lunes, 18 de enero de 2010

UNA OBRITA DE TEATRO

La del campo
(Primera redacción como cuento: 1984)


Don Alfredo Pérez Casado (padre rico) viudo.
Fabián Pérez Casado, hijo.
Maria Soledad Quinteros, criada.
Anabella Pérez Casado, hermana de Fabián.
Mimí, empleada de la casa.

Primer Acto
(Casa de “familia bien”. Lujo, muebles finos, grandes espacios, estar y comedor divididos) (Timbre, campanilla suena)
Mimí:- Ahí voy, señor... (Abre la puerta principal) Pase... Usted debe ser... María Soledad...
M. Soledad: - Sí... Buenas tardes... (Entra) ¡Qué grande es esto!
D. A.:- (Saliendo desde las habitaciones) ¡Muchacha! ¡Por fin!
M. S.: - (Con cariño) ¡Don Alfredo! Gracias por recibirme.
D. A.: -No me agradezca... He querido mucho a tus malogrados padres... que en paz descansen. No podría desampararte justo ahora. ¡Anabella! ¡Anabella!
A.: (Sale con aire de orgullo y celos) ¡Hola!
(María Soledad amaga para darle un beso pero Anabella la rechaza)
(Tristeza de la joven)
D. A.:- Sentate, muchacha, dejá tus bolsos ahí que ya la Mimí te va a acompañar a tu cuarto.
A.:- Creí que venía para ser sirvienta... y vos la tratás como hija, papá...
D. A.: -Anabella... ya hemos discutido el tema... Tu madre siempre ha querido proteger a María Soledad y yo voy a respetar su deseo....
A.: -Si mamá estuviera aquí, no estaría de acuerdo con esto...
(Anabella hace mutis dando un portazo)
D. A.: (A Ma. Soledad) – No le hagás caso, es una chiquilla caprichosa... además todavía no acepta la muerte de su madre...
M. S.: -No se preocupe, Don Alfredo... Pero, no quiero incomodarlos.
D. A.: -Vos venís en nombre de mi finada Trinidad, ella siempre te quiso mucho y más de una vez me pidió que te adoptáramos... yo no me atreví. Porque sabía que ibas a sufrir... Estos hijos míos son bastante rebeldes... Será que los tuvimos de viejos...
M. S.: -Espero no defraudarlo, Don Alfredo.
D. A.: -Sé que no lo harás... (Mira su reloj) ¡¡Las dos de la tarde!! ¿y Fabián todavía duerme! Ay... Este muchacho... A él no lo conocés... ¿Cierto?
M. S.: -No... Nunca iba con ustedes para la estancia.
D. A.: - ¡Mimí!
M.: -¡Sí, Señor!
D. A.: -Acompaña a Ma. Soledad a su habitación y ayudala a organizar todo.
M.: -Muy bien... ¡Vamos, Soledad!
(Salen las mujeres escaleras arriba, D. A. Hacia el comedor)
(Aparece Fabián con bata y el pelo revuelto por el comedor)
F.: -¿Qué? ¿Ya almorzamos?
D. A.: (Algo disgustado)-En esta casa el almuerzo se sirve al mediodía y el mediodía es a las doce.
F: -No te enojés, papá... (Lo abraza) Los jóvenes tenemos que divertirnos.
D. A.: (Con tono de reproche) -¡¿Todos los días?!
F.: -Anoche había fiesta en casa de Haroldo Lynch... Fue espectacular... ¡Cumplía cuarenta!
D. A.: -¿Y sigue soltero?
F.: -Sigue feliz: disfruta de la vida en pleno.
D. A.: -¿Y qué pasó con ese niño que le pedían que reconociese?
F.: -Nada... Sacó a la mujer de patitas a la calle... y no la vio más.
D. A.: -Pero, el niño ¿era hijo suyo? ¿o no?
F.: -¿Qué importa?
D. A.: -Sí que importa. Un hombre tiene que hacerse responsable de sus actos...
F.: -Vos no entendés... en tu época las cosas eran muy diferentes.
(M. S. Cambiada y arreglada baja hacia el comedor) (Fabián la mira con desvergüenza)
M. S.: (Al verlo se ruboriza) ¡Buenas tardes...!
D. A. –Ella es Ma. Soledad, Fabián... ¿Te acordás de que te conté de su llegada?
F.: -(Despectivo) ¿Esta es “la del campo”?
D. A.: -Tu madre hubiese querido que tanto vos como tu hermana recibieran con cariño a una huérfana a la que ella quiso mucho.
F.: -Pero mamá está muerta y no puede decirnos lo que tenemos que hacer. (Toma una manzana de un frutero y sale comiéndosela)
D. A.: (Hacia M. S. que está algo contrariada) Sé que esto no es fácil para vos, ya es bastante duro el hecho de que hayás tenido que dejar tu pueblo... El Blanco los Maitenes es un vergel y esto es la gran ciudad... Tus abuelos son unas gentes sencillas y mis hijos son un par de caprichosos, que no saben de necesidades. ¡Vas a tener que tenernos paciencia! Y quiero que vayás pensando qué vas a querer estudiar, o qué pensas hacer.
M. S.: -Ud. no se preocupe... yo sabré adaptarme a las circunstancias. Desde ya le agradezco la generosidad que Ud. ha tenido para conmigo...
D. A.: -Y que te quede claro... vos aquí no vas a ser una sirvienta... vas a ser una hija más.
(Pausa)
(Mimí pone la mesa y vienen Anabella y Fabián)
A.: -¿Por qué papá trajo a esa chica a esta casa?
F.: -Se siente en deuda con mamá y piensa que haciendo eso salda lo que le debe...
A.: -Yo no quiero saber nada con ella... ¡Le voy a hacer la vida imposible!
F.: - Yo también... Perdé cuidado...
A.: -Es una pueblerina estúpida... no sabe ni hablar...
(Ma. Soledad ha ido bajando las escaleras y se detiene al escuchar a Anabella) (Triste)
F.: -A esa dejámela a mí... ja, ja, ja...
(D. A. entra desde la cocina y advierte la presencia de Ma. Soledad en la escalera).
D. A.: -¡Eh!, Muchacha... vení a cenar...
M. S.: -Gracias, Don Alfredo.
(D. A. le hace un lugar en la mesa junto a él y de este lado de Fabián) (M. S. baja la mirada y junta las manos.)
D. A.: ¡A comer! Dale... Ma. Soledad... comé.
M. S.: -Disculpe... tengo costumbre de dar gracias y pedir la bendición de los alimentos...
D. A.: - Bueno... Hacelo para todos... Desde la muerte de mi querida Trinidad no se ha vuelto a rezar en esta casa.
(Ofuscados Fabián y Anabella empiezan a comer)
M. S.: -Bendícenos, Señor... (Al advertir la actitud de los hijos se larga a llorar) ¡Perdón! (Sale y sube corriendo las escaleras)
F.: (Haciéndose el santo) -¡Bah! ¿Qué le pasó?
(Fabián y Anabella siguen comiendo como si nada)
D. A.: (Enojado) -¡Estoy cansándome de sus estupideces!
F.: -No es para tanto... ¿Qué querés con la santurrona esa?
