(Escrito en el 2002 cuando no había tantas películas de libros que cobran vida)
Cuando Miguelito cumplió seis años su tío Martín le regaló un precioso libro de cuentos con una historia maravillosa que sucedía en medio de un bosque que tenía todos los verdes que se pueda imaginar: verde lechuga, verde caramelo de menta, verde helado de pistacho, verde pastito recién regado...
Las coloridas láminas le contaban la historia, pues su padrino había elegido muy bien aquel ejemplar que tenía más ilustraciones que palabras.
Su papá no podía leerle los cuentos porque trabajaba mucho, ¡muchísimo! y siempre llegaba muy cansado por la noche.
Su mamá estaba ahora entretenida con su hermanita pequeña, la hermosa María.
Pasó una noche en la que no podía dormirse. Ya había hecho las oraciones, había contado hasta cien ovejitas, pero sus párpados parecían pegados con plasticola de las cejas.
Abrió lentamente el libro mientras lo apoyaba en sus piernas extendidas a todo lo largo. Al ver el verde bosque pensó con un suspiro:
Un susurro de viento le dio en plena cara y pajarillos alegres trinaron a viva voz. Miguelito se restregó los ojos. Sin poder creer lo que pasaba iba caminando por el verde bosque de sus cuentos... ¡descalzo y en pijama! Se detuvo en medio de un sendero rojizo que se abría rumbo entre la espesura. Allí lo esperaba una niña de cachetes sonrosados y dorados rulitos. La niña corrió hasta él.
-Miguel... ¿Eres tú?- le preguntó.
-Sí... – contestó nuestro amiguito perplejo.
-¡Vamos, entonces! Corre ... que Catalín nos espera.
Pronto nuestro héroe se halló corriendo de la mano de la niña desconocida, mas pronto recordó haber visto sus cachetes sonrosados en la segunda ilustración de su libro.
Casi sin aliento llegaron a una casita blanca que se encontraba en medio de un claro. Un humo grisáceo salía por la boca de la chimenea. Todo en aquella casita invitaba a entrar en ella.
La chiquitina dio tres golpes en la puerta redondeada.
-¡Ábreme, Catalín! Miguel ya viene conmigo.
-¿Cómo te llamas?- preguntó Miguel mientras una señora de pelo blanco los hacía pasar.
-¿No lo sabes? Me llamo Coralín. ¡Ven!
Mientras Miguelito sorbía su bebida la abuelita le explicó:
-Necesitamos tu ayuda , pues mi esposo Mirolín corre un grave peligro y solamente tú puedes salvarlo. La bruja Masacra lo ha tomado prisionero en la Torre Envenenada y pide como rescate a nuestra pequeña Coralín. Nosotros sabemos que esa malvada quiere servirla como plato principal durante la fiesta del bosque.
La abuela Catalín abrió un enorme mamotreto con cantos de oro. Con un señalador podía verse la página en la que el dibujo era nuestro Miguel en su cama con un libro sobre las piernas.
- Aquí están escritas las palabras mágicas que te trajeron a nuestro país–explicó Catalín.
- ¿Y qué debo hacer?
- Mi abuelito fue tomado prisionero por la bruja el último día de la cosecha de los frutos.
- Sí... –agregó la abuelita- el pobre Mirolín iba en busca de las frutas silvestres para preparar su famosísimo vino cuando la perversa Masacra le tendió una trampa y lo atrapó. Todos los años la bruja preparaba la fiesta del bosque , una terrible fiesta para la cual ella se procuraba tiernos cervatillos y conejos, hasta pichones que acababan de romper el cascarón. Pero este año, tuvo la ocurrencia más malévola y maligna: decidió servir un banquete muy especial para ella y sus ogros amigos. El plato principal consistiría en niños vivos... ¡Imagínate!
- Ahora tendrán que ir a la Torre Envenenada para liberar a Mirolín y a los noventa y nueve niños a los que la bruja alimenta con toneladas de golosinas y helados para que estén sabrosos... ¿Estás listo, Miguel?
