LA APARICIÓN
Don Gregorio Nacianceno Castillo tendría más o menos veinte años cuando le sucedió aquello. "Fue una noche oscura, de esas que ni luna tienen"... y así comenzaba su relato.
El peón Gordillo y doña Panchita se mataban de la risa por lo venido a menos que estaba el viejo Castillo.
-¡No se ría, 'ña Panchita que es la purísima verdá! -juraba y rejuraba el pobre para ser creído.
- No me venga con esas a mí, don Gregorio, mire que ya soy grandota pa' chuparme el dedo.
-Si me dejara contarle, doña...
-¿Pa' qué saber tonteras? ¡Ni me diga!
-¿Qué? ¿Le agarra julepe?
-¿Julepe yo?... Dios me libre y me favorezca... ¡julepe!... ¡Ja!... mirelón al atrevido...
-Entonce', déjeme que le cuente y dispués se ríe, ¿sí?
-¿No le dije ya que no quiero perder tiempo en tonteras?
-¡Vamos, 'ña Panchita, tiene miedo!...
-¡Callesé Gordillo!... y pa' que vea que no me da ni así de miedo lo voy a dejar a don Gregorio que cuente su cuento... ¡total!... así descanso un rato mientras llega el Lucho.
-¿Empiezo?
-¡Dele pues!, a ver si todavía me arrepiento y no le escucho nada.
-¡No, no!... Güeno, resulta que una noche escura, desas que ni luna tienen, vea, yo iba por el monte solo... eran cuantimás las doce y yo iba a la casa de don Rudecindo Flores... porque se nos había enfermao el "alazán" y el tenía un menjunje pa' caballo que lo podía salvar... y...
-Decía que iba por el monte solo... ¿y?
-¡No me apure si me quiere sacar güeno, 'ña Panchita!... Iba por el monte solo, digo, mirando la cerrazón del cielo negro... cuando ¡velay! vide caer una estrella grandotaza justito enfrente por la güella ande yo iba. Quedó relampagueando, juerte, colorada, vea. Yo era mozo atrevido y nada me daba miedo, al contrario, me entraba un coraje y me apuraba y me arrimaba al bulto ese, brilloso que encandilaba, vea, y no se ría 'on Gordillo que era verdá por la luz que me alumbra...
-Decía don Gregorio que se arrimaba al bulto... ¿y?
-¿Al bulto? ¡ah sí!... y mientras me arrimaba, pensaba qué podía ser. Me encandilaba que daba miedo y cuando me dejó casi ciego el resplandor me di güelta y ¡zas! me topé con un paisano morocho, alto, de bigotes finitos y poncho colorao... los ojos le relumbraban rojos con la fogarata di atrás.
-¿Y usté que hizo?
-Y... ¡me julepié, 'ña Panchita!... ¿qué iba a hacer?... No pude ni hablar de tan fiero que era... El criollo me preguntó quién era yo (tenía una voz gruesa) y qué hacía por áhi. "Vine a ver el fuego" -le dije- "¡si serás sonso! -me dijo- ¿no ves que eso es una estrella cáida del mesmo cielo y yo me la vengo a llevar?... pero a vos, por ser curioso de las cosas que no tenís que saber, te viá contar quién soy y pa' qué quiero el fuego de una estrella"...
Don Gregorio Nacianceno Castillo se interrumpió en su relato para secar con el dorso de la mano las gruesas gotas de sudor que le corrían por la frente.
-¡Güeno, siga, pues, don Gregorio!... ¿ve?, ¡lo corta justo en lo mejor!, diga diuna vez quién era el negro ese del poncho colorao.
-¡Ave María Purísima!... pero, ¿me van a creer?...
-¡Sí!... respondió doña Pancha con impaciencia.
-¡Sí!... -confirmó el peón Gordillo- y ¡apúrese que tengo que irme pa'l rancho mío!...