D. A.: -Yo les advierto una sola cosa... ¡Si ustedes persisten en esta actitud de rechazo para con Ma. Soledad, nos vamos a ir a vivir al campo y quedan suspendidas sus mensualidades gratuitas.... ¡Van a tener que trabajar!
A.: -¡Pero papá!
D. A.: -Sin protestas, Anabella... El día en que yo no esté no se que va a ser de Uds... No sé...
(M. S. baja por las escaleras con su bolso) (D. A. se pone de pie)
D. A.: -¿A donde vas a estas horas?
M. S.: -No quiero causar mas problemas, Don Alfredo... sé que no soy bienvenida en esta casa... Su intención fue buena, pero... no es posible.
F.: (Cambiando de actitud)- ¡Pará, María Soledad! Nosotros empezamos mal con vos... Disculpanos, hemos sentido celos. Pero te prometo -y Anabella seguramente estará de acuerdo- que vamos a hacer tu estadía en nuestra casa más que agradable... ¿Cierto Anabella?
A.: (A regañadientes) ¡Sí!
D. A.: -Muy razonable hijo ¡Así me gusta! ¿Qué decís Ma. Soledad?
M. S.: -Está bien... (Sube con su valija y desaparece)
(D. A. se retira hacia sus habitaciones)
A.: -¡Estás loco Fabián! ¿Por qué dijiste esas cosas?
F.: -Primero, no quiero perder mi mensualidad gratuita... y en segundo lugar... voy a hacer que esa muchacha se vaya llorando lágrimas de sangre... pero se va a ir solita... ¡Ya vas a ver!
(Pausa)
(María lee en el living) (Entra Fabián como al descuido)
F.: . -¡Hola!
M. S.: -¿Cómo esta señor Fabián?
F.: -¿Por qué no me decís Fabián a secas nomás? Y me tratás de vos... (Se sienta junto a ella en el sillón)
M. S.: -No puedo... Es costumbre de mi pueblo tratar de usted a las personas mayores, a los hombres que no son de la familia o a los desconocidos.
F.: -Pero yo soy como de la familia...
M. S.: -Son costumbres.
F.: -¿Qué leés?
M. S.: (Le muestra el libro) -Imitación de Cristo...
F.: -De Tomás de Kempis... ¿Y para qué leés eso? ¿Querés ser santa?
M. S.: -Todos estamos llamados a serlo...
F.: -Yo no... El último libro religioso que toqué, porque no puedo decir que lo leí... creo que fue en quinto año de la secundaria y porque era de lectura obligatoria... Fui a un colegio salesiano...
M. S.: -¡Que suerte tuvo!
F.: -Pero la religión no es para mí... ¡Puras reglas y moralinas! Me cansó todo eso... Soy un espíritu libre.
M. S.: (Mirándolo con compasión) ¿Ha perdido la fe?
F.: -Nunca la tuve... (Le quita el libro de las manos) ¡Ya dejá eso! ¿No querés que vayamos a pasear por ahí?
M. S.: (Se guarda el libro) ¿Su padre está de acuerdo?
F.: No se va a oponer... quiero mostrarte la ciudad... tengo un auto nuevo. ¡Y no sabés cómo corre!
M. S.: (Indecisa) No sé... ¿Va su hermana?
F.: -Anabella está indispuesta...
A.: (Entrando) Ya me siento mejor. ¿Puedo ir?
F.: (Contrariado) –Mejor quedate...
A.: ¡Quiero ir!
F.: (Con intención) Es que quiero ir tranquilo con Ma. Soledad y vos me hacés parar en todas las vidrieras de lo que te gusta...
A.: -Bueno... Vayan solos.
(Fabián invita con la mano a Ma. Soledad y ella accede de mala gana)
(Pausa)
(Anabella lee una revista en el living)
(Entra Ma. Soledad apresuradamente y llorando) (Fabián detrás viene sonriendo)
F.: -Bueno... No es para tanto.
M. S.: (Volviéndose) -Es una decisión que yo debo tomar ¿No le parece?
(Fabián se ríe y Ma. Soledad le da una bofetada).
F.: -¡Ah! ¿Qué te pasa?
M. S.: -Ud. me ha atropellado con alevosía. ¡Eso pasa!
F.: -Solamente te di un beso.
M. S.: -¡Por eso mismo! (llora amargamente)
F.: -María... No le digas a mi papá... Quizá fue un error, pero me gustás y quise besarte... ¡Eso fue todo!
(María sube a su cuarto desconsolada)
A.: -¡¿Qué hiciste?!
F.: (Ríe) –En un descuido, cuando contemplaba extasiada las luces de la ciudad desde el mirador, la vi con la guardia baja y le di un beso en los labios... se puso como una leona... hasta se quería venir caminando. ¡Está loca! Y me dijo que nunca la habían besado... ¡Imaginate!
A.: -¿Y no se te ocurrió que puede ser verdad?
F.: -¡Por Dios, Anabella! Esa chica tiene 25 años...
A.: -Si papá se entera, se te va a armar una que ni te cuento.
F.: Papá no se va a enterar: ella está demasiado avergonzada como para hablar del asunto.
A.: -Si seguís con ese jueguito... se va a ir más pronto de lo que esperamos.
(D. A. entra desde el comedor)
D. A.: -¿Y María Soledad? Hace rato estaba aquí...
F.: -Fuimos a ver la ciudad en mi auto... estaba cansada y subió a su cuarto.
D. A.: -¡Ah!... muy bien. ¿Salís hoy?
F.: ¡Por supuesto!
(Pausa)
(Madrugada)
(María Soledad reza con las manos unidas frente a una imagen de la Virgen que preside el comedor)
(Fabián entra enfiestado y risueño)
F.: (A Ma. Soledad) ¿Qué hacés vos acá? ¡Uh! Ya son las siete...
M. S.: Estaba rezando....
F.: -¡Qué beatona!
M. S.: -Le pedía a la Virgen que lo protegiera... Ud. maneja muy rápido... Tenía miedo.
F.: -¡Sos tonta! Pero me alegra que te hayás preocupado por mí... (Se acerca a M. S. y le toma una mano con fuerza).
M. S.: -Déjeme, por favor... Entiendo que Ud. tiene unas costumbres que yo repruebo...
F.: -Te dije que yo soy un espíritu libre...
M. S.: -¿Libre de veras? ¿o esclavo de sus propias pasiones? Suélteme...
F.: Ya salió la monjita...
M. S.: -No se burle de mí. Soy así porque es lo que mis queridos padres siempre me inculcaron. Les debo todo lo que soy y no pienso renunciar a mis principios aunque esté en la gran ciudad...
F.: (La deja) –De acuerdo... Pero, sé que te gustó ese beso que te di... y sé que más tarde o más temprano voy a volver a darte otro beso... y un día... ¡escuchame bien! vas a ser mía.
M. S.: (Con fiereza) -¡Ud. escúcheme bien! ¡Antes muerta! (Sale)
F.: -¡Uf!... ¡Qué genio...! (Pausa pensativa) Ella... ¿ella rezó por mí?... Pobre ignorante....
