asunto del que  consideraba culpable al desconocido que ahora tenía frente a mí.
-    El lunes ¿lo veo a Usted o al gerente? –
-    A mí… Yo voy a hacer las veces de intermediario entre usted y la revista.
-    Hasta el lunes… Srta. Córdoba…
Quince minutos después él me habló en la esquina Parque Cívico totalmente extraviada y mirando hacia todos lados para poder orientarme.
-    ¿Qué pasó, Srta. Córdoba?
-    Me perdí… He preguntado pero, como no sé exactamente qué sector del Bº de los Nogales tengo que ir… no me pudieron ayudar… No parece un lugar muy conocido.
-    ¿Quiere que le indique? Es más… si Usted quiere yo mismo la acompaño hasta la casa de su tía.
-    Está bien – accedí con cierto recelo, avergonzada de mi anterior tozudez.
Una vez en la parada de colectivos me preguntó:
-    ¿Cuál es la dirección de su tía?
-    Vive en la Calle del Cruce al final, cerca de las vías.
-    Ah… sí… Ahora me ubico.
-    No la he visitado desde niña y he venido muy pocas veces a la capital. Por eso me perdí. Disculpe, no quiero ocasionarle más molestias, dígame cuál es el colectivo y vaya no más.
-    ¿No se da cuenta de que esto no significa una molestia para mí, sino un gusto?
Cedí ante la fuerza de aquella amable presencia varonil, que me indicaba que no estaba sola. Me sentí protegida.
Después el hombre no permitió que yo abonara mi boleto.
El viaje hasta el Bº de los Nogales resultó un poco largo: estuvimos sobre el coche cerca de cuarenta minutos.
Al principio no hablamos mucho, después él comenzó preguntando:
-    Sus cosas… ¿Cómo han andado?
-    ¿Qué cosas?
-    Su familia, su noviazgo… su trabajo. ¿Se va a casar pronto?
-    Me casaba el 12 de noviembre…
-    Y ¿por qué dice que se casaba?
-    Porque mi novio y yo nos peleamos.
Él se puso incómodo.
-    ¿Puedo preguntarle algo?
-    Si… claro…
-    Mis cartas… aunque bienintencionadamente ¿tuvieron algo que ver con su rompimiento? Quiero saber…
-    A decir verdad: su carta del 12 de setiembre, no sé aún cómo, cayó en las manos de mi novio… Yo no la había quemado como a las otras. La que Ariel leyó en ella fue la causa de nuestra ruptura.
-    ¡Cuánto lo lamento! Y Usted… ¿no le explicó a su novio que se trataba de una broma o de un engaño?... ¿No le hizo ver que no era Usted quien me escribía, sino alguna otra persona que perseguía justamente su separación?
-    Si lo dije… pero él no me creyó.
-    ¡Qué tonto! Usted me contó la verdad por carta y yo, sin conocerla, le creí…
-    De todos modos ya descubrí quién había sido la de las cartas…
-    ¡No me diga! Pero… ¿quién pudo traicionarla así?
-    La que era mi mejor amiga. Hoy está de novia con Ariel…
-    ¡Qué justo! ¿No?
-    Si… una lástima… porque no sólo perdí a mi novio, sino que, creyéndome una mujer desleal con un tipo tan bueno como es Ariel, también mis amigos me rechazaron… Mis padres se ofendieron conmigo.
-    Discúlpeme por lo que voy a decirle pero su novio actuó como un imbécil.
-    Creo que, en su lugar, yo hubiera de la misma manera. El engaño estuvo bien ideado… mi ex – amiga me conocía bien.
No volvimos a hablar: él estaba reconcentrado en sus pensamientos. Me acompañó hasta la puerta misma de la casa de mi tía. No quiso pasar, aún a pesar de la insistencia con la que mi tía la invitó.

Capítulo VI. La despedida.
El lunes por la mañana estuve muy temprano en las oficinas de “Entremeses”. Me acerqué al cubículo del Jefe de Redacción. Carlos Manzano me hizo pasar. Estaba llamativamente serio. Me senté enfrente suyo a la espera de su veredicto acerca de mis cuentos.
-    ¿Qué pasó? ¿No le gustaron?... Me lo imaginaba.
-    No es eso… ¡no es eso, Srta. Córdoba!
-    ¿Entonces?
-    Es que me quedé pensado en las pérdidas que Usted sufrió por mi causa.
-    No fue su culpa… Mi amiga actuó con alevosía para quitarme el amor de Ariel.
-    Lo más penoso de todo esto fue que esa mujer lo haya conseguido. ¿No quiere que yo hable con Ariel?... ¿o que le escriba explicándole lo que realmente pasó? Podría mostrarle sus cartas… bueno, no sus cartas… él mismo notaría que no es su letra, sino una letra diferente…
-    ¿Usted conserva aquellas cartas?
-    Sí… fue una estupidez… ¿verdad?
-    No sé si una estupidez, pero no tenía sentido.
-    De veras se lo digo… yo podría escribirle a ese hombre para aclarar el malentendido y entonces…
-    ¡Qué ni se le ocurra! Por favor… eso empeoraría las cosas con Ariel y yo aún conservo una esperanza… Jamás creería en que nuestro encuentro ha sido casual…
-    Yo tampoco creo en la casualidad. Eso no existe… Sí creo en los milagros… ¿Ariel cree en los milagros?
-    Supongo que no. Siempre fue un hombre pragmático.
-    Y Usted lo quería mucho…
-    ¡Imagínese! Íbamos a casarnos…
-    Pero… ¿Lo quería?
-    ¡Claro que lo quería! Pero no supe conservar su cariño.
Me miró un momento en silencio y luego, brusco, me señaló:
-    Leí  sus cuentos.
-    ¿Son muy poca cosa?
-    Para nada. Me gustaron y mucho. Aunque creo que será bueno que pula los diálogos. Los finales son magistrales y me sorprendieron siempre… Eso es clave en un cuento corto. Estoy convencido de que Usted tiene talento.
-    Gracias… me halaga, Sr. Manzano… ¿Quiere que corrija los cuentos ahora?
-    Sería lo mejor. Si le parece correcto puede trabajar aquí en mi oficina.
-    ¿No lo comprometo?
-    En absoluto… Quédese en el escritorio mientras voy a hablar con el Gerente de cuestiones laborales…
-    ¿Qué es lo que tengo que modificar?
-    Se lo anoté en los márgenes. En general, hay que plantear parlamentos más dinámicos pues cuando lo que dice un personaje dura demasiado, el lector pierde el hilo del argumento.
-    Usted conoce bastante del tema según veo.
-    Toda la vida trabajé en esto. Los libros son mi pasión.
-    Cuando, dos horas más tarde, Carlos Manzano regresó de su charla con el Gerente, yo estaba a punto de concluir con mis correcciones.
-    Ya terminó, Sta. Córdoba.
-    Tengo para unos veinte minutos más o menos.
-    ¿Vamos a almorzar por aquí cerca?
-    …No…. Mejor me voy a casa de mi tía.
-    Acepte mi invitación, por favor… por favor…
Un destello indescriptible en su mirada bondadosa derritió el hielo de mi negativa.
Guardé los cuentos en su carpeta y salí con el Jefe de Redacción de “Entremeses” hasta el restaurante de la esquina. Almorzamos y en la sobremesa conversamos animadamente. Por fin, mi anfitrión, que se había quitado los anteojos exclamó:
-     ¡No me canso de pensar en el gran milagro de habernos encontrado! ¿No cree que fue un verdadero milagro?
-     Supongo que lo fue…
-     Y… ¿Cuándo tiene que regresar a Punta del Rey?
-    Lo antes posible.
-    Pero, ¿cuándo?
-    Si terminase todo hoy… partiría mañana temprano.
-    Entonces… voy a demorarla para retenerla aquí en San Lorenzo.
-    Que no se le ocurra tal cosa.
-    ¿Qué compromiso tiene en su ciudad?
-    Tengo que trabajar…
-    Cuando hablo de compromisos, me refiero al hecho de que esté saliendo con alguien…
-    No… No hay nadie, y no quiero a nadie… en mi vida.
-    ¿Por qué?
-    Conservo el sabor amargo de mi fracaso con Ariel y no me siento preparada para afrontar otra relación… ni una amistad con alguien… si Usted me entiende.
-    ¡Claro que la entiendo! Y no puedo dejar de sentirme culpable en parte… Si yo pudiera hacer algo…
-    Ya no se preocupe, Sr. Manzano.
Al otro día, con la respuesta de una probable publicación retorné a Punta del Rey.
Mi “nuevo amigo”, sin quererlo yo, me hizo compañía mientras esperaba el tren que me llevaría a mi ciudad natal.
-    ¿Y? ¿Va a volver pronto?
-    No lo creo… ¿para qué?
-    Algún trámite… no sé… si vuelve, ¿me va a visitar?
-    No le puedo prometer nada.
-     Fue un gusto conocerla en persona, Inés… De verdad se lo digo – me alcanzó la fotografía que yo supuestamente le había enviad – Ya no la necesito… Y corresponda que se la devuelva.
-    Gracias… Yo rompí la foto que Usted me mandó…
-    ¡¿Tanto le hice rabiar!?
-    A pesar de todo, le guardé. Me dio pena.
-    Tírela… que no le dé pena….
-    Algún día la voy a pegar con celoplín y se la voy a devolver.
-    No gaste en eso… Mejor tírela.
-    Quiero agradecerle lo que ha hecho por mí. Sé que si no hubiese intervenido, la edición quizá no habría resultado.
-    No tiene que darme las gracias. Lo que hice, si es que algo he hecho, lo hice con gusto…
Me observó largo rato sin decir palabra, mientras yo oteaba el horizonte a la espera del tren.
-    Es un milagro.... – susurró pensativo.
-    ¡Allá viene! – exclamé – Sr. Manzano… hasta otro momento.
-    Hasta otro momento – me dijo estrechando mi mano.
Conservé por mucho tiempo su mirada feliz al despedirme.

Capítulo VII. La revelación.
