miércoles, 13 de enero de 2010

POEMAS SELECTOS

CÓMO...
Cómo saber por qué escribo
cuando la pena me asola...
Cómo saber el motivo
porque me siento tan sola...
Cómo rezar a un Dios grande
si yo soy tan pequeñita...
Cómo olvidar esta tarde
el dolor que me marchita...
Cómo ser libre del sol
siendo esclavo de la sombra...
Cómo llorar por amor
si de odio el alma se asombra...
Cómo escuchar un murmullo
cuando todo estaba muerto...
Cómo -me pregunto- cómo
sin quererlo, yo te quiero.

Lluvia (1987)
Llueve.
Mágicamente llueve.
La lluvia presurosa no se acaba.
Mientras yo pienso en ti,
tú pensarás en mí desde tu casa.

Llueve.
Tímidamente llueve.
Recuerdo tu mirada y tu palabra.
El día que marchaste aquí llovía.
El tiempo pasa.

Llueve.
Oscuramente llueve.
El fuego del hogar está encendido.
Mi corazón porfiado espera
(no te olvido).

Llueve.
Alegremente llueve.
El papel parece humedecido:
son las gotas que brotan de mi alma.
Te he perdido.

Llueve.
Inexorablemente llueve.
Mis ojos como el cielo se han nublado.
Por amarte por siempre y para siempre.
Hoy he llorado.

A mi amor (1988)
Preparo el corazón para quererte
y aunque ahora está un poco endurecido
por lo mucho que lleva ya sufrido
solamente él espera conocerte.

Mira, no sé quién eres, mas te escribo
a tí: ese mismo que vive para amarme,
el que quiere encontrarme y no dejarme,
ese desconocido por quien vivo.

Yo te busqué entre otros y fue vano.
Trató de imaginarte mi ilusión
tomando mi cariño entre tus manos.

Tú también me pensarás con emoción;
tal vez estás en un rincón lejano
juntando con mi voz tu corazón.



Nullius (1988)
No conocía el amor antes de ti
por tantas ilusiones derrumbadas,
ni siquiera conocía esa mirada
con que me miras en éxtasis feliz.

No sabía que estabas en el mundo
esperando encontrarme, como yo,
disponible y oculto el corazón
guardado para mí en lo más profundo.

Todo ignoraba, todo padecía
sin saber que tanta dicha me esperaba
cuando contaba aquellos grises días.

Pero la vida ¡qué sorpresa me aguardaba!
me regaló tu amor con Dios por guía
que es más de lo que yo anhelaba.

Amor eterno (1990)
Dios lo escribió en el cielo: tu nombre junto al mío
tu vida con mi vida caminando a la par.
Tu paso con mi paso, tu mano con mi mano
Y un único latido y un único mirar.

La ternura que siento me corre por las venas,
me lanza por los aires como un pájaro azul,
este amor que me toca vivir en feliz suerte,
tiene un nombre dichoso e inabarcable: tú

Para mí es un espejo tu risa cristalina
tus ojos son los ecos de mi alegre dolor,
y tus manos que abren el libro de la vida,

allí donde está escrito con un rojo color
tu nombre de bullentes corrientes diamantinas
y mi nombre más breve bajo el título: Amor

Un sueño tierno (1990)
Anoche naciste, hijo de mi entraña, anhelado
tus ojos eran negros como el cielo estrellado,
tus labios parecían por ángeles besados.
¡Qué hermoso eres, niño, pero eres soñado!

Te acaricié dichosa los cabellos sedosos
negros de un azabache azulino y lustroso.
Te mostré a todo el mundo con júbilo dichoso.
¡Y te besé mil veces, dulce ángel hermoso!

Hijo mío, en mis sueños, tuve tanta alegría
de pronto, el despertar me dio melancolía
pero espero tenerte de veras algún día.

Quizá en alguna parte con tu Ángel ya sueñas
en nacer a este mundo de tu madre en la tierra
Y ser más que un buen sueño que queda entre tinieblas.

San Rafael (1984)
La luz del horizonte te dio alas,
el río montaraz te dio sus trinos,
Dios te ha dado un rumbo y una estrella.
Ahora eres pájaro y camino.