- ¡Por supuesto! – exclamó nuestro amigo.
Catalín les dio una bendición y los niños salieron por el camino hasta una colina cercana.
- Desde ahora me llamaré Miguelín... Para que mi nombre sea como el tuyo y los de tu familia – propuso Miguel.
- ¡Muy bien, Miguelín! Lo primero que tenemos que hacer es tomar el camino secreto del Río Travieso que conduce a la gruta del sabio Sofoclo.
Del otro lado de la colina corría un arroyo cantarín, el río Travieso, cuyas aguas llegaban hasta la puerta oculta bajo una inmensa mata de enredaderas. Coralín golpeó por tres veces las manos y la enredadera se abrió descubriendo una puerta colocada sobre la roca. La niña abrió la puerta y entró por un pasadizo iluminado con antorchas. Miguelín siguió a su amiguita y cerró tras de sí la original puerta.
El lugar en el que se hallaban era un pasillo ancho y bajo, donde retumbaban los pasos apresurados de ambos niños. A cada trecho un hueco oculto por enredaderas dejaba penetrar en el camino cálidos rayos de sol.
Finalmente, luego de trepar por una escalera verde, subieron por allí y se largaron por un tobogán esculpido en la roca resbaladiza y rodaron por una colchoneta de musgos.
-No te confundas, amigo. En este mundo hemos tomado algunas apariencias que ya conoces. Sin embargo, me llamo Sofoclo e intento desde hace más de mil años derrotar a Masacra y a su caterva de malvados.
Sofoclo los hizo pasar y les sirvió una refrescante bebida color café rojizo llena de burbujas.
Cuando Miguelín la probó exclamó:
- ¡¡Es Coca!!
- ¿Qué dices? Yo la llamo “Terralina”...
Cuando nuestros amiguitos hubieron acabado su Terralina, siguieron a Sofoclo hasta un cuarto cuya puerta se disimulaba en una pared de roca. En un libro enorme que le mostró Sofoclo, Miguelín pudo ver a una bruja horrible.
- Esa es Masacra – explicó Sofoclo.
- ¿Deberé luchar contra ella? – preguntó Miguelín un poquito asustado.
- Así es... pero no la vencerás por la fuerza o la espada, sino con las virtudes que nacen de tu corazón. Es una prueba difícil... Estás a tiempo de volver a tu mundo... Miguelín volvió a mirar el retrato de la bruja Masacra y dando un hondo suspiro aceptó la prueba.
- ¿Venceré a Masacra?
- Amigo... Eso no podemos saberlo. Pero, espera, tengo para ti, un regalo poderoso: Platín, la famosa espada de los héroes.
Sofoclo le colocó a la cintura una bellísima espada de plata con pomo de oro. al principio Miguelín sintió que le pesaba terriblemente, pero después la tomó en una mano y sintió que era menos que un palito de escoba, como aquellos que usaba en la luchitas con su primo Juan o su amigo Ramiro.
- Esta espada te protegerá de Masacra en tanto la lleves contigo. Vamos, Miguelín! Coralín, tú quédate rezando y no abras la puerta a nadie. Ni siquiera a mí mismo, yo voy a entrar solo.
- Pero...
- Tú obedece, Coralín.
Miguelín y Sofoclo salieron por otro tobogán y llegaron a un claro del bosque. Este estaba circundado por un anillo de pastos quemados.
- Aquí quemó la malvada Masacra a la tribu de los árboles parlanchines. Muchos ancianos dicen que ya no volverán a florecer, pero nosotros hemos conservado la esperanza. Estos árboles no nacen como los demás de simples semillas, ni de tallos, sino que se trata de extraños animales con formas de árboles que nacen de ¡un huevo! el círculo maldito de Masacra me impide llegar hasta la piedra verde para buscar los pocos huevos que se salvaron del fuego.
- No veo el peligro, Sofoclo.