Recuerdo como si fuera hoy el amargo día en el que me encontré con Ariel. Él llevaba por los hombros a Liliana Ramos, mi antigua amiga. La abrazaba con ternura. Tontamente me quedé plantificada en la esquina hasta que ellos me vieron. Ariel me saludó mientras tomaba la mano de Liliana.
-    Chau – respondí mientras seguía mi camino hundida en el abatimiento.
Mi hermana Margarita advirtió mi malestar.
-    ¿Qué te pasa?
-    Casi me chocaron esta tarde Ariel y su “novia”.
-    ¡¡Ese desgraciado!! Yo le hubiera pegado una cachetada a cada uno. ¡Tarados! ¿Cómo te hacen algo así?
-    ¿Y que sentido tenía pegarle? Ya está hecho…
-    Por lo menos te sacabas la rabia. Fueron un par de sinvergüenzas los dos.
-    Ariel, no… Me duele que no me haya creído… y que sí le haya creído a ella.
-    No defendás a Ariel, Inés. Él se dejó engañar gustoso… Seguramente de ella va a conseguir otras cosas…
-    No es así… Ese no puede ser el verdadero Ariel.
-    ¡Claro que no! El verdadero Ariel es un estúpido… ¿Querés que te enumere las tazones?
-    No… dejá… Ya no hablemos del tema.
A los dos meses justos de mi viaje a San Lorenzo recibí en casa la copia maestra de mi libro de cuentos. La edición saldría en un mes más con la tirada de la revista.
Sentí que tocaba el cielo con las manos cuando viajé de nuevo hacia San Lorenzo con el objeto de concretar la firma de los derechos de autor y todo lo demás.
En lo más profundo de mi ser, estaba dichosa porque tal vez vería de nuevo a Carlos Manzano. En verdad necesitaba hablar con él y recordaba con alegría los hermosos momentos que habíamos pasado juntos.
Sin embargo, el Jefe de Redacción no estaba en su despacho.
Después de la entrevista con el gerente, quien me recibió de modo muy diferente esta vez, me dirigí a la secretaria.
-    ¿Y el Sr. Manzano?
-    Está enfermo…
-    ¿Qué le pasó?
-    Una fuerte gripe lo tiró a la cama. Hace tres días que no viene.
-    ¿Tiene teléfono?
-    Sí… Aquí se lo doy… 872945.
Anoté la cifra, saludé y me apresuré en llegar hasta un teléfono público.
La campanilla del teléfono sonó por tres veces, y cuando ya estaba a punto de desistir, escuché una voz ronca y lejana, la voz de mi amigo.
-    Hola… ¿quién habla?
-    Hola… Sr. Manzano… Soy yo: Inés Córdoba ¿Se acuerda de mí?
-    ¡Y cómo no! Me alegra enormemente escucharla… ¿Desde donde me llama?
-    Estoy en San Lorenzo y como me dijeron que Usted estaba enfermo, conseguí su número para saber de su salud.
-    ¡Qué atenta! Ando más o menos, como lo advertirá por mi voz.
-    Vine a firmar el contrato por los derechos de autor… Voy a permanecer unos días en la ciudad. Llamé porque quería saludarlo.
-    Tengo que hacer un poco de reposo…
-    ¡Ay! Se está por terminar la ficha.
-    ¡Espere! Venga a visitarme…
-    Agregué otra ficha.
-    No quedaría bien: Usted vive solo.
-    ¡Claro! Tiene razón… ¿Voy a poder verla?
-    Me vuelvo el lunes. No sé…
-    Mañana me voy a levantar. Encontrémonos… ¿Quiere?
-    Bueno…
-    A las once, en la entrada del parque cívico… ¿Le parece?
-    Está bien… A las once… mañana sábado…
La llamada se cortó justo. De inmediato me pregunté qué clase de locura acababa de hacer.
Entonces, alarmada por mi proceder impulsivo, resolví no acudir a mi cita con Carlos Manzano.
A las cinco de la tarde del sábado llamaron a la puerta de mi tía. Yo atendí y me encontré con la figura de mi amigo con gesto preocupado y muchos abrigos.
-      ¿Se encuentra bien, Inés?
Mi tía lo hizo pasar y se fue a la cocina para preparar un té.
-    ¿Qué le pasó? – preguntó con el ceño fruncido y la voz nasal.
-    Decidí que no iría…
-    ¿Y se puede saber por qué?
-    Me pareció que no tenía sentido.
-    ¡Me hubiera avisado, mujer! La esperé durante una hora y media… hasta que me dio hambre… ¿Se arrepintió acaso?
-    Sí… Al instante…
Me dio la mano.
-    Adiós entonces… Me voy… será lo mejor.
Lo retuve en medio de la calle.
-     Venga, por favor… No pase frío.
-    No… Usted me desconcierta, Inés ¡Créame!
-    No se enoje, por favor. Fue una indecisión mía, más bien…
-    ¿Y qué la ha motivado? – inquirió sentándose.
-    Ni yo lo sé… Tal vez tuve miedo.
-    Miedo ¿de qué? ¿De mí?
-    Tengo miedo de sufrir.
-    En lo que de mí dependa sepa que no es mi intención hacerla sufrir. ¿Sabe?
-    Disculpe… Todo esto ha sido tan extraño, tan prodigioso, que no he sabido bien qué hacer.
-    Bueno – sonrió – por lo menos se ve que no me detesta… Y… no se sorprenda, amiga mía, los milagros son así. ¡Usted es exquisita, Inés! ¡Tan maravillosa!
Debí haberme sonrojado.
De la panadería de la esquina mi amigo me trajo unas masas para el té, y cuando ya declinaba el sol se puso en pie para marcharse. Yo lo acompañé hasta la parada de colectivos.
-    Quédese un día más, Inés.
-    No puedo… El martes trabajo… sólo me dieron un día de permiso.
-    ¿Y qué tal si cenamos juntos esta noche?... Digo… como una pequeña compensación por haberme dejado plantado al mediodía… ¿Ah?
-    ¿Esta noche?
-    Enseguida… temprano…
-    No sé qué hacer.
-    Mire… un hombre convaleciente como yo, no significa un peligro para nadie.
Me dio risa.
-    Acepto… ¿Dónde nos encontramos?
-    ¡Ah no!... “La ocasión es una dama de cabellos cortos y pies veloces”… Volvamos a casa de su tía y yo la espero si le parece.
-    Está bien.
Así hicimos. Cuando íbamos en el colectivo me dijo:
-    Luce verdaderamente hermosa.
-    Usted es muy amable.
-    Conozco un lugar muy bonito en el centro… Siempre lo he visto desde afuera… y se me antojó que fuéramos ahora.
-    ¿Será muy caro?
-    ¿Qué le preocupa? Usted es mi invitada… Por favor, no me ofenda con esos pensamientos tan materialistas – me reprendió sonriendo.
-    No quise ofenderlo.
-    Ya lo sé…
El lugar elegido para comer era perfecto: luminoso y acogedor, íntimo y cálido.
-    Brindemos… ¿Por qué podemos brindar?
-    ¿Por la publicación?
-    ¡Por la publicación! ¿Y por nuestra amistad?...
-    Bueno…
-    ¡Brindo por nuestra amistad, por el talento y la belleza de la mujer que tengo frente a mí: la más hermosa que he conocido jamás!
-    Es una apreciación exagerada – respondió con fuego en las mejillas.
-    Para nada… Soy sincero y siempre digo la verdad… ¿Puedo tutearte?
-    Está bien… Yo también aprecio la sinceridad…
-    Y hablando con franqueza… ¿no te parece realmente milagroso este momento? Nosotros éramos dos desconocidos y un incidente hizo que nos encontrásemos… ¿Sabés cómo empezó lo de las cartas?
-    Ni idea…
-    Puse un aviso en la sección “Solos y solas”  de “Entremeses”. Fue como un juego. Casi me burlaba de los nombres que figuraban al lado del mío. Acá tengo el aviso… ¿Querés leerlo?
-    ¿A ver?... Hombre sin compromiso desea conocer a alguien especial que guste de la lectura y de la buena música. Escribir a C.G Manzano CC 425 CP 200 San José de Llares S. Lorenzo.
-    ¡Qué gracioso! – exclamé.
-    Todavía no termino de entender por qué publequé ese abiso… Pero la única que respondió fue la pseudos – Ines Córdoba.
-    Cuando yo recibí tu primera carta pensé que se trataba de una broma, después vi que, al menos por tu parte, la cosa iba en serio.
-    Asi es…
-    Con aquella y otras amenas pláticas fue avanzando la noche como un soplo. A las doce decidimos salir del lugar. Caminamos por la avenida, pero el aire frío nos impidió continuar: tomamos un taxi y bajamos frente a la puerta de la casa de mi tía.
-    ¿No te volvés en el taxi? – pregunté
-    Mi casa no es lejos de aquí… Además, quiero decirte algo…
Con temor y temblor pregunté:
-    ¿Qué?
-    Esta ha sido una velada espléndida. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz. Y hasta tengo la inspiración para decirte personalmente un acróstico que escribí para vos… pero que no alcancé a dártelo… Inés, el hada de los ojos verdes, Negros cabellos, labios de rubí. Eres más dulce que una melodía, Siempre estarás en mí. – remarcó con una sonrisa el último verso. Su voz profunda me puso algo nerviosa.
-    ¿No te gustó?
-    Me  gustó mucho y lo he psado muy bien.
-    ¿Y cuándo vamos a vernos de nuevo?
-    ¿Mañana vas a despedirme a la estación?
-    Si querés…
-    A las 9:00 sale el tren para Punta del Rey.
Al día siguiente lamenté mucho que Carlos no llegara a despedirme como lo había prometido. Decepcionada, lloré buena parte del viaje de regreso. Como siempre, mi confidente Margarita se percató de mi angustia.
-    Es largo de contar, Magui… Pero, en San Lorenzo encontré a Carlos Manzano… el de las cartas ¿te acordás?
-    ¿Lo buscaste?
-    No… es el Jefe de Redacción de la Revista de San Lorenzo…
-    ¡No puede ser! Y… ¿Qué tal es?
-    Creía que era un hombre extraordinario. El sábado cenamos juntos… y me sentí tan bien junto a él… pero…
-    Pero ¿qué?