(Pausa)
(Llaman a la puerta)
(Mimí atiende, entra Marisa Brando)
M. B.: -¿Está Fabián?
M.: -Sí, Srta. Brando... Está en la biblioteca con la Srta. Flores...
M. B.: -¿Quién es la Srta. Flores?
M.: -Es una muchacha a la que Don Alfredo ha traído del campo. Esta viviendo en casa desde hace unas semanas.
M. B.: -¿Y qué hace con mi novio?
M.: -Hablan... se pasan todo el día hablando...
M. B.: -Dígale ya mismo a Fabián que lo espero...
M.: -Como no, Srta. ... (Sale)
(Marisa da vueltas nerviosa mientras fuma)
(Entra Fabián y detrás viene M. Soledad)
F.: (Sorprendido) -¡Marisa!... ¿Por qué Mimí no me dijo que eras vos? (La abraza)
M. B.: -No sé... Hace una semana que no te veo el pelo... ¿Qué pasa con vos Fabián?
(Soledad se ha detenido junto a la puerta y está por volverse).
F.: -Marisa... quiero presentarte a alguien... ¡María Soledad!
M. S.: -Sí... Sr. Fabián.
F.: -Ella es Marisa Brando...
M. B.: -¡¡¡La novia!!!...
F.: Mi novia ¡sí! Ella es M. Soledad Flores... Una chica del campo.
M. B.: -Y estás muy entretenido con ella, según veo...
(M. S. está incómoda por la situación)
(Fabián abraza de nuevo a Marisa y Soledad sale rápidamente)
F.: -Pero, mi amor... Es casi una sirvienta... ¿No estarás celosa?
M. B.: -¡Claro que sí! Me tenés abandonada...
F.: Tontita... Te prometo que este fin de semana vamos a pasar todo el tiempo juntos... ¿Me creés?
M. B.: -¿Me pasás a buscar el viernes y... disfrutamos del día en la quinta de mi padre? ¿Te parece?
F.: -Excelente idea... Allí estaré.
(M. B. se va y Fabián se ve disgustado)
(Busca con la mirada a Soledad y al no verla se preocupa).
F.: -¡M. Soledad!... ¿Dónde estás?
M. S.: (Sale desde una puerta lateral) Había vuelto a la biblioteca... (Está triste)
F.: -Mirá... yo quería explicarte...
M. S.: -Ya sé, entendí. No soy tan tonta. Marisa es su novia “oficial”.
F.: -Eso fue duro.
M. S.: -Ud. es un “espíritu libre”: siempre lo ha dicho...
F.: -Vos me gustás mucho, Soledad... Y no sé qué me pasa...
(Intenta tomarla de la mano, pero ella huye)
M. S.: -Todos los días tengo que escucharlo diciendo lo mismo... Y es falso... sé lo que quiere de mí: soy muy realista...
F.: -Pará... Marisa es una chica estupenda... lo pasamos bien juntos pero...
M. S.: -No me interesa lo que me diga ahora. Yo también soy un espíritu libre. Pero libre de verdad... Y le repito que no quiero saber nada con Ud. Yo no voy a defraudar la confianza de Don Alfredo.
(Intempestivo Fabián la abraza, ella se escabulle y en eso aparece Anabella)
A.: -¡Basta, Fabián! ¿Querés que se entere papá?
F.: -Que se entere... que sepa que esa mujer es una ingrata...
A.: -¡Estúpido! ¿Todavía no has sabido cuál es el interés de papá?
(Fabián y Ma. Soledad miran a Anabella horrorizados)
F.: -¡¿Qué?!
A.: - ¡Papá va a casarse con esta advenediza!... Por eso no se la puede tocar... La quiere para él.
M. S.: -¡Me estás insultando Anabella!
A.: -Podés negar que papá te trata con un afecto especial...
M. S.: -No... pero es el afecto de un padre por una hija... No deberías decir semejante cosa de tu padre.
F.: -¡Qué asco!
A.: -¡Vaya a saber el acuerdo que tienen estos, Fabián!
F.: -Con razón has mostrado una careta de mojigata... ¡Cuánta hipocresía barata! ¡Te desprecio mujer!
(Anabella y Fabián salen)
(M. S. se queda sollozando junto a la imagen de la Virgen)
M. S.: -Señora... vos sabés la verdad... y sabés que soy inocente... (Estira su mano y besa sus dedos) Madre... protegeme... protegeme y librame del pecado...
(Entra don Alfredo)
D. A.: -¡Epa!... ¡Qué silencio! ¿Y mis hijos?
M. S.: -En su cuarto...
D. A.: -Quería pedirte algo...
M. S.: (Con temor) -¿Sí?
D. A.: -Necesito una secretaria... Pensé en vos inmediatamente.
M. S.: -Con gusto, Don Alfredo.
(Pausa)
A.: (Gritando) ¡¿Por qué a ella, papá? ¿Por qué no me dijiste mí?
D. A.: -Porque vos sos muy joven todavía y aparte... no estás acostumbrada a trabajar.
A.: -¡Sos injusto! ¿Qué tenés con esa mujer?
D. A.: -No hablés macanas, por favor. Tu madre quiso a Ma. Soledad casi como a una hija. Es todo... Yo tengo un proyecto para ella, pero... no depende de mí...
A.: -¡¿Qué proyecto?!
D. A.: -No puedo decírtelo.
(Entra Fabián)
F.: -Viejo... Necesito plata.
D. A.: -¿No te di ayer?
F.: -Sí... pero quiero irme el fin de semana con Marisa a la quinta de su padre....
D. A.: (Saca la chequera) –Marisa no es mujer para vos.
F.: -No tenés nada que decirme, papá. No me das el ejemplo.
D. A.: -¿Otro que piensa mal?
F.: -Piensa mal y acertarás.
D. A.: -¡Ay! Hijo... si vieras un poquito más allá de tus narices... (Le da el cheque)
F.: -¡Gracias!... Buen fin de semana. ¡Chau! (Sale)
M. S.: (entra con un bibliorato repleto de papeles) Don Alfredo ya ordené todas las carpetas, esta es la última.
(Anabella se pone de pie ofuscada y se va)
D. A.: -No le hagás caso.... Soledad ¡Buen trabajo! Y ahora... ¡A descansar! ¿Querés ir a pasear?
M. S.: -No... Gracias... me gustaría leer un rato y acostarme temprano... Tal vez escribirles una carta a mis abuelos....
D. A.: -Deben extrañarte mucho.
M. S.: -Sí... pero les prometí pasar las fiestas de Navidad con ellos... ¿Será posible?
D. A.: -Claro que sí...
(Pausa)
M. Soledad en camisón baja las escaleras corriendo y llorando) (Fabián viene detrás)
M. S.: (Grita) – ¡Ud. Está loco!... ¡Déjeme! ¡Déjeme!
F.: -¡No seás escandalosa! Vas a despertar a todos....
M. S.: -Pero fíjese lo que ha hecho...
F.: (Acorralando a la muchacha en un rincón del living) ¿Me vas a decir que no estás acostumbrada a que un hombre entre en tu cuarto por la noche?