- Cuando pisas el círculo carbonizado el fuego se enciende nuevamente.
Miguelín levantó la espada y ésta restalló entre la espesura del bosque restante. Puso un pie en el círculo de fuego y altas llamas se levantaron en torno suyo.
Por un momento se escucharon las carcajadas y la voz de Masacra:
- ¡Niño tonto! ¿No ves que no podrás vencerme jamás?
- Con la ayuda de Dios y mi espada lo conseguiré.
Inmediatamente desaparecieron las llamas y Miguelín pudo llegar sin dificultades hasta el nido de los árboles parlanchines, que estaba junto a la roca verde.
-Ahora – le indicó Sofoclo – haz con tu espada pequeños huecos en el suelo más húmedo y deposita allí los huevos-semillas.
Así lo hizo Miguelín . Primero se escucharon quejidos estridentes, después berridos de recién nacidos; finalmente, unos simpatiquísimos árboles de colores estiraron los brazos – ramas hacia el cielo y formaron una divertida ronda alrededor de su benefactor. Cantaban, gorjeaban, chillaban, maullaban, barritaban tan alegres como niños en un cumpleaños.
El árbol más grande levantó su rama más gruesa y dejó oír una voz dulce y cantarina que provenía de la copa.
-Miguelín... gracias por habernos liberado... Venciste el miedo con tu valor y conseguiste derrotar a Masacra en la primera prueba.
-Yo solamente quiero saber cuál es el camino para llegar a la Torre Envenenada...
Los árboles más pequeños gritaron y corrieron asustados temblando, se atropellaban unos a otros y caían al suelo.
- No debes ir... no debes ir... ¡Corre peligro tu vida! – gritaban desaforados.
- Debo ayudar a esos pobres niños que Masacra está engordando para comérselos durante la fiesta del Lago.
- Mira, - explicó pacientemente el árbol más alto – para llegar hasta la Torre Envenenada tendrás que remontar el camino alto... Al comienzo del cual monta guardia el dragón Vulcanius... - ¡Vulcanius! ¡Vulcanius! – gritaron aterrados los niños – árboles.
- Vulcanius quemó con su fuego a nuestros antepasados... a instancias de Masacra, por supuesto... Vive en esa gruta que desde aquí ves...
Miguelín observó una colina oscura que dominaba desde el claro del bosque. en medio de la misma se veía un inmenso agujero negro, la boca de la cueva del dragón.
Momentos después de despedirse de las divertidísimas conversaciones con los árboles parlanchines, Miguelín caminó por la ruta señalada acompañado por el buen Sofoclo.
- No te preocupes por mí, Miguelín, sigue adelante...
- ¿Por qué Masacra no me hizo algo a mí?
- Porque tú tienes la protección de la Blanca Luna Llena... en tus vestiduras y en tu espada... La malvada bruja no podrá impedirte que llegues a la Torre mientras tú lleves la espada y conserves puro tu corazón.
Un poco apenado, tuvo que dejar a Sofoclo encadenado y ascender hasta la boca de la cueva donde un líquido verdinegro formaba un arroyito. Nuestro héroe dio un paso y penetró en la negrura.
Allí vio con sorpresa que las lunas plateadas de su túnica comenzaban a alumbrar como farolitos el camino empinado. Siguió con cautela el arroyo y así llegó a la cima de la gruta en la cual descubrió que el líquido verdinegro provenía de los amarillos ojos de un terrible dragón que, tirado en el suelo y deprimido, lloraba con extraños sollipos.
- ¿Qué te ocurre, dragón?
- Eh... ¿Quién está ahí? ¿Eres una luciérnaga?
- No... Soy un niño...
- ¿Te has puesto a salvo de la traidora? Fíjate lo que la maldita Masacra me hizo... Me engañó con sus malas artes para que yo quemara la tribu entera de los árboles parlanchines... ¡Todos murieron gritando horriblemente! ¡Pobrecillos! Después de eso... me robó el fuego... Sin duda eso ha sido un castigo... porque un dragón sin fuego vive sólo un año y para que se cumpla el año faltan sólo dos días.