-    Pero no fue a despedirme a la estación. Me di cuenta de que es como todos…
-    Algo le habrá pasado ¿no te parece?
-    Podría haberme avisado… Yo creo que se arrepintió… Era todo demasiado maravilloso para ser verdad.
Diez días más tarde supe qué le había pasado.
Querida Inés:
                   Perdón, mil perdones.
                        El domingo amanecí con 40º de temperatura. No pude ponerme en pie. Me levantaba y me caía mareado. Hablé a casa de su tía, pero ya habías salido. Tuve una fea recaída en mi estado gripal y he lamentado con toda mi alma el no haber podido acudir a la estación.
Habrás pensado que soy un mentiroso.
Recién hoy, martes, me he levantado y, aunque tampoco fui a trabajar, voy a salir hasta el correo con el fin de despachar esta carta.
¡Qué pena que vivás tan lejos! Si no estás enojada conmigo, escribime. Esperaré ansioso tu carta.
Carlos Manzano
Cuando Margarita leyó la carta exclamó:
-    ¿¡Viste?! Te dije que, algo le había pasado. ¡Está muerto por vos!
La emoción me brilló en los ojos.
-    Y vos también te has enamorado…
-    Es que es tan gentil… no se pierde ningún detalle…
-    Entonces, Liliana te hizo un favor. Porque Ariel es lindo ¡Claro que lo es! Pero lo que tiene de bonito lo tiene de aburrido.
-    Me escribía poesías…
-    ¡Macanas! Las copiaba del libro”350 poesías de amor”. Te puedo dar las páginas de donde sacó cada una de ellas.
-    ¿De veras?
-    No te extrañe que hasta las cartas que escribió sean copiadas…
Con el corazón henchido de esperanzas me dispuse a contestar la carta de mi amigo.
Querido Carlos:
                                  Estás perdonado.
Ciertamente me decepcionó que no hubieras ido a acompañarme.
      Pensé que no querías saber más de mí.
Tu carta me alegró. No porque me contaras que seguías enfermo, sino porque me hizo ver el motivo que tuviste para no ir a la estación.
Espero que te mejorés muy pronto y te digo de nuevo que lo pasé muy bien en tu compañía.
Hasta cualquier momento.
                                        Inés.
Dos semanas después me llegó otra de sus cartas.

Querida Inés:
                 Espero que muy pronto tengás que volver a San Lorenzo porque te extraño una enormidad.
Cada vez que voy a la Revista y paso por el restaurante en el que tuvimos esa cena maravillosa, revivo uno por uno todos tus gestos y palabras.
Siento que en cualquier momento te vas a aparecer en la oficina y vos a sonreír a mi lado.
Sos un milagro, Inés. Has sido un milagro de felicidad para mí.
Necesito verte. Antes me movía una vaga ilusión, ahora tu presencia es una necesidad vital para mí. ¿Podés creerme?
        Recibí un beso de Carlos.
-    ¡Esta carta es toda una declaración! – exclamó Margarita – Solamente le falta decirte que te ama.
-    ¿No es increíble?
-    ¡Ese es el hombre justo para vos!
-    ¡Creo que sí!
-    ¿Y cuándo lo vas a invitar para que lo conozcamos?
-    Ya voy a encontrar una ocasión propicia para hacerlo venir…
Desde entonces me dispuse a pensar y soñar con nuestro reencuentro mientras otras cartas iban y venían.


Capítulo VIII. Ariel.
El 21 de setiembre sorpresivamente Ariel Oliva, mi ex – novio, cayó por mi casa.
Tuvo que esperarme porque yo me estaba haciendo una limpieza de cutis.
Salí como media hora después con las mejillas enrojecidas y una gran curiosidad dibujada como una incógnita en el gesto.
-    Hola… - lo saludé con frialdad premeditada.
-    Hola Inés… Disculpame.
-    ¿Qué se te olvidó, Ariel? ¿Qué andás buscando?
-    Por amor de Dios… no me tratés así.
-    Ariel estaba destruido por la tristeza.
-    ¿Qué querés? – me senté.
-    Necesito hablar con vos de algo muy importante.
-    Yo ya no puedo hablara de nada importante con vos.
-    Sé que no tengo derecho de estar aquí…
-    Entonces, ¡andate!
-    Inés – me explicó casi llorando – fui una víctima convertida en victimario.
-    A ver ¿Y por qué decís eso?
-    ¿Sabés que Liliana y yo iniciamos una relación después de nuestra pelea?
-    Por supuesto…
-    Yo me sentía traicionado y ella me escuchó y me aconsejó... Caí en la trampa…
-    ¿Qué ? ¿vas a casarte con ella? Lo bueno es que ya tenés los muebles y la casa terminada.
Ariel se echó a llorar sin consuelo. Apoyó su frente en mi mano y sentí las lágrimas que caían de sus ojos.
-    Supe la verdad, Inés… y me he peleado con ella… Es que no puedo seguir así..
Ariel seguía llorando y yo no sabía qué hacer.
-    No sé qué es lo que pretendés, Ariel…
-    Mirá, Inés – respondió calmándose un poco – Cuando Liliana me dijo cómo habían sido las cosas comprendí que no tenía nada que hacer a su lado. Llevo un mes rompiéndome la cabeza para dar con una forma de enfrentarte a vos. Perdoname, por favor.
Retiré mi mano de su rostro y con escarcha en la voz le dije:
-    Te perdono Ariel… Todo hubiera sido distinto si vos hubieras confiado en mí.
-     Los celos me cegaron… Es un mal de familia. Pero te juro por la memoria de mi madre que estoy pagando muy caros mis celos. Además Liliana me causó, comprendí que jamás podrí llegar a amarla como te amé a vos. Como te amo, Inés.
La declaración de Ariel me retumbó en la cabeza como un escopetazo.
Me puse de pie asqueada por la situación y porque comenzaba a sentir lástima de Ariel. Él también se puso de pie.
-    Mirá, Ariel… me alegro de que se haya aclarado todo en honor a la verdad. Pero no tiene sentido que me digás estas cosas ahora… después de más de un año de separación.
-    ¿Cómo que no tiene sentido?
-    Vos me dejaste, Ariel. Te negaste cien veces a escucharme… Te fui a buscar a tu casa, te hablé por teléfono… y nada… Todo lo que me dijiste en este tiempo fue que te devolviera los regalos que me habías hecho durante nuestro noviazgo… Mi vida ha cambiado mucho…
-    ¿Acaso estás de novia?
-    No es eso, pero…
-    No veo por qué no podemos reanudar nuestro noviazgo. ¡Eso es lo que te estoy pidiendo!
Sus ojos azules continuaban nublados por las lágrimas. Estaba desesperado.
-    Ya te perdoné. No me pidás más.
-    Volvamos a ser novios… te lo pido. Ya sé que me seguís queriendo…. Tu mirada no puede mentirme y sé también lo mucho que has sufrido por esta injustita.
-    No puede ser, Ariel. No puede ser.
-    ¿Por qué? ¿por qué?
-    Porque al principio, cuando me dejaste, creí que iba a morirme de pena. Pasé días y noches llorando aquella injusticia… Comprendí que tal vez nunca me habías querido… Pero lo que en un comienzo me resultaba imposible de sobrellevar después se convirtió en una serenidad que provenía de mi inocencia. Me acostumbré a estar sin vos de la misma manera que un día me acostumbré a ser tu novia. La herida está cerrada ya…
-    Es terrible esto que me has dicho.
-    ¿Y qué esperabas, Ariel? ¿Qué te llorara toda mi vida?
Ariel volvió a llorar.
-    ¿Y ahora yo qué hago? Ya te dije que me equivoqué. Te amo, Inés… Sin vos me voy a morir…
Me enterneció sentirlo débil y desamparado frente a mí y no me atreví a decirle que tenía otros proyectos y otro candidato en vista.
Me abrazó y los buenos momentos de nuestro noviazgo volvieron a mí como fantasmas del pasado.
-    Disculpame, Inés… No debí haber llorado… Pensarás que soy un estúpìdo.
-    No es así.
-    Me siento mal, Inés… Tengo la impresión de que te he perdido… Si así fuera no me lo perdonaría jamás… ¡Te juro que me mato!
-    No digás semejante cosa.
-    ¿Qué decís? ¿Aceptás?
-    Volvé la otra semana… Ahora no sé qué decirte.
-    Mañana voy a volver a saber qué has decidido… no sabría esperar tanto tiempo.
Margarita me habló enervada en un sillón cuando regresó de pasear con su novio Marcelo.
-    ¡Inés! ¿qué te pasó?
-    No vas a creerlo… Vino Ariel.
-    ¡Ah! ¿Y cuándo se casa ese imbécil?
-    Se peleó con Liliana.
-    ¡Ajá! Y seguro que ahora viene a buscarte para que seás su paño de lágrimas.
-    Lloró todo el rato.
-    Menos mal que vos ahora estás casi a punto de ponerte de novia con Carlos Manzano… ¡Me imagino que se lo habrás restregado por la cara!
-    No pude… si lo hubieras visto… ¡Esos ojos! ¡Esos ojos!.
-    ¡Estás loca si le has creído! ¿Y tu romance en puerta con el escritor?
-    No hemos concretado nada y quién sabe si lleguemos a algo…
-    ¡Ariel te lavó el cerebro!
-    Lloró por mí, Magui… Lloró por mí.
-    Y vos, como una ignorante, te vas a reconciliar con él ¿No es cierto? ¡No te merece! Después te vas a arrepentir, porque Ariel es un estúpido y además le vas a romper el corazón al otro… Esto es muy injusto.
-    Pienso que, en el fondo, nunca dejé de querer a Ariel.
-    Y yo pienso que vas a cometer el peor error de tu vida…
Me dirigí a mi cuarto para concluir aquella discusión con Margarita. Aparte, yo sabía que ella tenía razón, pero no estaba dispuesta a reconocerlo.
Y a pesar de mis dudas y de las reconvenciones constantes de mi hermana, al día siguiente reanudamos nuestro noviazgo Ariel y yo. como prenda de amor mi prometido trago de nuevo los paseados muebles y los depositó en la sala de mi casa.