M. S.: -¡Ud. es un degenerado! Y piensa que todos son como Ud.... ¡Déjeme en paz!
F.: -¡Sabés que no te voy a dejar! Acabo de volver de una semana fantástica con una mujer que es toda mía.... pero no me basta con eso... quiero más....
M. S.: (Se arroja de rodillas a los pies de Fabián) Se lo suplico... por lo que más quiera... por la memoria de su madre... ¡Déjeme en paz!
F.: -Te voy a dejar... (La levanta por un brazo) Te voy a dejar cuando me digás que tenés vos con mi padre....
M. S.: -Yo no tengo nada con él.
F.: -¿Entonces? ¿Por qué seguís en esta casa? Ya tendrías que haberte ido...
M. S.: -Me quedé porque tengo una esperanza... una sola... Pero ya casi no... ¡No!
F.: -¿De que estás hablando? ¡Contestame! Y no me mintás.
M. S.: -Yo no miento.
F.: -¡Decime!
M. S.: -He pedido a la Virgen que Ud. sea realmente un espíritu libre...
F.: -Soy un espíritu libre...
M. S.: -Ud. sabe bien que no lo es...
F.: -¿Y para qué querés eso?
M. S.: -Para poder ser feliz...
F.: -¿Para que yo sea feliz? ¡Ya soy demasiado feliz!
M. S.: -Hablaba de mí...
F.: -¡Ah! Querés convertirme al cristianismo y ganar un alma fiel para el Señor ¡Pamplinas! (La suelta)
M. S.: (Se cubre el rostro con las manos) -Le pedí a la Virgen que su corazón se vuelva de carne... para que yo pueda enamorarme de Ud. con toda tranquilidad...
F.: (Quitándole las manos del rostro) -¿Qué estás diciendo?
M. S.: -Nunca debí escuchar sus palabras, ni creerle... ni fijarme en Ud.... porque me enamoré de Ud. perdidamente y por eso huyo... Huyo de Ud. y de mí misma. Porque sé que en Ud. no hay lugar para el amor verdadero.
(Fabián la abraza)
F.: -No sabés nada, María Soledad, yo también, a mi pesar, me he enamorado de vos... Pero sos una mujer tan difícil, tan lejana... ¡Tan alta! No sos como las mujeres que habitualmente frecuento.... (Se aleja de ella) Te amo pero le has pedido demasiado a la Virgen... Nunca voy a ser el hombre que querés que sea.
(Ma. Soledad llora y Fabián sale hacia su cuarto, se detiene en el descanso de la escalera).
F.: -Y porque hay verdadero amor en mí huyo de vos ahora, Ma. Soledad, amarte me va a costar muy caro. Soy un cobarde.

Segundo Acto
(Mismo escenario, un año después, Anabella y Ma. Soledad se han hecho amigas).
(Ma. Soledad viste algo más elegante, pero su mirada es triste).
A.: -Nunca me has querido decir por qué Fabián y vos no se hablan. Antes él te perseguía todo el tiempo.
M. S.: -Simplemente descubrió que no soy mujer para él... Está a la vista...
A.: -¿Te conté que Francisco se me declaró?
M. S.: -¡Qué bien! ¿Y qué le contestaste?
A.: -Qué iba a pensarlo...
M. S.: -¿Lo querés?
A.: -Me gusta, es buen tipo y a mi papá le cae bien.
M. S.: -Pero ¿Lo querés?
A.: -No sé... A veces siento que no puedo estar un segundo separada de él. Pero... no sé si eso es amor.
M. S.: -¿Te duele su ausencia?
A.: -Sí...
M. S.: -¿Cuándo lo ves tu corazón salta de alegría en el pecho?
A.: -Sí... ¿Cómo sabés? ¿Estás enamorada?
M. S.: -Alguna vez lo estuve.
D. A.: (Entrando algo más canoso) ¿Hoy no vino Fabián?
A.: -Desde que trabaja, se lo ve menos... Aparte su esposa es muy absorbente.
D. A.: -Marisa Brando no es la esposa de Fabián... Es su concubina... ¡las cosas por su nombre!
A.: -No seás tan duro, papá.
D. A.: -Me ha hecho sufrir mucho tu hermano... Lo que ha hecho no es lo que su madre y yo le enseñamos. ¿Por qué ha actuado así?
M. S.: -Porque es un espíritu libre.
D. A.: -Eso es lo que él dice... En fin, habrá que acostumbrarse, pues en aras del espíritu libre, Fabián ha sacrificado su propia felicidad... Hablando de otra cosa, un cliente de la empresa, se ha prendado de vos, Ma. Soledad y me pidió que organizara una cena para conocerte un poco más.
M. S.: (Con cierto halago) -¿Quién?
D. A.: -El Dr. José María Perín.
M. S.: -¡Ah sí! Estuvimos charlando mientras él lo esperaba a Ud..
D. A.: -¿Te interesa? Es soltero, joven, justo para vos... católico comprometido, con un futuro brillante como abogado.
M. S.: -Me resultó agradable... Pero no sé.
A.: -¡Dale! No seás tonta, Soledad. ¿Vas a perder una flor de oportunidad?
M. S.: -Esta bien, Don Alfredo, invítelo para cualquier día de estos.
(Pausa)
M.: (Abre la puerta) –Señor Fabián....
F.: -Hola, Mimí. ¿Hay alguien en casa?
M.: -Solamente se encuentra Don Alfredo. Las chicas se fueron a la peluquería.
F.: -¿A qué se deben tantos preparativos?
M.: -Esta noche vienen a cenar el Dr. José María Perín y el novio de Anabella, Don Francisco Albaine.
FM.: -¿Y José María a que viene?
M.: -Parece que tiene interés en la Srta. Ma. Soledad. Y ella está muy contenta.... ¡Qué suerte ha tenido esa chica!
F.: -Me quedo a cenar....
M.: -¿Y su señora? ¿Viene?
F.: -No... ella no viene....
M.: -¿Todo bien?
F.: -¡Todo Perfecto!
(Entran desde la calle Anabella y Ma. Soledad muy arregladas)
(Mimí recibe unas bolsas de mercadería y se va para la cocina)
M. S.: -¡Hola Fabián! ¿Cómo estás?
F.: -Muy bien.
(Anabella abraza a su hermano)
A.: (Mira para todos lados) -¿Y Marisa?
F.: -Se quedó en casa... ¿Así que te pusiste de novia?...
A.: -¡Sí! Hoy hace una semana... ¿Qué te parece?
F.: -Te felicito, Anabella. ¿Y vos? Parece que tenés un excelente candidato en vista....
M. S.: -No es candidato en vista. Es un amigo... Un buen hombre. Es todo.
F.: -Les molesta si me quedo a la cena...
M. S.: -Yo no tengo problema (Sale hacia su cuarto).
A.: -Dale... Y nos acompañás. No sabés lo agradable que es José María... ¡Todo un caballero!
(Pausa)
(Sentados a la mesa D. A. En la cabecera, de un lado Anabella y Francisco, del otro lado José María, Soledad y Fabián)
(Sobremesa)
Fco.: -Excelente postre, Anabella...
A.: -Gracias... Es una de las primeras reposterías que hago.