-El hombre era... ¡el mesmo mandinga!... y venía a llevarse la estrella pa' hacer juerte el fuego del infierno... ¡Dios nos libre!...
-¡Vamos, don Gregorio!, no nos venga con eso...
-Si me deja terminar, 'ña Panchita, va a ser mejor... el mandinga mesmo me juró por el tal Lucibel... y entonce’ la bola de fuego empezó a crecer y crecer. Yo asustao reculé contra el mandinga y me agarró de un brazo. ¡Amalaya!... que me quemaba... parecía un fierro caliente y me dijo que me iba a llevar pa'llá, diande él venía, pa'l mesmo infierno... áhi me terminé de asustar... pero al rato no más se hizo como de día y entonce' apareció "él"...
-¿Quién era "él"? ¿Otro mandinga? -se burlaba Gordillo.
-No 'on Gordillo -contestó muy serio el anciano. ¡Era un Ángel!
-¡¡Güena la hizo, don Gregorio!!... ¡Con ésta sí que se pasó! A ver, avíseme donde jue, ansí voy yo también y en una d’esas se mi aparece Diosito. Pero, ¿no le digo? ¡que un hombre grande invente semejantes choclos!
-Pero si era un Ángel de Dios de veritas... d’esos que tienen como un poncho dioro puro, en la espalda le salían dos alas, así como de avestruz de grandes, pero de plata, vea, y tenía una melena renegrida que le caía por los hombros. Traía una hacha con luz, como si ‘biera agarrao una llamarada denserio... Me miraba con los ojos tan güenos que tenía... me dio una tranquilidá, vea, pero, el que se agarró un jabón flor jue’l mandingazo que me tenía como chicharra d'un ala... ¡cómo habrá sido el susto que me largó pa' un costao!... Lo que vide esa noche a la luz de la estrella me ha quedao clavao en el mate -don Gregorio hizo una breve pausa, se santiguó y continuó. -El "Pata'e chivo" agarró el poncho, se lo enroscó en el brazo y sacó un facón como diún metro 'e largo y áhi mismito se trenzaron... ¡Virgen Santa!... ¡Cómo relampagueaban los fierros, se cruzaban, chocaban, se tiraban tajos parejitos diún lao y diotro!, ninguno de los dos se plantaba, ni hablaban entre ellos siquiera (será por el odio silencioso que hay entre los ángeles de Dios y los mandingas)...
-¡Ay, don Gregorio!, pero si los ángeles y los diablos no esisten... Lo cuentan pa' que los niños se porten bien...
Don Gregorio Nacianceno Castillo tendría más o menos veinte años cuando le sucedió aquello. "Fue una noche oscura, de esas que ni luna tienen"... y así comenzaba su relato.
El peón Gordillo y doña Panchita se mataban de la risa por lo venido a menos que estaba el viejo Castillo.
-¡No se ría, 'ña Panchita que es la purísima verdá! -juraba y rejuraba el pobre para ser creído.
- No me venga con esas a mí, don Gregorio, mire que ya soy grandota pa' chuparme el dedo.
-Si me dejara contarle, doña...
-¿Pa' qué saber tonteras? ¡Ni me diga!
-¿Qué? ¿Le agarra julepe?
-¿Julepe yo?... Dios me libre y me favorezca... ¡julepe!... ¡Ja!... mirelón al atrevido...
-Entonce', déjeme que le cuente y dispués se ríe, ¿sí?
-¿No le dije ya que no quiero perder tiempo en tonteras?
-¡Vamos, 'ña Panchita, tiene miedo!...
-¡Callesé Gordillo!... y pa' que vea que no me da ni así de miedo lo voy a dejar a don Gregorio que cuente su cuento... ¡total!... así descanso un rato mientras llega el Lucho.
-¿Empiezo?
-¡Dele pues!, a ver si todavía me arrepiento y no le escucho nada.