-    - ¡Y nos vamos a casar el 12 de noviembre! ¿Eh?
-    - ¿¡Qué!?
-    Del año próximo, amor.
-    ¡Ah!... Ya me estabas asustando.
Yo había cambiado mucho y lo sabía, pero Ariel seguía siendo el mismo, con sus ideas y manías. El problema era que entonces yo me daba cuenta y me llenaba de hastío.

Capítulo IX. El triunfo y la derrota.
Mi novio Ariel repasaba los muebles en la sala de mi casa cuando llegó el correo.
-    Inés, es una carta para vos – anunció Margarita.
Me estremecí recordando a mi despreciado Carlos Manzano.
-    ¿De quién es? – curioseó Ariel sin dejar su rutina.
-    Del Departamento de Ediciones de “Entremeses”.
-    ¿Qué dice?
Rompí el sobre y me encontré con una tarjeta muy elegante que invitaba a la escritora Ana del Rey a participar en la presentación de los libros que se publicarían ese año. El ágape era el viernes siguiente desde las 21.00.
Tuve que explicarle a mi novio de qué se trataba.
-    ¿Y vas a ir?
-    Por supuesto. He andado mucho tiempo detrás de es publicación.
-    Yo te voy a acompañar.
-    ¡No hace falta! Además perderías un día de trabajo.
-    Deseo acompañarte y lo haré con gusto. O ¿acaso te da vergüenza que yo vaya con vos?
-    No… ¡Para nada! Es que no quería ocasionarte problemas. Sólo eso.
Así fue que viajamos juntos con mi prometido y llegamos a San Lorenzo casi a la hora en la que comenzaba la recepción.
Apenas nos habíamos ubicado, el Gerente y un grupo de invitados hicieron silencio.
El director de “Entremeses” en persona dio inicio al acto.
Comenzó en el volumen “Poesías con plumas” de la señorita Evarista Pérez Román.
La amable solterona recitó a continuación una de sus incomprensibles elegías.
Un hombre muy alto y desgarbado expuso un resumen de su ensayo “El problema de la epidermis humana y su influencia sobre el folklore contemporáneo”, el cual arrancó varios bostezos.
Luego pidió el Director que la ”joven” Ana del Rey leyese el primer cuento del libro “Relatos de misterio”.
Me aplaudieron calurosamente y al momento de la entrega de los reconocimientos entró en el salón nada menos que Carlos Manzano, quien se sumó al aplauso con un enorme ramo de rosas color té.
-    Para vos Inés – me dijo al oído – Disculpame por no haber llegado antes. Las flores me demoraron y me perdí el poema de la querida Evarista.
-    Gracias… respondí como… aturdida.
Ariel se adelantó hasta nosotros y pasó su brazo por mis hombros.
Debí presentarlo, a mi pesar.
-    Mi prometido: Ariel Oliva… El Sr. es el Jefe de Redacción de “Entremeses” en San Lorenzo… Quien hizo posible la publicación…
Vi una tremenda desilusión dibujada en el rostro de mi amigo. Tardó en reaccionar.
-    Gabriel… ¡Mucho gusto! – dijo mientras tendía una mano lánguida a mi novio, con especial cuidado en no mencionar ni su primer nombre ni su apellido. – Discúlpeme… Ahora tengo que ir a felicitar a Evarista y a Don Washington. A ellos ya les obsequiamos.
-    Gracias por las rosas…
-    De nada… Es una “tradición” de la empresa con la publicación del primer libro. ¡Éxitos!
Se alejó y saludó a todos en el salón.
Cuando Ariel salió a de allí para fumar, el Jefe de Redacción de “Entremeses” se aproximó hasta donde yo estaba y volvió a tratarme de Usted. Su mirada traslucía pena rabia a la vez.
-    No sabía que Usted iba a venir acompañada – reprochó.
-    Yo tampoco sabía… hasta hace poco.
-    Ese es su antiguo novio ¿cierto?
-    Sí… Me pidió perdón porque supo la verdad y su cariño por mí estaba intacto. Yo lo perdoné.
-    Está muy bien… Pero; ¡es una lástima!
-    ¿Por qué dice eso?
-    Por nada… Solamente quiero preguntarle por qué Usted ha jugado conmigo todo este tiempo… Sus cartas no hablaban de una reconciliación con su ex – novio.
-    Yo no he jugado con Usted.
-    Pero sí ha jugado con mis sentimientos.
-    No quise… perdón…
Un grave disgusto se sobrepuso al dolor de su mirada.
-    En fin… ya no tiene caso.
-    Déjeme explicarle, por favor… El retorno de Ariel me desconcertó… Me dio pena su angustia… por eso lo perdoné.
-    ¿Y de mí no le dio pena?
-    ¿Por qué me lo dice?
-    ¡Ah no! ¡Me exaspera su frialdad! No se ha dado cuenta de que yo…
El regreso de Ariel al salón dio por terminado aquel terrible diálogo. Mi novio se ofuscó por ver a ese hombre a mi lado.
-    Entonces… Srta. Córdoba… envíe esos originales el mes próximo, por favor. En el negocio de los libros no está permitido perder el tiempo.
-    Muy amable. – le dije con amargura pues sabía que era mi despedida de Carlos Manzano. Quizá para siempre.
Nos saludó y se marchó.
-    ¡Qué tipo más pesado! – comentó Ariel cuando volvíamos a casa de mi tía - Habla todo el tiempo de libros.
-     Es su trabajo…
-    Sí… Ahora qué desubicado quedó al traerte flores… A mí no me gustó su actitud.
-    Son bonitas… - expresé mirando con tristeza el hermoso ramo blanco.
Después de que me dejó en casa de mi tía Negra, Ariel se fue a lo de unos primos para pernoctar allí.
Poco antes de las doce tomé el teléfono de mi tía y marqué el 872945.
El dueño de la línea se demoró en atender.
-    Hola… ¿Sí?
-    Carlos… Soy yo… Inés.
-    Inés… ¡Ah! ¿Qué pasó?
-    Disculpe la ahora… Necesitaba hablar con Usted para pedirle perdón.
-    ¿A mí? ¿Por qué?
-    Porque no le avisé que Ariel y yo nos habíamos reconciliado… Debí llamarlo o escribirle…
-    Mire, Inés… Usted es dueña y señora de hacer con su vida lo que se le dé la gana – el tono era fríamente cortés - ¿Tenía algún compromiso con migo? ¡No! ¿Me debe algo? ¡Tampoco! Entonces siga su camino feliz con su novio y déjeme dormir que ha sido un día muy duro para mí…
-    Pero
-    ¡Adiós!
Carlos Manzano colgó y yo me quedé llorando apesadumbrada.
Por la mañana Ariel me pasó a buscar y, después de hacer algunas compras volvimos a Punta del Rey.
Durante el viaje él hablaba hasta por los codos y yo respondía con monosílabos. Finalmente mi novio se percató de mi estado.
-    ¿Qué te pasa, Inés?
-    Nada…
-    ¡Vamos! Te conozco…
-    No es nada.
-    Creo que hay algo que no está funcionando.
-    ¿Con qué?
-    Con nosotros.
-    ¿Por qué lo decís?
-    Tal vez porque nunca “segundas partes fueron buenas”… Vos no sos la misma de antes. Yo no consigo interesarte con nada, muchas veces me contás lo que estás pensando. ¿Creés que fue un error reanudar nuestro noviazgo?
-    No, Ariel… Sólo que viajar tanto me ha agotado…
-    Siempre tenés una excusa.
-    Es que hay cosas que una vez que se han quebrado, es difícil poderlas reparar.
-    ¡Eso quería que me dijeras!
-    Lo siento mucho, Ariel… Siento no haber conservado mis ilusiones intactas por tu amor. Pero… no fue mi culpa.
-    Lo sé… Y tampoco fue por mi culpa. Fueron las circunstancias…
-    ¡Qué le vamos a hacer!
-    ¡Yo sé bien lo que tengo que hacer!
-    ¿Qué?
-    Voy a reconquistarte…Todavía no sé cómo, pero voy a conseguir que tu  corazón sea todo mío como lo fue hace dos años atrás…
Besó mis labios y, muy satisfecho de su decisión, se puso a dormir en el asiento frontero. Su orgullo no le dejó advertir el llano de mis ojos.
Mientras él roncaba, yo veía pasar el vertiginoso paisaje nocturno de pueblos iluminados y desiertos a oscuras y sólo pensaba en Carlos Manzano, en su enojo y su abrupta despedida.

Capítulo X. Celos.
Mi novio, tal como me lo había prometido, comenzó con sus estrategias de reconquista. Aquella artificialidad en su trato sólo consiguió que Ariel se volviera insoportable para mí.
Para colmo de males, a veinte días de la recepción, llegó para mí una carta sin remitente. Sin embargo, yo conocía bien aquella caligrafía.
Inés:
           Hace dos semanas que llevo un gran peso.
No puedo cargarlo más: me he portado como un idiota.
Y ¿sabe cuál fue el motivo de mi actitud? ¡Los celos!
Yo jamás había experimentado esa rabia blanca que provocan los celos. Fue espantoso, pero ya pasó lo peor.
Por fin, me animé a escribirle esta carta que tal vez sea la última que le envíe.
Quiero contarle algo: yo estaba más solo que un perro; no me costó nada agregar me nombre y dirección entre tantos solos y solas que escriben a la revista con ciertas esperanzas.
Después de que recibí su supuesta primera carta, me dediqué a esperar siempre con ansias las respuestas desde Punta del Rey. Llegaba a soñar con Usted, Inés. Más aún cuando tuve en mis manos su preciosa fotografía.
Vivía en el ensueño hasta que vino la dura misiva del desengaño.
Muchas veces había temido que la mujer que contestaba mis cartas no fuese real.
Su carta, su verdadera carta, me reveló a la Inés Córdoba con la que soñaba: una mujer íntegra y leal.
El día en que nos vimos por primera vez, me sentí parte de un milagro, no fue mera casualidad. El milagro más hermoso sucedido en un lugar donde no es frecuente que sucedan los milagros. Y no sólo eso: sino también el milagro de habernos sentido tan felices juntos.