Fco.: -Tenés buena mano, mi amor.
F.: (Algo chispeado) El vino... también ha estado bueno, papá. Y... ¿qué tal María Soledad? ¿Dios escuchó tus plegarias y te mandó un pretendiente que vale oro? Decilo... Restregámelo en la cara...
(Incomodidad de todos)
D. A.: -¿Por qué no te vas a tu casa, Fabián? Te llevo en mi coche, si querés...
F.: -¿Los molesto? Quieren deshacerse de mí... Especialmente vos, Ma. Soledad, que un día me dijiste que me querías pero que yo no me merecía tu cariño... Él si... él sí lo merece... Es bueno y es un tipo decente...
M. S.: -¡Basta, Sr. Fabián! No me avergüence delante de estas personas....
D. A.: (Con energía) ¡Vamos, hijo! ¡Te llevo!
F.: (Airado) -¡No querés que cuente, Ma. Soledad! Está bien... pero, a pesar de todo siempre vas a quererme...
M. S.: -(Con energía) ¡Fue Ud., Fabián! Ud. nunca fue libre para elegir... y ahora es demasiado tarde. Déjeme elegir a mí, que yo sí puedo.
(Fabián guarda silencio ofuscado)
D. A.: (De pie, con las llaves del auto en la mano) ¿Vamos?
F.: -Dejá, papá... No voy a causar más problemas... quiero hacer un brindis por la felicidad de todos. (Se pone de pie) ¡Salud!
Todos: -¡Salud!
(Fabián bebe todo de un trago y se retira)
(D. A. sale para llevarlo)
Fco.: -Anabella... me voy. ¿Me acompañás hasta la puerta?
A.: -Bueno.
(Salen los dos)
(M. Soledad queda pensativa, José María a su lado guarda silencio respetuoso).
M. S.: -¿Querés que tomemos un café en el living, José María? Creo que merecés que te dé algunas explicaciones...
J. M.: -No es necesario.
M. S.: -Sí que lo es. ¡Mimí!
M.: -¿Sí señorita?
M. S.: -Nos trae un café, por favor.
M.: -Como no.
(Se sientan en un amplio sillón)
M. S.: -Vos me vas a entender, José María... Sabés de realidades espirituales.... En algún momento estuve enamorada de Fabián... pero él se negó a cambiar, se negó a comprometerse. Por eso no pude aceptarlo.
J. M.: -¿Y te quería?
M. S.: -Dijo quererme... pero también dijo que era un cobarde y que no estaba dispuesto a tanto por mí...
J. M.: -Todavía te ama...
M. S.: -No lo creo, José María... El verdadero amor es una entrega total del corazón en principio. Y él no se atrevió, con la excusa de que era un "espíritu libre"...
J. M.: -¿Y vos, Ma. Soledad? ¿Qué sentís por él?
M. S.: -¿Me permitís no contestarte?
(Mimí trae el café y lo sirve)
J. M.: -Para mí es de vital importancia saberlo... si vos lo seguís queriendo, no tiene sentido continuar con esta relación... Por respeto a nosotros y por respeto al amor.
M. S.: (Triste) –Me encantaría poder decirte que ya no me preocupa, pero el corazón me late fuerte en su presencia y su ausencia me llena de tristeza... No es tan cierto que yo pueda elegir...
J. M.: -Lo elegiste a él, Soledad.... Pero ¿sos consciente de que quizás jamás podrán llegar a nada.
M. S.: -Sí... Y eso me llena de desolación. Pero no puedo cambiar mis sentimientos.
J. M.: -Te entiendo... porque siento lo mismo por vos.
M. S.: -José María... ¡Lo siento tanto!
J. M.: -Son realidades que escapan a nuestras decisiones personales... Ya me tengo que ir.
(Anabella entra)
A.: -Disculpen...
J. M.: -Esta bien: ya me voy.
A.: -No es necesario... Uds. sigan charlando, yo me voy a dormir.
J. M.: -Ya no hay más que hablar ¿cierto, Soledad?
M. S.: -Así es...
(Mutis de Anabella)
(José María da la mano a Ma. Soledad)
J. M.: -Fuiste una bonita ilusión para mí...
M. S.: -Vos también lo fuiste para mí. Las mujeres del campo somos muy soñadoras.
J. M.: -Adiós, Ma. Soledad.
(Besa la frente de Soledad y sale)
(Pausa)
(M. S. atareada con papeles en un escritorio) (Entra Fabián desde la calle)
F.: -Hola... Soledad...
M. S.: (Sin levantar la vista de los papeles) -Hola...
F.: -¿Qué tal va lo tuyo con José María?
M. S.: -Mejor imposible....
F.: (Se sienta frente a M. S.) María... quería pedirte disculpas por las estupideces que dije la otra noche... la verdad es que había tomado de más... y sentía tanta rabia.
M. S.: (Mirándolo) -¿Por qué “rabia”?
F.: -No sé qué me dio... sentí rabia por no poder ser yo como José María... Uds. deben llevarse muy bien... Marisa y yo no soportamos estar mucho tiempo juntos...
M. S.: -¿Por qué me cuenta esto? A mí no me interesa lo que Ud. haga de su vida.
F.: -Vos rezaste por mí.
M. S.: -Tiempo pasado...
F.: -¿Ya no rezás más?
M. S.: -Sí... pero rezo por mí, y por las personas que van a recibir bien mis oraciones.
F.: -Entonces ya no rezás más por mí... justo ahora es cuando yo más necesito de tu oración... mi vida se ha convertido en un infierno... ¿No rezás más por mí?
(M. S. se mete en sus papeles y no responde)
F.: -Entiendo... no lo digás. Pero, al menos, disculpame por mis exabruptos de la otra noche.
M. S.: -Lo disculpo...
(Fabián camina hasta ella y la abraza) (Ella se resiste)
F.: -No me rechacés... quería sentir el calor de un abrazo como el tuyo... Nunca más lo tendré... por mi culpa, ya sé. Lo he lamentado largamente: las cadenas que atan a este “espíritu libre” son cada día más fuertes.
(Mutis de Fabián. Llanto de María)
(Entra Anabella)
A.: (Preocupada) -¿Qué pasa, María Soledad?
M. S.: -Nada... Acaba de irse Fabián y me da pena por él.
A.: -¿Qué? Te dijo que va a separarse de Marisa...
M. S.: -No... no... yo tendría que haberle dicho la verdad.
A.: -¿Cuál es la verdad, María? ¿Cuál?
M. S.: -Ya no importa... Él se ha ido... Y pronto yo también me voy a ir.
(Pausa)
(Suena el teléfono repetidas veces en medio de la noche).
(D. Alfredo atiende y se queda sin palabras)
(El auricular resbala de sus manos).
(Llegan Anabella y M. Soledad en batas).
A.: -¿¡Qué pasa, papá!? ¿Son malas noticias?
M. S.: (Con angustia) ¿Es Fabián?¡¡¡Dios mío!!!
A.: -¿Qué pasó?