-¡No, no!... Güeno, resulta que una noche escura, desas que ni luna tienen, vea, yo iba por el monte solo... eran cuantimás las doce y yo iba a la casa de don Rudecindo Flores... porque se nos había enfermao el "alazán" y el tenía un menjunje pa' caballo que lo podía salvar... y...
-Decía que iba por el monte solo... ¿y?
-¡No me apure si me quiere sacar güeno, 'ña Panchita!... Iba por el monte solo, digo, mirando la cerrazón del cielo negro... cuando ¡velay! vide caer una estrella grandotaza justito enfrente por la güella ande yo iba. Quedó relampagueando, juerte, colorada, vea. Yo era mozo atrevido y nada me daba miedo, al contrario, me entraba un coraje y me apuraba y me arrimaba al bulto ese, brilloso que encandilaba, vea, y no se ría 'on Gordillo que era verdá por la luz que me alumbra...
-Decía don Gregorio que se arrimaba al bulto... ¿y?
-¿Al bulto? ¡ah sí!... y mientras me arrimaba, pensaba qué podía ser. Me encandilaba que daba miedo y cuando me dejó casi ciego el resplandor me di güelta y ¡zas! me topé con un paisano morocho, alto, de bigotes finitos y poncho colorao... los ojos le relumbraban rojos con la fogarata di atrás.
-¿Y usté que hizo?
-Y... ¡me julepié, 'ña Panchita!... ¿qué iba a hacer?... No pude ni hablar de tan fiero que era... El criollo me preguntó quién era yo (tenía una voz gruesa) y qué hacía por áhi. "Vine a ver el fuego" -le dije- "¡si serás sonso! -me dijo- ¿no ves que eso es una estrella cáida del mesmo cielo y yo me la vengo a llevar?... pero a vos, por ser curioso de las cosas que no tenís que saber, te viá contar quién soy y pa' qué quiero el fuego de una estrella"...
Don Gregorio Nacianceno Castillo se interrumpió en su relato para secar con el dorso de la mano las gruesas gotas de sudor que le corrían por la frente.
-¡Güeno, siga, pues, don Gregorio!... ¿ve?, ¡lo corta justo en lo mejor!, diga diuna vez quién era el negro ese del poncho colorao.
-¡Ave María Purísima!... pero, ¿me van a creer?...
-¡Sí!... respondió doña Pancha con impaciencia.
-¡Sí!... -confirmó el peón Gordillo- y ¡apúrese que tengo que irme pa'l rancho mío!...
-El hombre era... ¡el mesmo mandinga!... y venía a llevarse la estrella pa' hacer juerte el fuego del infierno... ¡Dios nos libre!...
-¡Vamos, don Gregorio!, no nos venga con eso...
-Si me deja terminar, 'ña Panchita, va a ser mejor... el mandinga mesmo me juró por el tal Lucibel... y entonce’ la bola de fuego empezó a crecer y crecer. Yo asustao reculé contra el mandinga y me agarró de un brazo. ¡Amalaya!... que me quemaba... parecía un fierro caliente y me dijo que me iba a llevar pa'llá, diande él venía, pa'l mesmo infierno... áhi me terminé de asustar... pero al rato no más se hizo como de día y entonce' apareció "él"...
-¿Quién era "él"? ¿Otro mandinga? -se burlaba Gordillo.
-No 'on Gordillo -contestó muy serio el anciano. ¡Era un Ángel!
-¡¡Güena la hizo, don Gregorio!!... ¡Con ésta sí que se pasó! A ver, avíseme donde jue, ansí voy yo también y en una d’esas se mi aparece Diosito. Pero, ¿no le digo? ¡que un hombre grande invente semejantes choclos!