Yo, por no apresurar los acontecimientos y por no forzar sus sentimientos, perdí mi oportunidad.
Fue esa noche que cenamos juntos, las copas de vino trajeron consigo la alegría, cuando estuve a punto de darle a conocer el secreto de mi corazón.
Y no me atreví. Me reprocho cada día por no haber cedido a aquel impulso.
El día de su triunfo y de mi derrota, cuando la vi con su novio Ariel, sentí como un ácido que me corrió por las venas. Perdoname porque, sin tratarlo, aborrecí a ese hombre.
Por cierto, las rosas con que la obsequié no eran costumbre de la empresa. ¡Claro que no!
Esas flores eran parte de mi secreto respecto de Usted, Inés.
Y tengo mucho más para decirle y otras tantas cosas que querría que supiese.
Pero, claro, la suerte está echada y el secreto morirá con migo. Salvo que – no me sorprendería – suceda otro milagro que nos reúna nuevamente.
                                                                     Adiós.
                                                                       C. M.

Aquella confesión sólo sirvió para aumentar mi tristeza. ¿Qué se podía agregar a lo que sus palabras me gritaban? Una nostalgia por lo que pudo haber sido invadió mi alma y, por supuesto, atesoré aquella carta junto con la foto reconstruida.
Ariel continuó con su plan de reconquista pero todo lo que hacía o decía me producía una fatiga que crecía a pesar de mi esfuerzo por continuar como si nada hubiera pasado.
Un martes de febrero hubo un gran revuelo en la revista “Entremeses”, sección Punta del Rey. Acababan de jubilar a Doña Selva Sánchez, la directora.
-    Hoy asumen las nuevas autoridades – me explicó mi amiga Patricia. – Ahí viene el Director General con el nuevo Jefe de la sección.
El corazón me saltó de alegría en el pecho cuando vi la esbelta efigie de Carlos Manzano junto a la tiesa y rechoncha figura del Director General.
Él me había visto primero y dicho unas palabras al oído del Director. Ambos se acercaron a mí.
-    ¡Nuestra talentosa cuentista! – exclamó el anciano tendiéndome la mano.
Carlos me dio un beso en la mejilla, ante la envidia de algunas compañeras, mientras me susurraba.
-    He aquí el milagro que esperábamos.
Me sobresalté, pero estaba alegre.
-    Srta. del Rey… Sres. y Sras. Tienen ante Ustedes al nuevo Director de la Sección Punta del Rey, el Sr. Carlos Gabriel Manzano…
Todos aplaudimos.
Después de un sencillo ágape que incluyó la despedida de Doña Selva y la bienvenida de mi amigo, el nuevo Director me citó a solas en su despacho.
-    ¿Cómo vino a parar a Punta del Rey?  
Sonrió ampliamente.
-    ¡Ese fue el milagro, Inés! Me ofrecieron la Gerencia General en San Fernando o la Dirección en Punta del Rey…
-    Ha sido una sorpresa enorme.
-    ¿Alegre o triste?
-    Todavía no sé qué va a resultar de todo esto.
-    Espero no causarle problemas esta vez.
-    Quédese tranquilo.
-    Se hizo un hondo silencio entre nosotros.
-    Inés… ¿Recibió mi carta?
-    Sí…
-    ¿Por qué no la contestó?
-    No tenía nada que agregar.
-    Supuse que no iba a responderme. De todos modos, me alegra que la haya recibido. Ahora, voy a tener la dicha de verla todos los días.
Tomó mi mano entre las suyas.
Alguien llamó a la puerta de su despacho y me desasí de sus manos.
A la salida, mi nuevo jefe me interceptó.
-     Srta. Córdoba…
-    ¿Sí?
-    ¿Conoce alguien que me pueda dar pensión?
-    A ver… Sí el matrimonio Ruiz… Los padres de una antigua amiga.
-    ¿La casa queda cerca de al suya?
-    Más o menos.
-    Bueno…
-    ¿Le escribo la dirección en un papel?
-    Ya la tengo… ¡Gracias!
-    No la mía… La de los Ruiz… Calle Castro 327… No recuerdo el teléfono, lo cambiaron hace poco.
-    ¿Usted tiene teléfono?
-    No…
-    ¿Puedo acompañarla?
-    No…
-    Tiene razón: quedará pésimo.
-    Se lo traigo mañana.
-    ¡Ajá! y esta noche duermo bajo un puente…
-    Vaya directamente…
-    ¡Qué rebuscada es! ¿No es menos complicado que yo vara a su casa?
-    Puede ser, pero, no va a entrar ¿sabe?
-    De acuerdo – aceptó riéndose.
-    Caminamos hasta mi casa. Carlos no podía disimular su alegría.
-    ¿Qué tiene? – le pregunté.
-    Me parece maravilloso caminar de nuevo junto a Usted.
-    No se entusiasme.
-    ¿Por qué no? Después del milagro de haberla encontrado, todo puede ser posible.
-    Con su actitud me compromete.
-    Ojalá Usted se animara a comprometerse conmigo.
-    ¡Basta!
-    Que se comprometa… a nivel laboral… digo…
-    Así llegamos a mi casa.
-    Usted espere aquí afuera – le dije
-    ¡Claro! – aceptó.
-    Entré a la sala; en ese momento Margarita despedía a su novio y Ariel miraba su reloj con impaciencia. Yo no me imaginaba que él podía estar en mi casa. Margarita no supo interpretar el gesto desesperado que yo le hice y salió.
Mi novio se adelantó hacia mí con media docena de claveles y me besó:
-    ¡Feliz aniversario, mi amor!
-    ¿Ah?
-    Según la fecha de nuestro noviazgo, etapa I, hoy cumplimos ocho años.
-    La verdad es que para mí, la fecha que vale es la de septiembre: ¡etapa II!
Después de colocar las flores en un jarrón, se puso a repasar los muebles con la gamuza amarilla.
Margarita entró y muy preocupada me dijo:
-    Inés ¿podés venir a la cocina?...
La seguí con el corazón en la boca. Cerró la puerta tras de mí.
-    ¡¿Viste quién está afuera esperándote?!
-    Vino conmigo… Shshsh… No hablés tan fuerte.
-    ¿Qué hace acá? No me digás nada… La locura de su amor lo trajo hasta nuestra puerta…
-    ¡Qué locura de amor ni que ocho cuartos! Es el nuevo director de “Entremeses” en Punta del Rey.
-    ¡Ajá! ¡Qué justo! ¿No?
-    Aunque no lo creás, la casualidad la ha puesto en ese cargo. Pero… ¿Me hacés un favor? Llevale este número y que se vaya.
  Escribí en una servilleta de papel el número de los Ruiz. Margarita se la guardó en un bolsillo y salió de nuevo a la calle.
-    Le serví un café a Ariel mientras él acababa con su ímproba labor.
-    ¿Cómo te fue hoy?
-    ¿Ah?
-    Inés… ¿Que cómo te fue? ¿Me estás escuchando?
-    Me fue bien… Hoy despedimos a Doña Selva… Fue muy… emotiva la despedida.
-    ¿Sabés en qué estaba pensando?
-    ¿En qué?
-    En que ya que postergamos la boda hasta marzo… y está faltando más de un año, podríamos ir pagando la luna de miel.
-    No hay apuro…
-    Me gustaría que hiciéramos un viaje especial.
-    ¿Sí?
-    ¡Veinte días en San Lorenzo!
-    ¿Por qué San Lorenzo? ¡No!
-    ¿Por qué no te gusta?
-    Ya conozco… Me gustaría conocer otros lugares…
-    Pero en San Lorenzo tenemos parientes… Por cualquier cosa que necesitemos…
-    Cuando Ariel se fue, Margarita salió a verme.
-    ¿Se fue el pobre cegatón de mi futuro cuñado?
-    No hablés así…
-    Mirá lo que tengo para vos – me dio un pedazo de servilleta con un mensaje de mi nuevo jefe.
“Gracias y disculpe la molestia. ¡Hasta mañana!”
Se lo digo feliz. C. M.
-    ¡Qué loco! – sonreí.
-    Sí… ese loco te ha vuelto loca a vos. Yo no te entiendo … Si te gusta tanto ¿por qué no le pegás una patada a ese imbécil lustramuebles de tu novio?
-    ¡Pobre Ariel!
-    “¡Pobre Inés!” diría yo. Querés a Carlos Manzano y te vas a casar con Ariel.
-    Si yo no me caso con Ariel, se muere de pena.
-      ¡Y bueh! Si se tiene que morir, que se muera.
-    ¡Margarita! No seás mala.


Capítulo X. El mejor monstruo.
Al día siguiente mi nuevo jefe me recibió con una sonrisa cómplice.
-    Su hermana me avisó que estaba su novio anoche… Por eso me fui muy rápido…
-    Gracias por su discreción y por haber comprendido.
-    Me alegra tener con Usted al menos un secreto.
-    ¿De qué habla?
-    De que hay algo entre Usted y yo…
-    No hay nada: no se pase de la raya.
-    No se enoje… pero ¿a qué el secreto con su novio? ¿No sería mejor que le dijera que yo estoy aquí y que voy a trabajar a su lado y que la voy a ver todos los días?...
-    Ariel es muy celoso.
Así pues, bajo la mirada sonriente y con las alegres pláticas de mi jefe trabajé desde entonces. Su actitud afectuosa y deferente para conmigo me sumió en gran inquietud.
Siempre tenía alguna excusa para hablar conmigo o dedicarme una sonrisa, una palabra amable.
Hasta tal punto demostraba su cariño por mí que un día Rebeca, la encargada de la página de Sociales me miró con sus ojos de lechuza y me preguntó:
-    Oíme… ¿Vos y el director tienen un romance?
-    No… nena… Sólo somos amigos.
-    Te mira demasiado. No sé…
-    ¡Ocurrencias tuyas, no más!
-    No nena. Además es soltero… sin compromiso.
-    Pero yo estoy comprometida.
-    ¡Ah!... claro… ¿Sabés qué? Entonces vos me podrías “hacer la pata” con él... A mí me gusta y pienso que podríamos salir a tomar algo…
-    ¡¿Cómo se te ocurre semejante cosa?! la espeté con un ofuscamiento desconocido en mí.