D. A.: -Tu hermano chocó con el auto Anabella. Marisa está fuera de peligro, pero Fabián está grave... muy grave...
M. S.: -Cambiémonos y vamos al hospital.
D. A.: -¡Vamos! Está en el Central. Dios Quiera que lleguemos a tiempo...
M. S.: -Dios ha de quererlo.
(Anabella se larga a llorar. Don Alfredo la abraza. Salen. M. Soledad se acerca a la Virgen y pone su mano suplicante al pie de la estatua).
M. S.: -Madre... protegelo... no me lo quités para siempre. (Sale detrás de Don Alfredo y Anabella)
(Pausa)
(Mimí está en bata al lado del teléfono)
(Se abre la puerta y entra M. Soledad con cara de cansada y el pelo desaliñado).
(Mimí se pone de pie).
M.: -¿Cómo está mi Fabián, mi niño?
M. S.: (Se deja caer en una silla) –Sigue en coma... Tiene una pierna destrozada y...
M.: -¿Y qué?
M. S.: -Tuvieron que amputarle la pierna izquierda...
M.: -Santo Dios Bendito ¡Mi niño, mi niño!
M. S.: -Todo el impacto fue en su lado... Marisa saltó del auto y eso la salvó. Pero Fabián tiene un golpe grande en la cabeza y una quebradura en el brazo izquierdo. No sé qué va a pasar.
M.: -Aunque quede en una silla de ruedas... Pero que viva ¡Señor!
M. S.: -No sé si eso lo va a hacer feliz... Va a sufrir demasiado: no lo va a resistir...
M.: -Mientras hay vida, hay esperanza.
M. S.: -Tiene razón, Mimí. Recemos... Recemos por Fabián. (Llora) Yo tampoco quiero que muera... Lo amo tanto...
M.: -Yo lo sabía, Soledad... He visto cómo tratabas de que se enderezara ese muchacho... y ahora... Está luchando por su vida. Si lo hubieras logrado, no lo tendríamos que llorar ahora.
(Suena el teléfono)
M. S.: (Atiende ansiosa) Hola... sí... sí... (Con creciente alegría) Claro... ¡Qué buena noticia! Bueno, Anabella... Enseguida vamos para allá... (Corta)
M.: -¿Qué dice?
M. S.: -Qué Fabián ha salido del coma... En este momento le terminan de operar las piernas... ¡Gracias a Dios!
M.: -Gracias a Dios... sí...
M. S.: -Vamos al hospital, Mimí. Tenemos que estar ahí para saber las buenas noticias.
(Mutis de ambas)

Tercer Acto
(Mimí nerviosa termina de repasar los muebles).
M.: -Dios... dos meses de hospital... parece mentira que ese muchacho se haya recuperado... y ya lo traen... Anabella, Don Alfredo y Ma. Soledad fueron a buscarlo. (Timbre) ¡Son ellos! ¡Son ellos!
(Mimí atiende y entra Fabián con una pierna enyesada, el pelo muy corto y un gesto de desolación frente a la pierna faltante. Lo traen en silla de ruedas. D. A. maneja la silla. Anabella lo lleva de la mano y M. S. lo sigue de cerca) (Mimí abraza a Fabián muy emocionada).
M.: -Me alegro de que esté con vida, mi niño.
F.: -Sí a esto se le puede llamar vida....
A.: -Voy a preparar todo en tu cuarto. (Toma los bolsos de Fabián)
D. A.: -Te voy a ceder mi cuarto, hijo... ya que está e la planta baja... Voy también.
M.: -Les ayudo (entra en la habitación)
(Fabián y M. Soledad quedan solos)
M. S.: -Me alegro mucho de que esté de vuelta en su casa...
F.: -Mejor decí que disfrutás por verme inválido, enfermo y para colmo, abandonado por mi mujer... Soy un estropajo... No valgo nada... ¿Era esto lo que pedías en tus oraciones? ¡Mi derrota total!
M. S.: -Por favor, Fabián... No es así: yo pedía a la Virgen que lo protegiera siempre... Ud. vive por milagro. Debería estar agradecido.
F.: -¿Agradecido yo? Tendría que haber muerto... ¿Para qué me sirve tener la vida ahora si ya no puedo disfrutarla?
M. S.: -Tal vez pueda disfrutar de otra manera, con mayor serenidad... Nada sucede por azar...
F.: -¡Me hartan tus sermones! ¡Y ya tuve muchas peroratas inútiles en mi colegio de curas!... No quiero vivir lisiado... No quiero vivir así.
M. S.: -¿Y qué piensa hacer al respecto?
F.: -Yo sé... No quiero pasar la vida entera, que puede ser mucho tiempo, así, incompleto.
M. S.: -Ud. es un ingrato...
F.: -¡¿Y qué?! No quiero tu lástima, no voy a darte el gusto de humillarme ante vos... ¡Te odio, Soledad! Y cada vez voy a odiarte más por el daño que me has hecho pidiéndole a la Virgen con tanta crueldad....
M. S.: -Usted no entiende todavía que esto que le ha pasado ha sido para su bien...
F.: -¡Andate! No quiero que seás testigo de mi humillación y mi vergüenza y que digas cosas tan atroces. ¿Cómo puede ser bueno lo que me pasó? No quiero verte más.
M. S.: -Está bien. Sólo llámeme, si me necesita.
F.: (Furioso) -¡Eso jamás!
(M. S. toca el pie del cuadro de la Virgen y sale hacia su habitación)
(Fabián reclina la cabeza y llora con rabia)
(Pausa)
(Fabián sale desde su cuarto furioso, despotricando. Lleva muletas, ya no tiene yeso y le falta una pierna)
F.: (Grita) -¡Quiero mi pierna! ¡Quiero mi vida! ¿Por qué me la robaste? (Alza los ojos al cielo) ¡¡Te odio!!
(Cae al piso de espaldas)
(Caído solloza)
(Entra M. S.)
M. S.: (Se arrodilla junto a él) -¡Fabián! ¿Qué le pasó? (Intenta levantarlo)
F.: -No te me acerqués... Estoy harto de tu lástima. Estoy cansado de tu abnegación.
M. S.: -Aunque Ud. lo quiera, yo no voy a dejarlo. Me siento responsable por Ud. y no voy a dejarlo ni a sol, ni a sombra.
F.: (Sentándose en el piso) –El día menos pensado, yo mismo voy a terminar con esta pesadilla. (Zamarrea a M. S.) ¡Dejame morir!
M. S.: -No lo consentiré jamás...
F.: -Gozás, entonces, viéndome destruido, ¿verdad?, decilo... ¡esta es tu venganza pacífica!
M. S.: -¡Eso nunca! Fabián... mi corazón está dolorido por su desgracia, por lo que le ha pasado... La noche de su accidente, mientras rezaba, le preguntaba a Dios por qué había permitido que semejante desgracia cayera sobre Ud. ¡Tan frágil... tan vulnerable... ¡tan desesperado e incrédulo!
F.: -¡Yo no soy frágil! Vos no me conocés en realidad. ¿Y Dios qué te contestó?.
M. S.: -La pregunta en realidad era para mí... ¿qué me tocaba hacer en toda esta cuestión?... ¿qué debía hacer yo para ayudarlo?...
F.: -No necesito de tu ayuda... ya te lo dije...