-Pero si era un Ángel de Dios de veritas... d’esos que tienen como un poncho dioro puro, en la espalda le salían dos alas, así como de avestruz de grandes, pero de plata, vea, y tenía una melena renegrida que le caía por los hombros. Traía una hacha con luz, como si ‘biera agarrao una llamarada denserio... Me miraba con los ojos tan güenos que tenía... me dio una tranquilidá, vea, pero, el que se agarró un jabón flor jue’l mandingazo que me tenía como chicharra d'un ala... ¡cómo habrá sido el susto que me largó pa' un costao!... Lo que vide esa noche a la luz de la estrella me ha quedao clavao en el mate -don Gregorio hizo una breve pausa, se santiguó y continuó. -El "Pata'e chivo" agarró el poncho, se lo enroscó en el brazo y sacó un facón como diún metro 'e largo y áhi mismito se trenzaron... ¡Virgen Santa!... ¡Cómo relampagueaban los fierros, se cruzaban, chocaban, se tiraban tajos parejitos diún lao y diotro!, ninguno de los dos se plantaba, ni hablaban entre ellos siquiera (será por el odio silencioso que hay entre los ángeles de Dios y los mandingas)...
-¡Ay, don Gregorio!, pero si los ángeles y los diablos no esisten... Lo cuentan pa' que los niños se porten bien...
-Mire, 'ña Panchita, yo mesmo lo vide con mis propios ojos ¿y pa' qué le viá mentir?... Con un tajo 'celente el ángel le cortó la cola al malo... y parece que esa es una humillación pa' los mandingas, porque como criollo que l'hi han untao la oreja con saliva se jue chillando montao en un jabalí cerdudo... Yo me quedé ahí un rato, arrinconao, mientras el ángel ese me sonreía suavecito, suavecito... dispués me vido con esos ojazos negros y muy mansito me preguntó qué hacía por áhi a esas horas. Entonce' yo le conté y le di las gracias que me ‘biera salvao la vida mía... con tranquilidá me dijo que no podía dejar que el mandinga me llevara con él pa’allá, porque él era mi ángel de la guardia y que entonce´ me iba a cuidar pa' siempre pa' que el otro no volviera... Yo me puse tan contento que me perdí... y di áhi quedé así medio loco... cuando me disperté... el ángel estaba conmigo pero vestido de persona humana y cumplió porque se quedó conmigo pa' siempre.
-¡Güenísima, don Gregorio! -comentó doña Pancha. -¿Y cómo es que nosotros no lo vimos? ¿ah?
-Capaz que no quedrá, 'ña Panchita... porque ya vide que usté no cré en ángeles ni cosas... pero pa' que me crea... yo le viá decir quién es el ángel mío que me cuida... ¿no se dio cuenta? Es el Ángel Castillo, ese que dicen que’s mi sobrino... él es... así de persona humana... pero no le vayan a decir nada porque no quiere que yo ande cuentiando estas cosas, me quiere mucho, es muy güeno y siempre llega en los momentos justos...
-Buenas noches, doña Pancha... ¿cómo anda, don Gordillo?
Doña Pancha López de Lucero y el peón Aurelio Gordillo, sugestionados por el increíble relato de don Castillo, se asustaron un poco con la sorpresiva llegada del muchacho.
-¡Epa, Ángel!... nos tomó desprevenidos... es que su tío nos contó cada historias...
-¡Ah, sí!, pobrecito... seguro que lo del ángel y el diablo... ¿no es cierto?
-Eso mesmo... ¿y a que no sabe lo que nos dijo de usté?
-Ya me imagino... que yo soy el ángel de la guarda que Dios le puso... -sonrió bondadosamente; mientras le pidió a don Gregorio que fuera yendo para la casa.-Vamos tío que la cena se enfría, el cordero frío hace mal.
El viejo Castillo salió refunfuñando. Cuando el sobrino quedó solo con los otros aclaró:
- Más quisiera ser su ángel de la guarda para cuidarlo mejor... pero como él se pierde mucho... y con la edad, compréndanle la locura y discúlpenlo. Vieron que esas historias de ángeles y diablos son historias para niños. Gracias por escucharlo al menos: él es feliz así...