Y me dio muchísima rabia que ella se hubiera fijado en Carlos Manzano. Al rato entendí de donde provenía mi reacción: había sufrido esa “rabia blanca” que producen los celos. Mientras volvía para mi casa, me eché a llorar.
Ariel me dijo, días después, bastante enojado:
-    Quiero que dejés de trabajar en la revista.
-    ¡¿Qué pasa?! Es una entrada de dinero que viene bien ahora que estamos ahorrando para casarnos…
-    No nos hace falta esa plata. Yo gano cinco veces lo que vos en la revista. El problema principal es que me he enterado de algo que no me gustó nada.
-    ¿De qué?
-    Supe que ese tal Gabriel es tu jefe ahora. Lo vi en la puerta de la revista, me saludó y me contó. ¿Por qué no me habías dicho nada?
-    Porque no le di importancia.
-    O le diste demasiada importancia.
-    Estás exagerando, Ariel.
-    ¿Sabés qué pasa? Detesto la idea de que ese tipo pase horas enteras al lado tuyo… Si vos no dejás tu trabajo, sabré lo que ha pasado con vos.
-    Ariel… no, por favor…
-    Es mi última palabra: ¡tu trabajo o yo!
-    Es injusto que me pongás en una disyuntiva como esta.
-    Tomalo como una prueba.
-    ¿Y no te parece que yo ya pasé varias pruebas por vos?
-    Esta es la última. Si es por la plata, te la voy a dar de mi sueldo…
-    No voy a renunciar.
-    Es ese hombre ¿verdad?
-    No… no…
-    Pensalo: te doy un día.
Ariel se marchó después de dar un portazo, sin haber repasado nuestros muebles.
Al día siguiente ya no salí  para trabajar y me quedé en mi casa con la fotografía de Carlos Manzano entre las manos, mientras lloraba tontamente.
Esa tarde mi exjefe llamó a mi puerta. Margarita había ido con mis padres hasta el supermercado y yo estaba sola.
-    ¿Cómo anda, inés? ¿Sabe que me preocupó mucho? ¿Qué le pasa?
-    No voy a volver a la revista.
-    ¡Bah! ¿Se puede saber el motivo?
-    Renuncio a mi trabajo. Ariel me hizo optar: ¡o el trabajo o él!...
-    ¿Qué problema tiene ese hombre con su trabajo?
-    No es con el trabajo… el problema es con Usted.
-    ¿Y yo qué hice?
-    ¡No se burle, por favor!...
-    ¡Ah! ¡ya sé! ¡está celoso! ¡Bien! ¡Me encanta! ¡Qué estúpido es!
-    No hable así de mi novio… por favor.
-    Discúlpeme. No quiero herir sus sentimientos, pero su novio igual me parece un perfecto imbécil. Ya me lo ha demostrado en sucesivas ocasiones. ¿Quiere un resumen de su comportamiento? Primero, tuvo una sospecha por causa de una carta equivocada ¿Escuchó sus razones? ¡Claro que no! Creyó más en la carta que en Ud. misma… Inmediatamente después se puso de novio con la mujer que urdió el engaño. No obstante ello, cuando Usted había comenzado a recuperar su vida y a rehacerla sentimentalmente con otro… él decidió que la seguía queriendo y le suplicó que volvieran a estar juntos… Usted lo aceptó de nuevo…
-    No fue tan así…
-    ¿Me equivoco acaso?
-    …No…
-    Déjeme seguir… En esta nueva etapa, cuando él es el que debería hacer buena letra se dedica a atormentarle la vida y no ceja en sus intentos hasta que consigue que Ud. abandone la única actividad que la saca de una rutina aburrida y que la plenifica como persona. Si su novio no es un imbécil, ¡dígame cómo debo llamarlo!
     En ese momento, el “imbécil” llamó a la puerta y no pudo disimular su desagrado al encontrarse con Carlos Manzano en el living de mi casa.
     Ariel me besó frente a mi ex jefe y después le tendió la mano. Los hombres se miraron desafiantes. Y ¡los celos!: el pobre Carlos se puso en evidencia pues su rostro se encendió y una chispa roja brilló en sus ojos.
     Ariel sonreía satisfecho y yo me moría de vergüenza. El forastero saludó cortante y se marchó.

Capítulo XII. El adiós.
Cuando pasé para retirar mis escasas pertenencias de la revista, Carlos Manzano me pidió que entrara en su despacho y cerró la puerta tras de sí.
-    ¿Se va, no más?
-    Sí…
-    ¿Usted ha pensado, por un momento, en las consecuencias que este hecho tendrá para su futuro literario?
-    Sí… lo he pensado, pero… no podía elegir mi trabajo. No esta vez.
-    La elección no fue entre su novio y su trabajo. Convengamos en que debió elegir entre Ariel y yo…
-    ¡Qué dice!
-    ¡Por Dios! No soy tonto… ¿Tanto ama al hombre que más la hizo sufrir?
-    No me ha hecho sufrir por su voluntad… fueron las circunstancias. Él me ama y es celoso. Yo, por mi parte, debo aceptarlo como es.
-    ¡Ojalá yo alguna vez tuviese una migaja de la tierna comprensión de una mujer como lo ha tenido ese tonto de Ariel!
-    ¿Por qué insiste con oponerse todo el tiempo a mi prometido?
-    No es oposición, sólo pienso que “Dios le da pan”… y él no tiene dientes.
-    No es bueno envidar.
-    Tampoco es bueno celar de forma enfermiza. Aparte no es envidia exactamente lo mío…
-    ¿Qué es?
-    Usted lo sabe… Yo seguiré esperando un milagro.
-    ¿De qué habla?
-    Usted sabe pero no quiere saber.
-    Ya me tengo que ir – señalé tomando la caja con mis pertenencias.
-    Siempre fiel a sí misma
-    ¿Por qué dice eso?
-    Porque siempre huye de mí…
-    No pienso seguir escuchando sus impertinencias… Gracias por todo, Sr. Manzano, Usted me ha ayudado mucho.
Salí del lugar, saludé a mis compañeros con lágrimas en los ojos y cando llevaba media cuadra de caminata advertí que Carlos Manzano me seguía.
-    ¿A dónde va? – le pregunté.
-    La acompaño ¿puedo?
-    No es necesario. Conozco el camino.
-    Yo sé lo que tengo que hacer… conozco mis deberes.
En la otra esquina mi dijo misterioso mientras colocaba la caja en el suelo.
-    ¿Me permite, ines?
-    ¡¿Qué?! – me sobresalté.
-    Que le de un beso de despedida.
-    ¿En los labios? – reaccioné asustada.
-    Si Usted quiere la doy un beso en los labios… yo no tengo problema.
-    ¡Por favor! No es eso lo que quise decir.
-    La besaría en la boca con gusto, pero no… voy a respetar su lealtad suprema a su novio Ariel y a su compromiso con él. Yo quiero darle un beso en la frente… La frente es el lugar sagrado que sólo besan los padres, los hijos y los… esposos…
Dicho aquello, depositó un largo beso en mi frente y luego me contempló:
-    ¿Por qué llora, muchacha?
-    No sé… me emocioné… perdóneme todo lo que lo hice sufrir, Carlos… Ojalá nunca me hubiera conocido.
-    ¡Eso no!... Usted es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Me alejé de él sin volver la mirada hacia atrás con la seguridad de que mi ex jefe estaba plantificado en medio de la vereda viéndome partir.
Cuando le conté a mi hermana Margarita lo que había pasad, ella me dijo:
-    Has sido una tonta. Ese hombre te quería bien y te valoraba. Te hubiera tenido como a una reina. Es lejos, mucho más agradable y culto que Ariel.
-    Ya me despedí de él para siempre.
-    Y ¿eso te duele?
-    Claro que sí… Pero sé que Ariel es el amor de mi vida.
-    Ariel… Ariel… me cansa que hablés tanto de Ariel. Ariel no te merece. Algún día lo vas a entender: espero que entonces no sea demasiado tarde.
-    Fue bueno mientras duró, pero era mi amistad con él o mi futuro con Ariel… Entendeme, Magui…
-    Yo en tu lugar, no me hubiera resistido: lo hubiera abrazado y le hubiera dicho que lo amaba y todo lo demás…
-    Eso era un imposible… Debo reconocer que me ilusioné en algún momento, pero no fue más que eso, una ilusión. Todo ha quedado en le pasado.
-    Allá vos…
Ariel se quedó tranquilo respecto de mi amor por él mientras yo me dedicaba a preparar mi ajuar de novia como una buena chica, sin embargo no pasó un solo día en el que no recordara el beso de Carlos Manzano en mi frente y sus palabras que hablaron de amor.
Yo no volví a escribir. ¿Qué sentido tenía?
De todas maneras, no fue aquella la última vez que vi a Carlos Gabriel Manzano.
Una tarde habíamos salido con Margarita y mi madre de compras. Buscábamos los géneros adecuados para mi vestido de novia.
En el café de la Municipalidad se hallaba me exjefe bebiendo de una taza y leyendo el periódico.
Me quedé un rato observando sus gestos diversos al hojear las páginas del diario y me reí por dentro adivinando qué comentarios haría al leer los titulares.
Mi madre y mi hermana se habían detenido en la vidriera maravillosa de una gran zapatería.
De improviso, Carlos Manzano levantó la vista y me descubrió. Apurada, me junté con las mías pero él salió del café y me alcanzó. No lucía su sonrisa habitual y eso me apenó. Su tono me sonó frío y altanero.
-    ¿Cómo le va señorita Córdoba?
-    Mamá… el señor era mi jefe en la Revista “Entremeses”… Carlos Gabriel Manzano.
-    Un gusto, señora.
-    Igualmente – contestó mi madre con sequedad.
Él me estrechó la mano la mano y luego preguntó:
-    ¿Qué andan haciendo?
-    Vamos de compras – expliqué.
-    Acabamos de conseguir un precioso raso para el vestido de novia de Inés.
-    ¡Ah! ¿Sí?
-    Sí… - respondí avergonzada.
-    Me alegro por Usted. Si me perdona, tengo que volver a la oficina… recordé que tengo una reunión… y la felicito por la novedad.