M. S.: -Yo hubiese querido que ese accidente me hubiera ocurrido a mí con tal de verlo a Ud. contento como antes como cuando pasábamos toda la tarde charlando...
F.: -Vos seguís siendo la misma estúpida de siempre... Fabián Pérez Casado murió esa noche del accidente... (Con gran esfuerzo se pone de pie, sin dejar que M. S. lo ayude).
M. S.: -Ud. no me comprende, Sr. Pérez Casado... nunca me va a comprender y su cobardía no lo ha dejado verme tal cual soy... Me apena que usted quiera interpretar mi cercanía como venganza o compasión... y no siento lástima por usted.
F.: -¿Y que sentís? ¡Odio! ¡Miedo!
M. S.: -Sigo siendo ”la del campo” para usted.... ¿Cierto? Soy una mujer ignorante que no merece todo lo que Ud. es... Eso piensa... y a mi me gustaría sostenerlo e ir a su lado hasta que Ud. vuelva de nuevo a caminar... Sí Fabián, tal vez tiene razón... mi lugar no está aquí. ¡Nunca estuvo aquí! Por eso voy a hacer lo que Ud. desea...
F.: -¿Qué vas a hacer?
M. S.: -Algo que debí hacer el día mismo en que llegué a ésta casa.... Me hubiera ahorrado tantas lágrimas... y el conocerlo a Ud. y ver el monstruo en el que se ha convertido.
F.: -No podés hacerle eso a mi papá... ni a mi hermana... ellos te necesitan en este momento más que nunca.
M. S.: (Desde la escalera) –Mis abuelos también me necesitan. Es hora de regresar. (Sale)
F.: -No lo dice en serio (Se sienta en el sillón) ¡Uf! ¡Que muchacha más terca!
A.: (Entrando) -¿Qué pasa, Fabián? ¿Estás bien?
F.: -Digamos...
A.: -Quería contarte algo. Hoy cuando salimos del restorán con Francisco me encontré con dos amigos tuyos...
F.: -¿A sí? ¿Quiénes?
A.: -Sí... Lisandro y Haroldo Lynch... Me preguntaron por vos y me pidieron venir a verte...
F.: -Yo no quiero verlos...
A.: -Pero ¿Por qué?
F.: -En realidad no quiero que me vean. No les voy a dar el gusto a esos caradura de que me vean vencido... Los conozco bien...
A.: -Ahora desconfiás de todo y de todos.
F.: -¿No harías lo mismo en mi lugar?
A.: -No lo sé....
F.: -Esos tipos son parte de un pasado que no quiero recordar porque me desgarra... Que no vengan. ¡Por favor!
A.: -Hmmm... y Marisa volvió a llamar por teléfono.
F.: -¿Te dijo otra vez que tiene que hablar conmigo?
A.: -Sí... ¿No vas a recibirla?
F.: -En absoluto. Acabábamos de separarnos cuando ocurrió el accidente... Es más, íbamos discutiendo acaloradamente...
A.: -Pero, vos... habías tomado...
F.: -Un poco... lo de siempre.
A.: -Marisa me dijo que es importante lo que tiene que decirte.
F.: -Lo de Marisa es lástima: ella nunca me ha querido de verdad. Antes fue pasión, después conveniencia y ahora, solo la mueve la compasión. Nadie me ha querido de verdad.
A.: -Nosotros, los de tu familia, sí... y...
F.: -¿Y quién más? ¿La gorda Mimí? El perro que tuvimos cuando niños ¿El Panchito?
A.: -No... nada...
(M. S. baja con su bolso y vistiendo las mismas ropas con las que llegó a la casa).
M. S.: -¡Ya está todo listo!
A.: (Sorprendida) –María ¿adónde vas?
M. S.: -A mi pueblo... Al Blanco de los Maitenes, al lugar de donde nunca debí salir.
A.: -¿Por qué? ¡Nadie te ha echado!
M. S.: -¡Ya no tengo nada que hacer aquí, Anabella. Pronto vas a casarte y yo no puedo quedarme sola en esta casa con el señor Fabián.
F.: -Así como estoy no represento un peligro para nadie.
M. S.: -No es por eso... yo estoy sobrando...
F.: -Vos no te vas a ir... Está haciendo esto, Anabella, para que le roguemos que se quede. Ya vas a ver.
(Bocinazos)
M. S.: -Anabella, despedime de Don Alfredo... Ese es mi taxi. Adiós (Abraza a Anabella) Fuiste una hermana para mí. Te deseo que seas muy feliz con tu Francisco... Adiós, Sr Fabián... y por favor, no me guarde rencor. (Le tiende la mano pero él la rechaza).
(Anabella acompaña a M. S. hasta la calle)
(Fabián refunfuña entre dientes)
(Anabella regresa con lágrimas en los ojos desde la calle).
A.: -Fabián... se ha ido...
F.: -¿Y qué querés que le haga?
A.: -Vos la echaste con tu trato despectivo hacia ella... ¡La perdimos!
F.: -Que se haga monja y se vaya a cuidar enfermos a un asilo... (Llaman a la puerta) Ya se arrepintió... ¿Viste?¡Lo sabía!
(Anabella corre para abrir la puerta)
(Entra Marisa Brando. Al ver a Fabián no disimula su desagrado)
M. B.: -¿Cómo estás, Fabián?
F.: -Como me ves... ¿A qué has venido?
M. B.: -Tengo que hablar con vos desde hace tiempo... y te has negado a recibirme.
F.: -Lo nuestro terminó...
M. B.: -Sí... y casi acabó con nuestras vidas.
F.: -A vos se te ve muy bien.
M. B.: -Quedé lastimada por los golpes... Tuve suerte en saltar del auto y rodar por un pedregal...
F.: -Ya sé...
M. B.: -Tuve que ir como quince días a curaciones.
F.: -Pero no te operaron de la cabeza ni te cortaron una pierna ¿A qué viniste? ¿A reanudar lo nuestro? Si es así, te aviso que vas descaminada...
M. B.: -No... no... para nada. Vine a contarte que pude rehacer mi vida.
F.: -¡Qué pronto! ¿No?
M. B.: -Hace siete meses que nos separamos... Riqui y yo nos vamos a vivir juntos este fin de semana. Hemos alquilado un departamento en el Barrio del Campanario.
F.: -Linda zona. ¿Conozco a ese señor?
M. B.: -Sí... Trabaja en la empresa de mi papá... Es uno de los jefes del Directorio.
F.: -Te felicito... Vas a estar muy bien y no te va a faltar nada.
M. B.: -Eso creo... Mirá, Fabián... Lo nuestro fue bueno, yo me he sentido bien con vos, quería que lo supieras... Pasamos muy buenos momentos juntos. Siempre te voy a recordar.
F.: -Tus palabras no me sirven: son parte de tu compasión. Y no la necesito.
M. B.: -De acuerdo... ¡Adiós, entonces! Y que podás salir adelante... de tu problema... y espero que algún día aprendás a ser menos egoísta y a respetar los sentimientos de los demás...