- ¿Si yo te ayudo – propuso el astuto Miguelín - te convertirás en un dragón benévolo?...
- ¡Por todos los tesoros! Es en lo que he estado pensando durante este año... ¡Nunca más atacaré a los pobrecillos y ayudaré a todos los que pueda!
- Cuento con tu palabra... pues si no cumples la Blanca Luna Llena se encargará de ti.
Asintió esperanzado el dragón mientras Miguelín se desprendía una de las redondas lunas de su túnica.
- ¿Qué haces, pequeño?
- Cómete esta luna y volverás a tener tu propio fuego.
Así lo cumplió el dragón y retembló la colina toda cuando una llamarada de mil colores, semejante a los fuegos artificiales, brotó de las fauces abiertas.
- Tengo que llegar hasta la Torre Envenenada y liberar a los niños que Masacra engorda para el banquete de la fiesta del Lago.
Eléctricas centellas escaparon entre los dientes rojos del dragón que furioso prometió:
- ¡Contra esa ladrona, traidora y desleal... lo que sea! ¡Yo te mostraré donde comienza el camino de la ciénagas y te estaré eternamente agradecido!
El dragón Vulcanius nuevamente encendido acompañó al pequeño Miguelín hasta el fracturado inicio de un camino oculto entre altos cañaverales y totorales.
- Yo no puedo ir, pues estos pantanos malolientes están colmados de los hechizos y maleficios de esa bruja malvada. Aún le tengo miedo... pero si tú me necesitas yo acudiré al instante...
- Gracias, Vulcanius.
A ambos lados del angosto camino hervían negras arenas movedizas que burbujeaban gusanos y podredumbre. Más adelante alcanzó a escuchar unos quejidos lastimeros y vio a un anciano de sonrosados cachetes que se hundía irremediablemente en el fango.
El audaz Miguelín extendió su espada tomándola por la hoja, el anciano se asió del pomo y con una fuerza desconocida pudo salir de la pegajosa trampa.
- Gracias, gracias, niño... Pero, ¿qué haces solo por estos parajes? ¿No temes a Masacra?
- Voy en busca de los niños que Masacra tiene prisioneros.
- Justamente Masacra me había atrapado y me castigó porque intenté huir con los niños... ¿Cómo te llamas, pequeño salvador?
- ¡Mirolín! ¡Qué bueno que te encuentro! Coralín y Catalín estaban muy preocupadas por ti... Discúlpame... Yo… debo seguir mi camino.
- ¿Y yo?
- Tú vuelve al lugar en donde tu familia te espera... Para poder llegar hasta tu casa, pídele ayuda a Vulcanius...
- ¿A Vulcanius el dragón?
- Sí... Me ha dado su palabra de que en adelante será una buena persona... O un buen dragón, mejor dicho…
- Si tú lo dices...
Miguelín y el bueno de Mirolín se abrazaron y nuestro héroe llegó solo hasta el extremo de un frágil puente colgante tendido entre las dos márgenes de un hondísimo precipicio. La vista del conjunto era verdaderamente espantosa y hubiera arrugado el corazón de cualquiera de nosotros. Miguelín dudó: ¿debía avanzar o volverse con el bueno de Mirolín? Venció la determinación que el niño tenía para cumplir con su misión.
De repente, rayos poderosos cayeron a su alrededor disparados desde una ventana de la Torre Envenenada, no dieron en el blanco, pero incendiaron la cuerda que sostenían las tablas. Las sogas cedieron y se cortaron y Miguelín quedó colgado a gran altura, asido a un extremo de la cuerda, pero su mano resbalaba poco a poco. Allí pudo observar la profunda oscuridad que se abría a sus pies. Por un momento pensó que debía volver a su mundo: estaba seguro de que con sólo pensarlo estaría a salvo, en su cama mullida. Pero imaginó a todos esos niños en poder de la bruja y desistió de la idea de huir.