-No tiene por qué, Ángel, a pesar de todo su tío es muy querido en toda la estancia... ¡Vaya, vaya no más, a ver si se pierde el pobre viejo!
-Hasta pronto. Dios los guarde.
-Hasta pronto.
Ángel salió apurado para no perderle el paso a su tío.
-¡Ah! ¡Mire 'ña Panchita, al Ángel se le cayó una navaja!...
-La voy a guardar pa'darselá cuando venga otro día.
Doña Pancha se agachó en el sitio donde había quedado la puntuda navaja y alzándola la contempló un rato al resplandor del fogón. Luego levantó los ojos asombrados hacia el peón Gordillo.
-¡¡¡Creer o reventar, don Gordillo!!! ¡Creer o reventar!
-Pero, ¿qué pasa 'ña Panchita?
-¡Cosa 'e locos, Gordillo!... ¡ésto que se le cayó al Ángel es una pluma de plata!
FIN
************************************************************************************
-¡Güenísima, don Gregorio! -comentó doña Pancha. -¿Y cómo es que nosotros no lo vimos? ¿ah?
-Capaz que no quedrá, 'ña Panchita... porque ya vide que usté no cré en ángeles ni cosas... pero pa' que me crea... yo le viá decir quién es el ángel mío que me cuida... ¿no se dio cuenta? Es el Ángel Castillo, ese que dicen que’s mi sobrino... él es... así de persona humana... pero no le vayan a decir nada porque no quiere que yo ande cuentiando estas cosas, me quiere mucho, es muy güeno y siempre llega en los momentos justos...
-Buenas noches, doña Pancha... ¿cómo anda, don Gordillo?
Doña Pancha López de Lucero y el peón Aurelio Gordillo, sugestionados por el increíble relato de don Castillo, se asustaron un poco con la sorpresiva llegada del muchacho.
-¡Epa, Ángel!... nos tomó desprevenidos... es que su tío nos contó cada historias...
-¡Ah, sí!, pobrecito... seguro que lo del ángel y el diablo... ¿no es cierto?
-Eso mesmo... ¿y a que no sabe lo que nos dijo de usté?
-Ya me imagino... que yo soy el ángel de la guarda que Dios le puso... -sonrió bondadosamente; mientras le pidió a don Gregorio que fuera yendo para la casa.-Vamos tío que la cena se enfría, el cordero frío hace mal.
El viejo Castillo salió refunfuñando. Cuando el sobrino quedó solo con los otros aclaró:
- Más quisiera ser su ángel de la guarda para cuidarlo mejor... pero como él se pierde mucho... y con la edad, compréndanle la locura y discúlpenlo. Vieron que esas historias de ángeles y diablos son historias para niños. Gracias por escucharlo al menos: él es feliz así...
-No tiene por qué, Ángel, a pesar de todo su tío es muy querido en toda la estancia... ¡Vaya, vaya no más, a ver si se pierde el pobre viejo!
-Hasta pronto. Dios los guarde.
-Hasta pronto.
Ángel salió apurado para no perderle el paso a su tío.
-¡Ah! ¡Mire 'ña Panchita, al Ángel se le cayó una navaja!...
-La voy a guardar pa'darselá cuando venga otro día.
Doña Pancha se agachó en el sitio donde había quedado la puntuda navaja y alzándola la contempló un rato al resplandor del fogón. Luego levantó los ojos asombrados hacia el peón Gordillo.
-¡¡¡Creer o reventar, don Gordillo!!! ¡Creer o reventar!
-Pero, ¿qué pasa 'ña Panchita?
-¡Cosa 'e locos, Gordillo!... ¡ésto que se le cayó al Ángel es una pluma de plata!
FIN
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RUTH
"Al poco tiempo de perder a mi esposo, mi suegra, también viuda por ese entonces, decidió volver a su patria. Orfá, mi concuñada, cuyo marido también era muerto, se quedó en nuestro país con sus padres.