F.: -¡Qué hablás vos de egoísmo, Marisa! Vos que me has usado y me has engañado... ¡Vos que no sabés qué pasó conmigo después del accidente, porque ni siquiera fuiste a verme al hospital!... y yo te necesitaba. Te necesitaba tanto...
M. B.: -Lo siento... pero no podía... no puedo verte así... Con lo que vos has sido... Perdoname. Me tengo que ir.
F.: (Mas calmado) –Andate... sí, es lo mejor...
M. B.: -Y en otra ocasión, cuando estés con alguien, sé sincero... sobre todo si estás enamorado de otra...
F.: -¡Callate!
M. B.: -No me vas a callar... Tu hermana también se ha dado cuenta de que desde el primer momento vos te enamoraste de esa muchacha del campo. Te cegó y te robó el corazón. Y vos sos un fracasado... que te falte una pierna no tiene nada que ver con eso... tu corazón está lisiado.
F.: -¡Chau Marisa! Ya no puedo verte más... Con tu vida hacé lo que te parezca que yo sé lo que debo hacer con la mía. (Gritando)¡¡¡Andate!!!
(Fabián intenta ponerse de pie como para pegarle. Marisa huye de la escena)
A.: -Disculpame. No debí dejarla pasar... Me pescó con la guardia baja.
F.: (Pensativo) Ella sí estuvo conmigo... y rezó por mí todo el tiempo...
A.: -Yo me imaginaba que vos te habías enamorado de ella, pero entonces ¿por qué la dejaste ir?
F.: (Da un suspiro) –Por su bien... sólo por su bien, Anabella.
A.: -A esta hora debe estar llegando a San Isidro... En el tren de las ocho... La perdimos todos, Fabián.
F.: -Sí.... Pero, principalmente, yo...“Del arbol caído todos hacen leña”....
(Pausa)
(D. A. y Fabián a la mesa del comedor)
D. A.: (Algo triste) ¡Qué solos que estamos! Con Anabella preparándose para casarse y M. Soledad ausente tanto tiempo... ¿Cuánto hace que se fue? Dos... tres meses...
F.: (Sombrío) Cincuenta y siete días... Llevo la cuenta exacta.
D. A.: -No escribió... no llamó... ¿Qué fue de esa muchacha?
F.: -Fue mi culpa... yo la espanté.
D. A.: -¿Vendrá para la boda de Anabella?
F.: -No creo... se marchó muy dolida conmigo... y tenía razón.
D. A.: -¿La extrañás?
F.: -Ella era como mi ángel de la guarda, papá... Siempre estaba a mi lado. Me hablaba o rezaba por mí. Ella me cuidaba, me protegía... ahora me siento como desamparado... me siento huérfano otra vez.
D. A.: -Es una buena muchacha... ¿Qué será de ella?
F.: -Si pudiera correr, la iría a buscar y trataría de traerla de nuevo a casa... Pero así no quiero verla... ni quiero que me vea.
D. A.: -El Dr. Tomás me insistió con lo de la pierna ortopédica... Tenés que volver a vivir...
F.: -No me convence...
D. A.: -Pero... con movilidad vas a poder trabajar nuevamente.
F.: -No quiero ser una carga para nadie.
D. A.: -Sabés que no lo digo por eso... Has cambiado mucho desde el accidente... A veces me da miedo de que te enfermés de tristeza.
F.: -Ya estoy enfermo, por si no te has dado cuenta.
(Timbre en la puerta)
D. A.: -Anabella se olvidó la llave otra vez... (Se pone en pie)
(Fabián se muestra hastiado)
(Vuelve D. A. trayendo a M. Soledad por el hombro, muy feliz)
(Fabián se pone en pie al momento y extiende sus brazos instintivamente a M. Soledad)
M. S.: (Dejando un pequeño bolso sobre una silla y dando la mano a Fabián) ¡Fabián! ¿Cómo está? (Tiene la mirada triste)
D. A.: -No lo vas a creer M. Soledad... Estábamos hablando de vos... ¿Viniste para quedarte?
M. S.: -Estoy aquí para acompañar a Anabella en sus últimos preparativos... Ella me escribió y me pidió que viniera...
D. A.: -Me alegro tanto de que estés aquí... Dame... Voy a llevar el bolso a tu cuarto... Todo está igual que como lo dejaste... (Sale)
(Fabián se siente aún muy sorprendido).
M. S.: -También vine porque recibí su carta...
F.: (Avergonzado) Después de que la hice despachar por Mimí, me arrepentí
M. S.: (Seria) Entonces se arrepintió de lo que dice en esa carta... ¡No es verdad!... Me lo temía... (Sale hacia el living) (Se sienta en un sillón)
(Fabián se pone de pie y con sus muletas va hacia ella)
(Se sienta a su lado)
F.: -Jamás en mi vida, Soledad... Jamás he sido más sincero que en esa carta...
M.S.:- ¿Entonces?
F.: -Te he extrañado tanto, que por momentos parecía que me faltaba el aire... Tu ausencia me ha dolido más que la pérdida de mi pierna... Me mantenía con vida la ilusión de que volvieras pronto. (Toma la mano de Ma. Soledad) Un día te dije que no podía quererte porque era un cobarde y tu amor me exigía demasiado... Hoy no tengo nada para darte y no puedo pensar en otra cosa que no sea estar a tu lado...
M. S.: (Sonriendo) Siento que a través de los sufrimientos que pasé ahora sí te merezco... y te sigo amando... pero ahora te amo mejor... Ma. Soledad ¿Te casarías conmigo? ¿Te casarías con un hombre incompleto?
M. S.: -No sos un hombre incompleto. Ahora sí tenés todo lo que hay que tener. Ahora sí sos enteramente para mí. Yo te he amado desde el primer momento y es claro que quiero casarme con vos...
(M. S. se reclina sobre el pecho de Fabián. Él la abraza y besa su frente)
(Pausa)
(Fabián tiene un traje muy elegante, dos piernas y una sonrisa de oreja a oreja) (Se mueve renqueando con ayuda de un bastón)
D. A.: (Entra desde la calle) Ya llegó el auto... ¿Y la novia?
M. S.: (Se para en el descanso de la escalera con un vestido elegante y alegría) ¡Aquí viene!...
(Anabella aparece con un bello vestido de novia y un velo de ilusión, muy sonriente)
D. A.: -Mi hija... mi Anabella... Si te viera tu madre... ¡Qué contenta estaría! (Abraza a la muchacha y besa su frente) ¡Y qué padrino que vas a tener!
F.: (Emocionado abraza también a Anabella) -¡Que Dios te bendiga!
A.: -Lo que más feliz me hace después de mi matrimonio con Francisco, es verte tan bien... Y verte junto a Ma. Soledad.
(M. S. abraza a Fabián y este besa su frente)
F.: (Con gran amor) Y la próxima novia que bajará por esa escalera será mi María Soledad, si Dios quiere... Porque ella me ganó como novio con la fuerza de una fe inquebrantable.
(M. S. sonríe)
(D. A. Muy contento toma del brazo a Anabella y F. llevando por los hombros a M. S. salen de la casa. La luz se apaga: sólo queda iluminado el cuadro de la Virgen).
FIN
Terminado de pasar el 8 de setiembre de 2008.

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