Aquella felicitación sonó en mi cabeza como un escopetazo.
Carlos Manzano se marchó. Lo vi a lo lejos arrojar con furia el periódico dentro de un canasto para residuos.
Aquel reencuentro sólo me hizo llorar. Sola, por la noche y con la cabeza contra la almohada por supuesto.

Capítulo XIII. La verdad.
Una tarde lluviosa y fría de agosto fuimos Margarita, su novio y yo al concierto que la Filarmónica de San Lorenzo ofrecía en el Teatro Municipal. El programa era imperdible: Mascagni, pero Ariel no quiso acompañarnos porque decía que la música clásica era muy fúnebre para él.
El Cineteatro estaba repleto. Desde el palco en el que estábamos vi llegar a Patricia, una antigua compañera de “Entremeses”. Bajé hasta el pasillo para saludarla.
-    ¡Inés! ¿Qué es de tu vida?
-    Ahí ando con los preparativos..
-    Me enteré por la jefa que te casás… ¿Para cuándo?
-    El 21 de marzo… ¡El tiempo pasa volando! ¿Y vos qué contás?
-    Hemos venido a hacer una nota para la revista. El jefe está ahora con el Dr. de la Filarmónica. De paso, vamos a disfrutar del concierto. Se te extraña, Inés.
-    Gracias, Pato. Yo también los extraño.
-    ¿No vas a volver?
-    No puedo.
-    ¡Mirá! Ya va a comenzar el concierto. Se ve que el jefe ya terminó con su reportaje…
Vi a Carlos Manzano de improviso. El “jefe” caminaba hacia nosotros pero cuando me distinguió en la penumbra se detuvo como indeciso.
-    Chau, Patricia – me volví saludándola.
-    Inés: tomemos un café a la salida y así charlamos. ¿Te parece?
-    Bueno…
Me senté junto a Margarita y a Marcelo y localicé a Carlos Manzano en las butacas principales del teatro. Durante el concierto nuestras miradas se cruzaron muchas veces en la semipenumbra de la sala.
Quise huir al término del concierto, pero mi futuro cuñado insistió con que bajáramos al sótano del teatro en donde funcionaba una confitería muy amena. Más tarde aparecieron Patricia y Carlos Manzano, mi querido amigo. Patricia se acercó a nuestra mesa y se sentó a mi lado. Carlos quedó de pie después de saludar en general.
-    ¡Siéntese con nosotros! – lo invitó Marcelo.
-    Tengo que irme – explicó mirándome.
-    Sólo un café – insistió Marcelo.
-    Quédese un momento – le supliqué mientras mi cuñado llamaba al mozo.
La charla giró en torno al concierto de la filarmónica sanlorenceña. Luego se habló del rotundo éxito de la revista. Ni yo, ni Carlos podíamos participar en la conversación.
-    Después él se animó a preguntarme:
-    ¿Sigue escribiendo, Inés?
-    He dejado la actividad literaria.
-    Es que está con los preparativos… - aclaró Margarita entrometiéndose.
-    Lo sabía – aclaró Carlos Manzano - ¿Y para cuándo?
-    Me caso el 21 de marzo.
-    Mi ex amigo y ex jefe se mordió los labios, haciendo un esfuerzo por no pronunciar ni una palabra.
-    “A cada chancho le llega su San Martín” – sentenció mi hermana.
Finalmente mi afrentado amigo explotó:
-    ¡Tenía que llegar por fin el día! ¿No?
-    Claro…
-    Debe de sentirse satisfecha…
-    Por supuesto.
-    Además, es lo que Ud. ha querido siempre ¿verdad?
-    Toda la vida…
Margarita interrumpió para aflojar la tensión de aquel interrogatorio despiadado.
-    ¿Es cierto que la revista ya ha comenzado a venderse en todo el país?
-    Así es, margarita… Estamos en un momento excelente en el aspecto comercial, claro está – y eso va a traer aparejados algunos cambios. Yo vuelvo a San Lorenzo, la ciudad de la que nunca debí salir.
-    ¿Así que se va? – preguntó Marcelo.
-    Sí… Patricia quedará a cargo de la sección. Y yo me convertiré en el Gerente General de “Entremeses”.
-    ¡Felicidades, Sr. Manzano! – se congratuló con él Margarita.
-    Usted merece ese reconocimiento – expresé con timidez.
-    Ojalá yo hubiese puesto como objetivo de mi felicidad mi éxito profesional o económico… No fue así y ya no importa – arrojó sus palabras como puñales hacia mí.
Debí bajar la vista hacia una taza de café ya frío.
Hubo un silencio que se me hizo eterno y que fue interrumpido por la inoportuna aparición de mi prometido. Ariel le echó una hostil mirada a Carlos Manzano y este le respondió con rabia y desaprobación.
-    Vení, Ariel, sentate – lo invitó Margarita.
-     Te vine a buscar, Inés – me dijo en un tono algo agresivo sin saludar siquiera - ¡Hace una hora que te estoy esperando! ¿Cuánto hace que terminó el concierto?
-    Treinta minutos más o menos… - comunicó Marcelo mirando su reloj.
-    ¡Vámonos! – me ordenó Ariel.
-    ¿En serio no querés tomar algo? – insistió mi cuñado.
-    ¡No quiero nada!
-    Me puse de pie, tomé mi cartera y mi abrigo y salimos del café.
-    ¡Adiós! – dije en general.
-    Adiós – respondieron.
-    En la calle, Ariel casi me gritó:
-    ¡¿Qué hacías con ese tipo?!
-    Por favor Ariel… No estaba con él. Nos habíamos sentado y aparecieron Patricia y él y se nos sumaron.
-    Cada vez que lo veo se me atraganta algo aquí – se tocó la garganta – Y nada me saca de la cabeza la idea de que ese tipo quiere conquistarte.
-    ¡Nada que ver! – traté de excusarme – Él me ha ayudado, pero no creo que tenga interés personal en mí, más bien le importaba lo que yo escribía… Además Carlos Manzano es atento con todos…
  Ariel se detuvo en medio de la acera casi loco de furor.
-    ¿”Carlos Manzano”?
-    ¡Ay! – gemí.
  El rostro de mi prometido estaba contraído por el enojo y la decepción.
-    Lo llamaste “Carlos Manzano” …
-    Sí – admití.
-    Es decir… es el mismo tipo de las cartas… ¡Ahora veo claro! Entonces hubo algo de cierto en todo ese lío.
-    ¿Me creerías si te digo que lo conocí por casualidad?
-    ¡Por casualidad! ¿Te pensás que soy un estúpido?
-    Pero fue así.
-    ¿Por qué nunca me lo contaste, Inés? ¡Maldita sea!
-    Porque yo sabía que esto iba a pasar: vos no ibas a creer que nuestro encuentro había sido fortuito.
-    Sería más ingenuo de lo que ya he sido si creyera en semejante embuste.
-    Pero fue así… Es todo lo que puedo decir a mi favor. Hacía más de un año que yo trabajaba en la revista cuando fui a  San Lorenzo para pedir la publicación de mis cuentos y allí lo conocí. Después todo pasó muy rápido y él terminó trabajando en Punta del Rey.
-    ¿También por “casualidad”?
-    Eso no lo sé…
-    Quiero que la tierra me trague… Hace un año que vos me engañás… muy divertida riéndote de mí con ese tipo.
-    No es verdad, Ariel. Yo no me he visto a escondidas con él te he sido fiel hasta en los tiempos en que vos estabas de novio con Liliana, cuando vos no me eras fiel a mí. Las circunstancias se presentaron así y yo no forcé nada. Por otra parte, te he obedecido en todo lo que me has pedido… No sé qué más querés de mí.
-    Me engañaste… Ahora ¿cómo voy a confiar en vos?
-    Tendrás que confiar en mí como yo volví a confiar en vos o terminar ahora mismo con nuestro compromiso… Es tu decisión, Ariel.
-    Mi novio se quedó un rato pensando. Después me abrazó.
-    Disculpame, Inés… No sé lo que me pasó… Olvidate de lo que te dije… Es que la aparición de ese hombre en nuestras vidas, perturbó la buena marcha del noviazgo.
-    Te disculpo – le respondí seca y me aparté de sus brazos, carcomida mi alma por una profunda desilusión.

Capítulo XIV. La otra cara de la moneda.
Después de que Ariel me dejó en la puerta de mi casa, se fue con aires de gran magnanimidad y yo me encerré en mi cuarto para llorar a mis anchas. Puse en mi falda la caja de los recuerdos, ahora prácticamente vacía: con las cartas de Carlos Manzano, su foto reconstruida con celoplín, una rosa blanca seca dentro de los “Relatos de misterio”, la fotografía que supuestamente yo le había enviado a mi amigo.
Pensé en quemar aquellos objetos y los metí en un sobre de papel para destruirlos después. Siempre llorando.
Descarté del paquete aquella foto mía y la fui a guardar en un álbum. Mientras la pegaba pensaba en la ocasión ignorada en la cual yo había dado aquel retrato a mi examiga Liliana. Quité con un “cutter” el papel engomado que cubría la dedicatoria, se rompió en varias partes pero alcancé a leer …”mor para”… riel”… nés.
Eso me hizo descubrir que el destinatario de aquella foto había sido mi prometido. ¡Tenía que averiguar cómo había caído en manos de Liliana!
Esa noche no pude dormir pensando en el misterio de mi retrato.
Por la mañana tomé la fotografía y agitada por la ansiedad llamé a la puerta de Liliana. Ella en persona me abrió y quiso cerrar de nuevo pero se lo impedí.
-    ¡Esperá, Liliana! Tengo que hablar con vos muy seriamente.
-    ¿Qué pasa?
-    ¿Puedo entrar?
-    Si no queda otra… Dale…
-    Me senté en un gran sillón rojo.
-    ¿Qué querías, Inés? ¿Venís para invitarme a tu casamiento? ¿Para darme el golpe de gracia?
-    No… Quiero que recordés el tiempo en el que vos eras mi fiel amiga… y compartíamos lo bueno y lo malo.
-    ¿Para qué?