Yo marché de mi tierra querida acompañando a mi anciana suegra.
También yo me sentía sola: si al menos hubiera concebido un hijo de Mahalón, ahora nuestras vidas se alegrarían con la risa de un niño, con la esperanza del fruto que cuaja para empezar a madurar.
Hasta que Mahalón, recién llegado de Betlehem, me condujo a su casa y me desposó, había yo adorado ídolos de bronce, aquellos de mis antepasados, mas mi marido y los suyos me enseñaron a amar a Aquel-a-Quien-no-podemos-nombrar: nuestro verdadero Creador.
Reconozco que no me resultó fácil abandonar mis dioses, pero por amor a Mahalón arrojé lejos de mí las estatuillas con las que me dotaron en mi antigua morada.
Con los vestidos cubiertos de ceniza partimos hacia Betlehem con mi suegra. Cuando llegamos me dispuse a conseguir el sustento.
Mi madre, como la llamé en adelante, apenas podía hacer algo debilitada por los años y aunque me lo pidió muchas veces, no quise abandonarla: me quedé con ella. Me quedé con ella porque la amaba en el recuerdo de su hijo mayor que me había dado a Dios.
Casi a fines del estío, al comenzar la siega, decidí ampararme en la ley levítica que protege a pobres y viudas: podíamos recoger, tras los espigadores, las mieses que cayeran de sus gavillas. Así pues fui a uno de los inmensos sembrados a pedir merced".
* * *
"Este año muchos hay segando en mis campos. El trabajo de administración me insume tanto tiempo que apenas puedo acordarme de mí.
A veces creo haber sido maldecido por el Señor, al encontrarme a esta altura de la vida sin esposa y sin descendencia.
He sido piadoso y, aunque pecador, he tratado de ser justo con mis jornaleros y sirvientes. Sin embargo, ansío llegar a mi casa para que una mano femenina, si la hubiera, refrescara mi frente con una caricia. Necesito unos labios de mujer que callen o hablen cerca de mí. Mi hogar está vacío, sin esa presencia que gobierna una casa, sin murmullo de niños que crecen.
Hoy he pensado en estas cosas porque he visto a la mujer espigando en uno de mis campos. He preguntado por ella a mis segadores: es la nuera viuda de mi pariente Elimelec.
Ella caminaba entre las espigas y, dorada como aquellas, iba recogiendo las que caían de las gavillas abundantes de mis obreros.
Es hermosa. Hermosa con la hermosura exquisita de la virtud y de lo divino. Resplandecían sus ojos de alabastro mientras sus pies parecían hollar apenas la tierra húmeda de rocío. Alargaba acompasadamente sus finos brazos de cera para tomar las enhiestas espigas, confundiendo sus manos en el oro del trigal.
Me acerqué a ella y le pedí que no dejara de venir a mis campos. Cayó humildemente sobre su rostro y me agradeció cuanto hacía por ella".
* * *
"Anoche, por consejo de mi madre, quien ha visto la posibilidad de desposarme con el dueño de la mies, fuime hasta la casa de este gran señor y según el rito, me eché a sus pies. Puesto que él es nuestro pariente, el levirato le exige que me lleve a su casa para dar descendencia a Mahalón.
El hombre despertó a medianoche sobresaltado, me tomó de un brazo preguntándome qué hacía allí. Le rogué que me cubriera con su manto y le recordé su obligación de hacerme su esposa.
Él rió de gozo, como si lo hubiera deseado con todo su corazón y besándome la frente me advirtió acerca de la existencia de un pariente más cercano. Se estrechó entonces mi corazón, porque ya le pertenecía a aquel hombre generoso.
Estuve a sus pies hasta finalizar la noche y antes de aclarar el día, regresé junto a mi suegra, llevando conmigo un precioso cargamento de cebada que me regaló para que no quedasen mis manos vacías.