Las manos de tus hombres son hijuelas
que encauzan la braveza de tus ríos,
rompientes de furor y de trabajo
avanzando con ímpetus bravíos.

El sol de la alborada te dio un brillo,
el agua cristalina un gran diamante,
las montañas colosales su grandeza
y tu campo feraz hierbas fragantes.

Dios, el río, la luz del horizonte,
el sol de cada día, el campo fiel
te dieron para la eternidad un nombre
y un destino sin par: San Rafael


Mi infancia (1985)
Recuerdo con nostalgia mi infancia pasajera,
el caballo, mi perro, el horno y el nogal.
La planta de damascos, el canal de agua clara
y el viento entre las ramas del sombrío sauzal.

Recuerdo el canto agreste del pardo zorzal gato
las palomas torcazas, el tero, el pitojuán,
y el corretear dichosos por los surcos de viña
llevando a tiro el coche que nos hizo papá.

Recuerdo mis temores a monstruos increíbles
mi muñeca pecosa, las ganas de llorar
que yo sentí en mi alma de chiquilla traviesa
después de algún buen reto de papá o de mamá.

Recuerdo la alameda dorada en el otoño,
los árboles amigos junto al mirabolán,
el agua en la cascada, cerca el puente de tablas
y el color esmeralda del pequeño olivar.

Recuerdo melancólica la acequia, el “escondite”,
la casa, la bodega, la finca, el callejón
donde jugué con ansias a lo que soy ahora
escribiendo mi vida con preciosa ilusión.

Sé que en cada terrón encontraré a la niña
también en los racimos del vetusto parral
cuando vuelva a mi tierra, un día, con el alma
y pueda, como entonces, sin dolores soñar.


Rima al Amado I (1987)
Señor, todas mis preguntas
en ti encontraron respuesta.
Para quererte y honrarte
ya tengo el alma dispuesta.

Rima al Amado II (1987)
¡Cuántos desprecios míos soportaste
y sin embargo sigues a mi lado!
No tuviste en cuenta mis pecados
que con misericordia perdonaste.

Nunca nadie me amará como me amaste
y pensar que de ti me había olvidado.
Prometo: desde hoy serás mi Amado
pues, Jesús, con tu Ser mi ser llenaste.

Armonía espiritual (1990)
Vibra mi alma al pronunciar: “Dios basta”
Tú la creaste, Señor, afínala:
las duras cuerdas mías sin tu mano
no sonarán jamás.

La fe con forma de arco de violín
saca del encordado enmohecido
la melodía de Amor hecha oraciones
que ha nacido.

Quiero dar para ti las notas altas
de esas que sólo Tú vas a escuchar
con Magnanimidad.

Y en el coro de celestiales almas
elevar sinfonías de silencio
toda la eternidad.

Madre de Dolores (1990)
Carga sobre estas espaldas
un poco de tu dolor,
te veo tan triste, Madre,
que me parte el corazón.
Mira, aquí está tu Hijo.
¡Ya sé que tu Hijo murió!
También sé que es grande el cambio,
no mires al pecador.
Recuerda, Madre querida,
que Él mismo te lo pidió.
Con mis manos quiero, Amada,
consolar tu amargo ardor,
pero en vez de poner mieles
me olvido y lastimo yo.
Madre, por las siete espadas
que te aumentan el dolor
y por las que yo traspaso,
te estoy pidiendo perdón.
Piensa, Madre, Cielo mío
que si Él en Cruz expiró
nos dio el tesoro más grande:
la lealtad de tu Amor.
Y piensa cómo en la Gloria,
Cielo y tierra se alegró
cuando el Hijo de tu sangre
Dios-Hombre resucitó.
Madre, ¡enjúgate tus lágrimas!
y no sufras, tuya soy.
No es mucho lo que te entrego
pero tú lo harás mejor,
cargando sobre mi espalda
un poco de tu dolor.

YO ESPERABA CON ANSIA
“Yo esperaba con ansia”... pero no lo sabía
y en la búsqueda eterna de mi eterna porfía
te miraban mis ojos, pero no te veían.