- Abrázate de mi cuello, pequeño insecto...
- ¡Cumple con tu misión! Y si me necesitas, no dudes en llamarme.
La guarda de esta puerta a la Torre Envenenada
es tu propio miedo: pues quien entra por aquí, jamás volverá a
salir.
Pensó en Coralín e imaginó que de los dibujados ojos azules de la niña corrían lágrimas de pena... Entonces entendió que su abatimiento provenía de los innumerables hechizos con los que Masacra había “adornado” la puerta de su casa.
La brujísima se había especializado en hacer ver las cosas verdaderas como falsas y las falsas como buenas... Las lunas llenas de su túnica azul se encendieron de nuevo y la espada despidió rayos láser. Feliz y lleno de un inaudito coraje penetró en la maligna fortaleza con apenas un empujón dado a la negra puerta.
En un periquete el gato se transformó en un joven alto de aspecto amable.
-¡Oh! Gracias amigo… -expresó al punto que le tendía la mano- Hace más de dos años que la perversa Masacra me hechizó obligándome a vagar por su “palacio” bajo el aspecto de un gato. Solamente un gesto compasivo lograría que retomara mi ser humano. Como Masacra y sus sirvientes son incapaces de un gesto de compasión, debería quedarme gato por el resto de mi vida. ¿A quién debo mi renacimiento?
-Mi nombre es Miguelín… ¿Y el tuyo?
-Yo soy el príncipe Danelín… prisionero de Masacra desde que venció a mi padre en la “Guerra de los Alaridos Macabros”. Yo soy el legítimo heredero del trono de Maravilandia.
-¡Vámonos! – exclamó Miguelín. –Mientras me cuentas, guíame hasta el sitio en el que Masacra tiene a los niños.
-Están en la sala de la Gran Jaula, en el ala Norte de la Torre.
El príncipe Danelín se acercó a la jaula y preguntó a uno de los mayorcitos:
-¿Sabes de qué modo puede abrirse esta jaula?
-Sólo podremos salir libres del hechizo de la bruja cuando un noble héroe sea capaz de llegar hasta la aguja de la torre envenenada y logre vencer a Masacra.
-¡Oh! ¡Qué torpe he sido! Debí suponer que los barrotes estaban hechizados… Ahora tendrás que continuar solo, Miguelín…
-No te preocupes – respondió el niño héroe – Llegaré hasta la torre y salvaré a los niños. Tú, conforta a los pequeños animándolos a no desfallecer… y todos recen por mí.
-Miguelín… -dijo Danelín- Ahora busca la puerta azul con el acertijo…
A poco andar, nuestro amiguito se encontró frente a una pesada puerta azul donde una voz profunda le planteó el siguiente enigma:
“RESPONDE EL ACERTIJO O NO PODRÁS CONTINUAR TU CAMINO Y TE CONVERTIRÁS EN
BESTIA
COMO OTROS DESAFORTUNADOS CABALLEROS QUE HAN INTENTADO PASAR POR
AQUÍ. CONTÉSTAME CRIATURA SAPIENTE ¿DE QUÉ COLOR SON LAS MANGAS
DEL
CHALECO VERDE DE MI PARIENTE?"
El silencio se hizo nuevamente en el lugar. Miguelín conocía esa adivinanza… la tenía entre sus libros favoritos. Respiró hondo y respondió: “Los chalecos no tienen mangas”
-Has acertado-respondió la voz con un terrible crujido.
La puerta rechinó con un fragor horrísono. Dentro estaba oscuro, Miguelín sintió que no podía continuar. Una fuerza extraña lo retenía en el umbral contra su voluntad. Se sintió apresado por una cuerda elástica y pegajosa.
-¡Por la Blanca Luna! – exclamó y en ese mismo instante se iluminó débilmente el tenebroso hueco. Una araña del tamaño de un perro grande lo había capturado en su tela.