Hoy hemos orado con mi madre pidiéndole al Señor que me conceda entrar a la casa de este buen israelita.
Cuentan que después de reunirse con nuestro pariente Jefté ante la asamblea de los ancianos, mi hombre ha conseguido el levirato y entregado su zapato a Jefté. Ahora le pertenezco.
Mi madre me ayuda a ataviarme con mis mejores galas para los desposorios. Todo Betlehem nos bendice. ¡Loado sea el Dios de Israel! ¡Loado sea mi Dios!".
* * *
Booz, el bisabuelo del rey David, toma de la mano a la joven y repitiendo el dulce nombre la conduce a su casa. La brisa en el trigal también murmura como profetizando: Ruth... Ruth...
"Este año muchos hay segando en mis campos. El trabajo de administración me insume tanto tiempo que apenas puedo acordarme de mí.
A veces creo haber sido maldecido por el Señor, al encontrarme a esta altura de la vida sin esposa y sin descendencia.
He sido piadoso y, aunque pecador, he tratado de ser justo con mis jornaleros y sirvientes. Sin embargo, ansío llegar a mi casa para que una mano femenina, si la hubiera, refrescara mi frente con una caricia. Necesito unos labios de mujer que callen o hablen cerca de mí. Mi hogar está vacío, sin esa presencia que gobierna una casa, sin murmullo de niños que crecen.
Hoy he pensado en estas cosas porque he visto a la mujer espigando en uno de mis campos. He preguntado por ella a mis segadores: es la nuera viuda de mi pariente Elimelec.
Ella caminaba entre las espigas y, dorada como aquellas, iba recogiendo las que caían de las gavillas abundantes de mis obreros.
Es hermosa. Hermosa con la hermosura exquisita de la virtud y de lo divino. Resplandecían sus ojos de alabastro mientras sus pies parecían hollar apenas la tierra húmeda de rocío. Alargaba acompasadamente sus finos brazos de cera para tomar las enhiestas espigas, confundiendo sus manos en el oro del trigal.
Me acerqué a ella y le pedí que no dejara de venir a mis campos. Cayó humildemente sobre su rostro y me agradeció cuanto hacía por ella".
* * *
"Anoche, por consejo de mi madre, quien ha visto la posibilidad de desposarme con el dueño de la mies, fuime hasta la casa de este gran señor y según el rito, me eché a sus pies. Puesto que él es nuestro pariente, el levirato le exige que me lleve a su casa para dar descendencia a Mahalón.
El hombre despertó a medianoche sobresaltado, me tomó de un brazo preguntándome qué hacía allí. Le rogué que me cubriera con su manto y le recordé su obligación de hacerme su esposa.
Él rió de gozo, como si lo hubiera deseado con todo su corazón y besándome la frente me advirtió acerca de la existencia de un pariente más cercano. Se estrechó entonces mi corazón, porque ya le pertenecía a aquel hombre generoso.
Estuve a sus pies hasta finalizar la noche y antes de aclarar el día, regresé junto a mi suegra, llevando conmigo un precioso cargamento de cebada que me regaló para que no quedasen mis manos vacías.
Hoy hemos orado con mi madre pidiéndole al Señor que me conceda entrar a la casa de este buen israelita.
Cuentan que después de reunirse con nuestro pariente Jefté ante la asamblea de los ancianos, mi hombre ha conseguido el levirato y entregado su zapato a Jefté. Ahora le pertenezco.
Mi madre me ayuda a ataviarme con mis mejores galas para los desposorios. Todo Betlehem nos bendice. ¡Loado sea el Dios de Israel! ¡Loado sea mi Dios!".
* * *
Booz, el bisabuelo del rey David, toma de la mano a la joven y repitiendo el dulce nombre la conduce a su casa. La brisa en el trigal también murmura como profetizando: Ruth... Ruth...
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