-    Quiero que seás leal conmigo y me digás de dónde sacaste esta foto mía.
  Mi amiga abrió muy grandes los ojos y luego palideció pero no abrió la boca.
-    Ya es hora de sincerarnos, Liliana. Es de vida o muerte para mí.
-    Vos no vas a querer saberlo… No… No te lo puedo decir… Andate, mejor.
-    Liliana… no me voy hasta que no sepa que hacías vos con una foto dedicada a mi novio. Por lo que más querás en el mundo.
-    Justamente, al que más quiero en el mundo es a Ariel…
-    ¿Y?
-    Ariel tuvo la idea de las cartas… Lo planeamos y lo pusimos en marcha juntos…
-     Me quedé helada.
-    Pero ¿por qué? ¡¿por qué?!
-    Ariel quería pelearse con vos, pero no quería quedar mal con tus padres y sus padres. Ya estábamos viéndonos a escondidas… Vimos unos avisos en esa revista y le escribimos una carta al primer nombre que aparecía, como si vos se la mandaras… Las cartas del tipo llegaban a una casilla de correos, nosotros las leíamos, escribíamos la respuesta, hacíamos un sobre a máquina y te lo mandábamos a tu casa con unas estampillas y unos sellos falsos…
-    ¡Dios mío! ¿Por qué?
-    Lo de la foto fue idea de Ariel. Eso le daría más realismo a la situación. Es más, a la carta del 12 de setiembre le sacamos una copia y eso fue lo que usó Ariel para romper su compromiso con vos.
-    Ariel y vos fueron unos cobardes.
-    Tenés razón ¿qué te puedo decir? Después de eso, nuestra relación no funcionó… Ariel me tiranizaba y quería que yo fuera en todo como vos… Por eso él me dejó y te buscó de nuevo haciéndose pasar por la pobre víctima del engaño, cuando en realidad había sido el inventor de la trampa.
   Me largué a llorar.
-    Perdoname, Inés: fue mi culpa… yo me enamoré de Ariel desde el primer momento y lo busqué hasta que él cedió.
  Cuando conseguí hablar nuevamente le dije:
-    Gracias, Liliana… No sabés el peso que me has sacado de encima.
-    Sólo quiero pedirte que te olvidés de todo esto y que Ariel no sepa que yo te conté la verdad.
-    ¿Y voy a vivir toda mi vida a su lado pensando en que un día urdió un terrible engaño para deshacerse de su compromiso conmigo?
-    No te peleés con él… Ariel pasó una prueba y supo que te amaba sólo a vos.
-    Yo voy a hacer lo que tenga que hacer.
-    No lo dejés por favor.
-    Yo sé… Por lo pronto te agradezco lo que has hecho por mí… me has ayudado increíblemente. Esto que ha pasado es un milagro – le dije sonriente.
Ella me miró asustada y nos despedimos para siempre.
De pasada hacia mi casa contraté un flete para que se llevaran los muebles a lo de Ariel.
Por la tarde, Ariel llegó alarmado. Lo hice pasar. Quiso besarme y lo rechacé.
-    ¡¿Qué pasa Inés?! ¿estás mal por lo de anoche? ¿Te enojaste con migo? Sé que fui un poco duro… pero el amor todo lo perdona ¿Cierto? ¿Por qué me llevaste los muebles? ¿Algún problema con tus padres?
-    ¿Estaban todos los muebles? ¿Están en buen estado?
-    Sí… pero…
   Le alcancé una caja que contenía todos los regalos que me había hecho en la fase II.
-    Pero ¿Qué significa esto, Inés? – Ariel estaba lívido.
-    Esto significa tu liberación de nuestro compromiso para el matrimonio.
-    ¿Quién te dijo que yo quiero liberarme? Lo de anoche fue una exageración de mi parte, lo reconozco. Estuve mal. Te pedí disculpas y vos me disculpaste. ¿Qué más querés?
-    Mirá… aunque vos querás seguir conmigo no es lo que quiero yo…
-    No entiendo. ¡Te juro que no entiendo!
-    Deberías entender: esta mañana tuve una larga conversación con Liliana.
-    Todo lo que te pueda haber dicho de mí es mentir… ella sólo quiere separarnos.
-    Tengo pruebas de que Liliana me decía la verdad – Le pasé la famosa fotografía. Yo he conservado esta foto por casualidad, por ¡casualidad! no… ¡por milagro!... Casi la quemo y con ella hubiera quemado mi felicidad…
-    ¿De qué estás hablando? ¡Estás loca! ¿De dónde sacaste esa foto?
-    Hace casi dos años que la tengo en mi poder y es la foto que Liliana y vos le había mandado a Carlos Manzano en aquellas cartas que me comprometían. Quién podía conocerme mejor que vos, Ariel ¿Quién? Pero, gracias a ese contacto otro hombre me conoció, se enamoró de mí y me valoró… Esta foto era tuya, Ariel. ¿Sí o no?
Ariel me miró e hizo una mueca de despecho pero no pudo responder.
-    Ya sé que fue una brillante idea tuya… Dios escribe derecho en renglones torcidos… ¡Sí! Porque esa componenda tuya para dejarme y ser víctima a la vez me hizo sufrir horrores, pero me hizo encontrar el verdadero amor… ¡Gracias, Ariel!
-    ¡Callate! Eso no importa… Yo después volví con vos, Inés. Eso vale más.
-    Para mí, no… Por eso te voy a pedir que sigás por tu camino… Yo me alegro de haber sido la víctima en este caso… y no el victimario… como siempre me lo hiciste creer.
-    Dejame explicarte.
-    Ya no necesito tus explicaciones... Y dejame vos explicarte: tengo que sincerarme con vos de una vez. Estoy enamorada de Carlos Manzano. Y lo voy a amar toda la vida… aunque tal vez ya sea demasiado tarde.
-    ¡No podés hacerme esto!
-    ¿No puedo? ¡¿No puedo?!
-    ¡Me voy a matar!
-    Es tu decisión – le dije con frialdad – Rezaré por la paz de tu alma.
Apretando sus dientes con rabia se marchó de mi casa. Olvidó la caja de los regalos: se la envié por correo, a la casilla que él había usado para recibir las cartas de Carlos Manzano.

Capítulo XV. El verdadero amor.
Feliz por sentirme libre de la opresión y de mi compromiso con Ariel, me dirigí al otro día a la revista a buscar el amor de mi vida. Quería comunicarle las novedades y contarle que ya estaba dispuesta para él.
Fue grande la desilusión. Patricia me contó que Carlos Manzano había partido el día anterior hacia San Lorenzo.
Al día siguiente por la mañana tomé el primer tren hacia la ciudad capital y terminé llamando a la puerta del despacho del Gerente General.
-    Pase – me invitó la voz de mi querido Carlos Manzano.
-    Buenos días, Señor Manzano.
Se puso de pie de un salto y se alegró invisiblemente; pero después, como recordando, me tendió una mano, muy serio.
-    Siéntese, por favor… - me dijo sentándose a la vez. - ¿Qué se le ofrece?
-    Vine porque tengo que tengo que hablar con Ud., de algo muy importante.
-    ¿Conmigo? – preguntó asombrado.
-    Sí.
-    Entonces vamos a algún lado. ¿Al café de la esquina? ¿Le parece?
-    Está bien.
   No se atrevió a hablar hasta que llegamos al lugar.
-    Bien… Usted dirá, señorita Córdoba… ¿Ya está repartiendo las tarjetas?
-    Es que no sé por dónde empezar.
-    Por el principio, pues…
-    Yo no he sido del todo sincera con Ud.
-    ¡Qué novedad!
-    Y no lo fui con Ariel, ni conmigo misma.
-    Es importante que una mujer de treinta años enfrente su realidad.
-    Tuvieron que pasar muchas cosas para que yo me animara a reconocer lo que había hecho de mi vida.
-    ¿Y? – preguntó Carlos con creciente interés.
   El mozo sirvió el café.
-    Gracias a la fotografía que Ud. me devolvió, descubrí que Ariel había sido el fabulador de lo de las cartas, al principio quiso deshacerse de mí y después de su fracaso con Liliana, volvió a mí. Fue mi error el haberlo perdonado.
-    No me sorprende pero… ¿Por qué dice que fue un error haberlo perdonado?
-    Porque cuando yo volví con Ariel ya estaba enamorada de otro hombre, de Ud., Carlos Manzano.
Carlos comenzó a reír de felicidad y me abrazó y besó mi frente repetidas veces.
-    Este es el milagro mayor – me dijo cuando se serenó - ¡Ah! Inés he llegado a llorar porque te había perdido para siempre y ahora… ¡Me parece mentira que estés aquí diciéndome estas cosas! ¿Es un sueño?
-    No… Claro que no… Yo te amo ¿No será demasiado tarde para mí?
-    ¡Eso jamás! Es el momento justo ¿Inés, querrías casarte conmigo? ¡Yo también te amo!
-    ¡¿Qué?! ¿No se supone que primero tenemos que ponernos de novios?
-    Claro… claro… pero será un trámite breve. Te lo prometo, mi amor.
Aquel día caminamos por la ciudad de San Lorenzo. Haciendo planes para un futuro cercano, tomados de la mano. Yo me sentí increíblemente feliz: Carlos Gabriel era para mí el hombre más hermoso y tierno y bueno del mundo. Y lo sigue siendo.
A tres meses de aquel encuentro nos casamos en la Catedral de San Lorenzo un sábado 20 de diciembre.
Las campanas repicaban junto con nuestra dicha y después de una hermosa fiesta que llevó varias hojas de las Sociales de “Entremeses”, partimos de Luna de Miel hacia el Viejo Mundo. Para ese viaje había ahorrado mi esposo durante varios años.
Hoy vivo con mi amado en San Lorenzo, él sigue siendo el Gerente General de “Entremeses” y, lo más importante,  estamos esperando un bebé.
De Ariel supe que se fue a trabajar al sur y nunca viene a casa de sus padres.  Margarita y Marcelo se casan este año y mis padres le han tomado gran cariño a mi esposo. Siempre tiene tiempo para escribirme alguna carta en la que me expresa su gran amor y su fidelidad por toda la eternidad.
                                                                            FIN.


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