Miguelín tenía aún una mano libre, con ella desenvainó su espada y cortó la cabeza del inmenso arácnido de un solo golpe. Se oyó un chillido y la tela se desvaneció como si hubiera sido hecha de humo.
Nuestro héroe continuó caminando cautelosamente, espada en mano. Así llegó ahasta un pasadizo bastante estrecho por el que tuvo que andar en cuatro patas.
Avanzó por allí un par de minutos siguiendo un débil resplandor que le indicaba la proximidad de la salida. De repente, un ruido espantoso hizo retemblar las piedras. El eco de aquellas soledades lo repitió hasta el cansancio.
Miguelín pensó en un volcán en erupción, sin embargo, cuando se ensanchó el camino descubrió otra cueva enorme en la que la mole de un gigante le cortaba el paso.
Y el espantoso sonido no era otra cosa que un terrible hipo que aquejaba al monstruo.
-¡Qué desdichado soy! Hip…hip…
-¿Puedo ayudarte en algo?-preguntó Miguelín pues en la mirada del gigante advirtió que no era malvado.
-¡Masacra me hechizó! Hip… porque no quise ayudarla… hip… a destruir la Ciudad del Bosque… hip… me negué y me hip… encerró en esta caverna de donde hip… nunca más podré salir… hip… pues el hipo me ha hecho perder la fuerza… hip… hip… hip… hip…
Miguelín sonrió porque tuvo una idea muy divertida y se dijo: “La misma Masacra, sin saberlo, remediará la enfermedad de este pobre gigante”
-¿Cómo te llamas? –preguntó al hombrote.
-Forzalín… hip…
-Forzalinip te tengo una noticia… Masacra me ha enviado a decirte que en menos de un minuto estará aquí contigo…Justo ahí viene…
El gigante dio un respingo tal que la punta de su nariz golpeó en el techo de la cueva. Tal era el miedo que le provocaba la presencia de la malvada Masacra. Miguelín, sin embargo, se apresuró para explicarle que todo era una invención suya para cortarle el hipo…
-¡Casi me da un ataque! Con la sola mención de su nombre tiemblo… y si llegara a verla nuevamente creo que me desmayaría… Nunca más lo hagas… ¡Oh! ¡Ah! Ja, ja ja…
El gigante comenzó a reír con tanta euforia que trozos de roca del techo se desprendieron.
-Eres mi salvador, pequeñito… ¿Qué puedo hacer por ti? -Ayúdame a llegar a la Torre Envenenada ¡Tengo que romper el hechizo que mantiene prisioneros a los niños! -Hasta esa torre sólo se puede llegar volando… Pero, hazte a un lado…
Miguelín se colocó hacia un costado y vio con admiración cómo Forzalín, con la ayuda de su puño poderoso abría un camino hacia las alturas.
-Yo no podré subir contigo, pero, te ayudaré a subir hasta el antro de la malvada.
Pronto hubo un pasaje hondo que subía por la ladera de la montaña vecina hasta la cúspide de la Torre Envenenada. Una vez que se despidió de Forzalín, el niño trepó esforzadamente venciendo vientos y tormentas…
-¡Ja, ja, ja! Espero a que venga el obstinado niño… Nunca pensé que lograría llegar tan lejos… A él me lo comeré crudo…
Al fin llegó a la habitación en la que la Malvada Masacra en persona revolvía un líquido burbujeante en su negra olla.
-¡Te esperaba! –graznó la maligna.
-Tus días de maldad han acabado. –exclamó nuestro amiguito.
-¡Niño tonto! ¿No sabes acaso que puedo vencerte con solo hacer una castañeta con mis dedos?
Miguelín le apuntó con la espada y le dijo:
-Con esta espada acabaré contigo…
-¡Ja, ja, ja, ja! si me tocas con la punta de la espada apenas, ella morirá…
Masacra señaló con un dedo horriblemente torcido que terminaba en una uña ganchuda y sucia hacia un rincón de la sala. Allí había una jaula de plata junto a una de oro.