“Yo esperaba con ansia”...tu sonrisa primera,
tu silencio callado, tu palabra postrera,
y esperaba en el ansia de mi angustiosa espera.

“Yo esperaba con ansia”... Tú mismo lo dijiste
antes del largo día, antes del día triste
cuando vine a este mundo porque Tú lo quisiste.

“Yo esperaba con ansia”... Tú lo habías dispuesto
se pasaron mis años como flores de un huerto
ya, al fin de mi vida, volaron como el viento.

“Yo esperaba con ansia”... y al terminar mi marcha
me encuentro con tu mano que sin voces me llama
y de mí toda y sola las lágrimas escapan.

“Yo esperaba con ansia”... tu querido querer
y aunque me queda poco todo te lo daré.
Porque esperé con ansia y... Señor, tarde te amé.

El romance inconcluso (1989)
A Leopoldo Lugones
¿Qué fue de ti, Leopoldo?
dime ¿qué fue de ti?
¿Por qué nunca acabaste el romance empezado?
No concibo que el alma
del que nació poeta
reconcilie rumbos tan lejanos y opuestos).

Si Dios es vida
¿cómo es que pensaste en la muerte?
Si en el te sumergiste,
¿por qué el dolor te ahogó?

El amargo cianuro me traspasa los labios,
cuando leo,”Leopoldo, trágica agonía y muerte”.

No, Leopoldo, no basta
que con la fantasía te imagine sufriendo
horror desesperado;
ningún padecimiento puede justificarte.
No es eso lo que busco en tu frustrada historia.

Quiero saber, Leopoldo,
¿por qué acabó tu vida de un soplo...
y nos quedó un romance
que nunca terminaste?

Si el veneno del mundo,
del demonio y la carne
te destruyó el alma
¿por qué no lo enfrentaste?

¡Qué difícil, Leopoldo,
tantos años impíos,
pero no hay imposibles
para el Dios de tus padres.
Te ahogó tu propio río
pasión arrolladora de fe que desbordaste...

No, Leopoldo, no pienses
que se te ha perdonado.
El mundo no perdona,
él también es suicida.
* * *
Final feliz...
Leopoldo, la esperanza
me ilumina la mente,
me serena la angustia,
me aclara las ideas...
y quiero ilusionarme
con que mientras hacía
lento efecto el cianuro
¡oh! Leopoldo, pensaste...
y allí te arrepentiste.
(Sé que Dios es clemente
y quiso perdonarte todo misericordia).
¡Oh! Leopoldo, tu gloria
concluye este romance...
tu romance de vida
tu vida en un romance...
que por marchar tu alma
nunca nos terminaste.

Breve elegía al maestro (1989)
A Adolfo Ruiz Díaz
Calle la voz, los labios enmudezcan,
silénciense los cantos y alabanzas
al maestro. Con nítida esperanza
lo vemos regresando de la muerte,
pues la venció con dura mano fuerte
haciendo -al fin- que con los años crezca
su figura inmortal.

Murió. La hoz severa de la Parca impía
su ciclo le segó; cuando la tea
de su llama límpida y serena
sobre la cumbre del saber brillaba;
cuando con su experiencia iluminaba
-la ignorancia de nuestro primer día-
el sol de su humildad.

Las palabras, los trazos, la pintura,
su instrumento de amor en vida fueron.
Aves de luz... al hombre trascendieron
porque ha quedado escrito su mensaje.
Él no murió, sólo emprendió aquel viaje
y no podrá contarnos la aventura
de su paso final.

El maestro marchó a mares mejores
allá donde el anuncio de la gloria
se hace realidad. Pasó a la historia
su vivir, su entregar, su ser sincero.
De la cátedra al ámbito del cielo
donde ya no hay ni grimas, ni dolores,
ni vestigios del mal.

Calló el silencio frío aquella voz,
por eso en el silencio la escuchamos.
De nada vale este homenaje humano
a quien llegar un día al cielo ansiaba,
porque murió y a un tiempo despertaba
a la gloria infinita junto a Dios
toda la eternidad.

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