-Miguelín… -sollozó Coralín desde la jaula de plata.
-Ah… Bruja traidora – exclamó Miguelín mientras se acercaba a la jaula donde estaba encerrada su amiguita.
-Fue mi culpa- lloró la niña – Alguien llamó a la puerta… Tenía la voz de Sofoclo… Olvidé su recomendación y abrí la puerta… La malvada bruja me atrapó y me encerró en esta jaula…
-No temas, Coralín- la tranquilizó nuestro héroe- deberemos esperar contra toda esperanza…
-Métete a la jaula de oro, niño ingenuo… Yo espero… sí… espero que estén bien tiernitos… Tú serás el primero que me voy a comer… Dame tu espada… Pienso fundirla para hacerme un cuchillo para trinchar… ¡¡¡niños!!!
Miguelín se metió en la jaula y pasó a la bruja la espada por el pomo. La bruja dio un alarido y la espada cayó al piso al rojo vivo. Coralín explicó:
-Esa espada es mágica y solo pueden tocarla quienes tengan el corazón limpio…
-¡Mentiras! –gritó la Bruja mientras se chupaba los dedos achumascados. Con una tenaza enorme tomó la espada y la arrojó al fuego.
-Ahora… a mi negocio…
Sacó un cuchillo enorme y con los ojos chispeantes de maldad comenzó a afilarlo ante la mirada estupefacta y asustada de los niños. Ellos, para darse ánimos se habían tomado de la mano.
-Si ahora vuelves a tu mundo –susurró Coralín- no te sucederá nada…
-¡Eso nunca!- dijo Miguelín – Vine para ayudarlos… Mi misión aquí no ha concluido.
De sus vestidos de plata con destellos de oro brotó una luz enceguecedora que pulverizó a Masacra en un instante. Las jaulas se hicieron humo… el paisaje tenebroso se llenó de alegría y de trinos… Las flores cubrieron las laderas de las antes temibles montañas.
El hechizo de la bruja se desarmó por completo.
-¿Quién eres?- preguntó Miguelín.
-Soy el Hada Platín.. permanecí durante muchos siglos oculta por un encantamiento en la espada que te acompañó en tus aventuras… Ahora estoy liberada por tu buen corazón y me quedaré en Maravilandia para que se convierta en un reino próspero y feliz…
Miguelín y Coralín saltaron de alegría mientras se abrazaban festejando tan excelentes acontecimientos.
-Ahora- dijo Platín tocando a nuestro héroe con su suave mano- es hora de que regreses a tu mundo…
Coralín le dio un beso en la mejilla… Platín acarició su frente. Por la ventana de la torre envenenada pudo ver cómo todo el reino por fin era feliz. Los niños, ya liberados, correteaban locos de alegría hacia sus casas… La visión se esfumó rápidamente.
-¡Vamos, remolón! ¡Despertate! Acordate de que nos vamos de paseo…
La cara de su padrino que había venido a buscarlo se apareció frente a él.
-¡Eh! Migue… te quedaste dormido mirando el libro, parece…
-Parece que sí… -contestó Miguel desilusionado porque todo había sido un sueño.
-Yo te voy a leer la historia ¿querés?
-Gracias… Pero… soñé con el cuento… Ya me sé el final…
-Tal vez no lo has visto todavía… En fin creo que hay muchas cosas que valen la pena en este mundo ¿No te parece? Por ejemplo… este desayuno especial que preparó tu mamá y que me mandó que te trajera… Sanguchitos de miga y una bebida riquísima…
Miguel observó con alegría el vaso de plástico.
-Ya sé… Esto es ... Coca...
-No… Es terralina – le respondió su padrino guiñándole uno de sus pícaros ojillos.
Miguel abrazó a su padrino y se levantó muy feliz pero toda su vida siguió soñando con sus aventuras en Maravilandia… si volvió o no ¡lo sabremos en el próximo cuento!
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